Dos Alcaldes Distritales en Lima salen a un enfrentamiento que, sospecho, tiene muchos tintes de figuración (recordemos que ninguno tendrá reelección y tienen que mantenerse “vivos” políticamente).
Todo esto nace, en principio, porque, incomprensiblemente, hemos dado poder a cuarentitrés “mini señores feudales”, así como a veinticuatro caciques regionales. Obviamente, todos quieren ejercer y mantener su cuota de poder. Se crean regímenes paralelos y lejos de mantener la unidad en un país que tanto lo necesita, además de la coherencia en la gestión, hemos logrado difuminar los objetivos nacionales despedazando nuestro territorio.
Más allá de ello, el problema de informalidad es, eminentemente, transversal y, sospecho, lejos del alcance de los gobiernos locales. Aquí es donde entra otro escalafón (el nacional) en donde aún parecen no haberse percatado que informalidad tiene que ver mucho con corrupción.
En la informalidad la regla general es la conveniencia individual, al igual como sucede en la corrupción; pero esto no quiere decir que sea malo tener interés individual, contrario, el quit está en hacerlo éticamente, respetando al otro, sus derechos y libertades. Hablando en casos concretos, el comerciante informal solo quiere vender y hace lo que tiene que hacer, así ello conlleve empujarse por delante a la institucionalidad. Entonces, poco le importa ensuciar, robar energía eléctrica, pagar cupos (en tanto y en cuanto le sean rentables), etcétera. Al informal le tiene sin cuidado el interés común. Lo mismo sucede con la corrupción con sus propios bemoles.
¿Esto quiere decir que a todos nos tiene que mover el interés común antes que el individual? No, necesariamente. El punto cardinal radica en que nuestro interés individual debería ir alienado con el interés común para que exista un “ganar – ganar”. El reto se erige así en cómo hacer atractiva la formalidad, de crear los incentivos correctos.
El informal ve que al formal le cae la SUNAT, la SUNAFIL, la Municipalidad, Defensa Civil y así un largo etcétera ¿creen entonces que le será atractivo formalizarse? Y, por si no fuera poco, el informal ve que, si paga impuestos, por ejemplo, habrá una prestante autoridad para manejar esos recursos y hacerlos puré, muchas veces con fines ineficientes y otras veces delictivos (aquí cabe el famoso dicho “roba, pero hace obra”). No creo que la solución esté en darle seis meses de renta gratuita como se propuso en La Victoria.
Es cierto que el país necesita ley y principio de autoridad, pero recordemos que -en su grado más íntimo e inconsciente- la autoridad genera irresponsabilidad. Claro, si existe autoridad ¿para qué me preocupo si todo me lo van a solucionar?
Luego, cuando cunde el paternalismo del ciudadano común, la foto de ponerse el “chalequito”, el caso y salir a darle palo a todo el mundo, da muy buenos resultados en popularidad. Fatalmente eso no soluciona el problema. La invitación a la formalización debe estar aparejada con los incentivos correctos; de lo contrario la persona tiende a seguir sus propios hábitos y buscar la satisfacción de sus intereses individuales así sea pisoteando a los demás, ya que en países como el nuestro lo cotidiano es ser informal.
La informalidad necesita a la corrupción para vivir, se nutre de ella, son primas, queridas y adoradas. En cuanto a comercio informal, solo por dar algunas pinceladas, se necesitan en suma resolver dos interrogantes a mi juicio: ¿por qué nace y se mantiene el fenómeno? y ¿cómo hacemos para eliminarlo o, al menos, disminuirlo?
Las realidades latinoamericanas parecen sobre diagnosticadas, pero me temo que aún estamos lejos de encontrar el nudo gordiano. Tomemos más tiempo en pensar cómo y por qué se originan nuestros problemas. Aguantemos la tentación loca de salir con las cámaras y la “peliculina”. La popularidad es efímera.
Lima, 25 de marzo de 2019
Eduardo Herrera Velarde.
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