En el Perú existe un auténtico culto a la Ley, a todo lo que tenga que ver con normas legales, reglas, protocolos y demás instructivos para que nadie se salga del orden. No es casual que se emitan 60 normas legales al día. Algunas de ellas absurdas, copiadas, redundantes. Leyes y normas para todos los gustos.
En nuestro imaginario, la Ley nos da seguridad y sirve de un aparente refugio para casi todos nuestros miedos. No hay nada que una Ley no pueda solucionar. Incluso, para cuestiones tan fuera de lo racional como el uso de la fuerza, existe una Ley, siempre una Ley.
Emitir una norma legal no cuesta nada y es sumamente popular. Solo basta alguien con poder para hacerlo y un papel. Por eso es que varios Congresistas, por ejemplo, se ufanan -en una suerte de competencia fratricida- para ver quién impulsa o genera más Leyes. Nuestro ordenamiento resiste y el ciudadano siente que le han solucionado mágicamente sus problemas. El papel aguanta todo.
Pero la realidad dista mucho de una Ley como sabemos. Todos lo sabemos, nadie quiere aceptar que la Ley es insuficiente. Lo otro significaría hacer que las cosas pasen, significaría por ejemplo dejar el cortoplacismo o hacer reformas institucionales de fondo y eso…eso cuesta, mucha chamba pues. Mejor ahí no más.
Este es un país de leyes inflexibles, de cumplimiento “flexible”. La cursiva anterior obedece a la posibilidad sinuosa y conveniente de siempre tener una excusa para que la Ley no nos aplique y tengamos una maravillosa y salvadora “excepción”. Entonces hace falta alguien que haga cumplir la Ley y como ese alguien no existe, o aparentemente es muy débil, entonces necesitamos la famosa “mano dura”. Se legitima así la arbitrariedad como elixir redentor para salvar al país, para volver a construirlo como ocurre cada cinco años (o según se produzca un cambio presidencial).
La Constitución es una servilleta porque mucho de lo que se reclama está ahí, pero no se cumple. Por ejemplo, el artículo 2.2 de la Constitución nos habla de la igualdad ante la Ley. Con la sola aplicación real de ese dispositivo ya no tendría que hacerse ninguna enmienda ni cambio constitucional. Todo funcionaría o casi todo funcionaría si existiese real igualdad ante la Ley. Pero claro, eso da flojera, mucha chamba. Más fácil es pedir una nueva Ley, una nueva Constitución.
En el camino se generan esperanzas a las personas creyendo que el sistema cambiará porque una Ley lo diga. Porque El Peruano publique la eliminación de la pobreza todos tendrán que comer, vivienda, educación, salud y ocio. Vista así la Ley también es un pretexto para el funcionario ocioso, incompetente o medroso que no da un paso atrás o adelante; “no hermanito la Ley me lo impide”. No interesa la Justicia, solo la hiper-legalidad.
Por favor métanse en la cabeza que el Perú no necesita tantas leyes. Seguro algo habrá que modificar o complementar en nuestra legislación (siempre todo es perfectible y mutable). Lo que hace falta es que las cosas pasen y dejarnos de declaraciones, de sanciones, de prohibiciones, de leyes.
Lima, 21 de septiembre de 2021.
Eduardo Herrera Velarde.
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