Una de las frases que más miedo o zozobra causa es la que da el título a este artículo. Cuando mis padres, luego de recibir la libreta de notas, me decían “tenemos que hablar” era sinónimo de que algo malo venía. Lo mismo pasaba cuando escuchaba eso de una chica o, más recientemente, de un cliente.
Todo este asunto de la Asamblea Constituyente, desde la perspectiva de la forma sobre cómo se hacen las cosas, diera la impresión de que lo que menos queremos es hablar. Entonces aparece una iniciativa gobiernista que pretende imponer -mediante una manera no legal- la voz del “pueblo” (vaya palabrita esta convenientemente manoseada para que calce con la voluntad del político de turno). Del otro lado de la orilla, iniciativas para encausar este intento gobiernista al modo como deben de hacerse las cosas correctamente -es decir, pasando por el Congreso- diera la impresión, repito la impresión, de que la Constitución es inamovible.
Partamos de una premisa esencial que vengo repitiendo ya varias veces. Ninguna Ley es la solución a ningún problema; la Ley por sí sola no cambia absolutamente nada. Lo que modifica es la conducta de las personas y, en ese contexto, la Ley es un cauce o una herramienta, nada más. Y así como ninguna Ley cambia nada, tampoco existe Ley perfecta. Luego entonces, nuestra Constitución es perfectamente modificable. Insisto, respetando las reglas de juego.
Para hablar, como resulta obvio, es crucial aprender a escuchar y para ello es imperativo no poner resistencia a la posición del otro, escuchar sin poner “defensas mentales”; la idea es entender qué piensa el otro y por qué ´piensa de esa manera. Lo segundo, es resistir la tentación de persuadir y menos imponer. Pienso que este es el punto cardinal de muchos de nuestros problemas. Muchos queremos hablar, persuadir e incluso algunos otros -mediante bravatas o mediante entelequias como “el pueblo” o “el partido”- quieren imponer. Pocos queremos escuchar y entender. Así no se construye una nación.
Imagino dos contextos dentro de una propuesta concreta. Una parte estrictamente técnica en donde se puedan sentar los más entendidos de todas las materias (salud, economía, justicia, etc.) y ponerse de acuerdo o escucharse, al menos. Nadie quiere el mal para este país. No hay enemigos, ni absurdas luchas de clases o trasnochadas violentistas, nada. A todos nos interesa que esto vaya adelante y ello solo se logra por cooperación que es la base del diálogo. La segunda parte implica escuchar a aquellos no técnicos, que hable la calle, o el valle, o la selva; en fin, lo que fuese.
No es difícil, simplemente hay que ponerle un poco de buena intención y harta paciencia. Sin expectativas, a ver qué sale. Este país ha ganado mucho y ha avanzado también. No obstante, estamos hace algunos años detenidos en guerras básicamente de egos e imposiciones, de conflictos. Dejemos de buscar culpables o inocentes porque para eso debería de estar el sistema de justicia (deberíamos hablar de eso más, por ejemplo). Tenemos que hablar y antes tenemos que escuchar.
Lima, 04 de octubre de 2021
Eduardo Herrera Velarde.
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