La neutralidad en el Perú, hoy, es una garantía para no meterse en problemas. Para seguir navegando -cómoda y tibiamente- en las olas agitadas de nuestra realidad. De vez en cuando la neutralidad se iguala también a mantenerse quietito y calladito no más, permitiendo, por omisión astuta, ganar o dejar de perder. Un empate a cero “amarrando” pelota.
También la neutralidad -en la estridencia en la que nos han sumido precisamente quienes resultan ser los que menos quieren cambios- es gritar e insultar al que no es de su bando. El desacuerdo -el necio- es sinónimo de frontalidad y hasta, por qué no decirlo, de falsa y mamarrachienta “hombría”. Contradictoriamente, los más neutrales como dije son esos que dicen ser antagónicos; los extremos que pactan luego a vista y paciencia de todos. Para que nada cambie, es crucial aparentar que se hacen cambios.
¿Cómo ser neutrales con las obras de postrimerías de alcaldes que se burlan de nuestra cara? Todos nos damos cuenta y nadie dice nada ¿cómo quedarse neutrales con sendos antecedentes de candidatos que esconden información al amparo de la presunción de inocencia? Todos lo cuchicheamos y nadie lo dice en voz alta con nombres y apellidos ¿cómo ser neutrales con políticos que impulsan leyes para su propio beneficio? ¿cómo permanecer neutral con los escándalos de corrupción del gobierno actual que es mantenido en el poder por sus propios “rivales”? Así también como permanecimos silentes en las corrupciones, más agudas y elegantes, de gobiernos pasados.
La neutralidad es el sinónimo de la condición del “solapa”, del “caleta”, de un personaje que cuando vea la oportunidad hundirá las garras con inocultable -ahí sí- ambición y desvergüenza. Porque el perfecto “político”, el mejor “empresario”, el “abogado” exitoso, es aquel que transa sin que nadie se de cuenta y de pronto sube, para seguir siendo neutral.
¿Puede ser un Juez neutral ante una injusticia? Sin duda que no. La neutralidad no implica medianía o equidad. La neutralidad es la abstención regular como forma de vida. Más allá de los intereses, la neutralidad es una apariencia.
Considero y ejecuto mi abandono de neutralidad para tener tranquilidad de consciencia. Para poder retomarme como proyecto de vida sensato y coherente. Para no permitir que me metan la mano al bolsillo sin protestar. Porque la neutralidad nos ha traído a donde estamos, en una ciénaga sostenida por un aparente conflicto.
Abandono como muchas personas en este país la condición de neutral para buscar meterme en líos y decir que estamos cansados de tanta corrupción, corrupción transversal no ideológica. Y no solamente protestar desde el hartazgo, sino actuar.
Si se siente temeroso de dejar de ser neutral alce la cabeza y se dará cuenta que somos -uno a uno- muchos más. Somos ese gran elefante que vio en la estaca atada a su pata una idea limitante generada por algunos pilluelos.
Ya fue suficiente. Demos espacio a una nueva forma de vida consciente que rompa los hilos que nos llevan a las acciones cotidianas del espasmo permanente que a la vez nos hace levantar los hombros y preguntarnos con inocencia pueril: ¿cuándo saldremos de esto? Esta pregunta que hoy se formula con inusitada frecuencia al terminar las noches de nuestros domingos puede responderse de la siguiente manera: saldremos de esto cuando abandonemos la neutralidad. Cuando seamos frontales, coherentes y conscientes. Cuando simplemente todos, que somos la mayoría, digamos, hasta aquí no más.
Lima, 11 de julio de 2022
Eduardo Herrera Velarde
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