Si revisamos las crisis financieras a lo largo de la historia de la humanidad, existe un patrón que es común a todas. Todas se inician con un período de euforia, en el que sin explicación alguna, los analistas comienzan a decir que por fin la economía mundial ya está mejorando de manera sostenida. Veamos dos ejemplos: en primer lugar, el New York Times en su edición del 27 de enero, señala: “una década después de la devastadora caída de la economía mundial, una señal inequívoca de recuperación por fin se ha logrado. Todas las economías más grandes del planeta están creciendo creando empleos y disminuyendo el descontento popular. Las fuerzas destructivas que desencadenaron la crisis ya pasaron”. En segundo lugar, el FMI en su actualización de perspectivas de la economía mundial de enero 2018, muestra el mismo tono.
El mensaje es simple: la crisis ya pasó y la economía ya se recuperó, aunque nadie sabe por qué. Sin embargo, me permito presentar algunas reflexiones que me hacen dudar de la sostenibilidad del crecimiento; peor aún, están surgiendo nuevas burbujas.
En primer lugar, en los años previos a la crisis que estalló en 2008, al igual que en cualquier otra de la historia, se vivió una etapa, conocida bajo el nombre de la Gran Moderación. Los economistas señalaban que ya habían encontrado la fórmula para crecer a un ritmo sostenido, sin inflación. Y de pronto, sin que casi nadie lo advirtiera, estalló la crisis, con impactos negativos que perduran hasta hoy. Esto ocurre porque en los buenos tiempos, bajamos la guardia, asumimos más riesgos y nos negamos a analizar aquellos indicadores que son los que han generado las crisis financieras desde 1634 en Holanda. Pensamos que esta vez es diferente, título de un libro de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff.
En segundo lugar, ¿cuáles son esos indicadores que no vemos? Sin duda alguna, el crecimiento de la deuda, pública y privada, de los países desde 2009 en adelante. Se suponía que las medidas post crisis reducirían los niveles de endeudamiento, causantes de la crisis, pero no lo hicieron. El mundo comenzó a crecer con deuda, insisto, tanto privada como pública. Hoy los gobiernos y las familias deben más que ayer. Y eso no puede ser sano. Las razones del estallido de la crisis de 2008 no solo se mantienen, sino que han aumentado.
En tercer lugar, el exceso de liquidez mundial está generando burbujas, por el momento en monedas virtuales y probablemente en metales. Los colapsos de las burbujas son los antecedentes más claros de crisis financieras, siempre y cuando el dinero usado para comprar esos activos, haya provenido de endeudamiento.
En cuarto lugar, la especulación en el terreno financiero se ha convertido en un deporte mundial, haciendo crecer precios sin ningún fundamento para luego caer. Desde luego que en el camino hay un grupo de gente que gana; pero también hay otro que pierde. El problema es que el destino de la inversión no es la producción, sino la especulación. Y el crecimiento de la economía mundial basado en especulación, es insostenible.
En quinto lugar, la posición fiscal de los gobiernos en el mundo no tiene la solidez de inicios de siglo. Hoy la mayoría enfrenta déficit fiscales financiados con deuda. Y eso suele ser una bomba de tiempo.
Existen razones para ver con cautela la evolución de la economía mundial. Los sistemas financieros deben estar más regulados que nunca y en alerta. Mientras tanto, seguiremos leyendo noticias optimistas sobre el futuro de la economía; espero estar equivocado, pero me permito decir dos cosas: en primer lugar, esto no es un problema del modelo, si es que existe; los avances tecnológicos facilitan que hasta las economías más controladas, como China, enfrenten estos problemas; en segundo lugar, los buenos tiempos son malos para aprender. Atribuimos las mejoras a nuestra capacidad y los fracasos al entorno externo.
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