Como es usual durante el último mes de cada año se presentan proyecciones sobre diferentes escenarios para el año siguiente, en este caso, 2019. Para muchos resulta un ejercicio ocioso, pues nunca se acierta con lo que ocurre en la realidad. Es cierto. Sin embargo, un sismólogo tampoco acierta cuándo ocurrirá el siguiente terremoto y no por ello deja de hacer proyecciones. El problema está en que la evolución futura de cualquier variable depende de muchos factores que pueden modificarse respecto de la proyección inicial. A pesar de ello, los agentes económicos (compradores, empresarios, inversionistas, etc.) necesitan de algún punto de partida.
Comencemos por algo obvio. Ningún economista, ni nadie puede leer el futuro. Pero sí podemos asumir ciertos comportamientos de las variables que nos interesa analizar y con ellos, construir una proyección. ¿Qué variables suelen proyectarse? Crecimiento económico, inflación, tipo de cambio y tasas de interés, entre otras. Desde luego que lo que se proyecte dependerá de los supuestos que se hagan con respecto de los factores que impactan sobre las variables a proyectar.
Gran parte de lo que ocurra en 2019 estará condicionado por el entorno económico externo. El impacto se viabiliza a través de tres canales: por un lado, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los precios de los metales y por otro, la tasa de interés de la reserva federal (FED). En cuanto a los dos primeros factores, resulta complejo hacer pronósticos, aunque la mayoría de analistas apunta hacia una muy ligera mejoría en los precios de los metales. En lo segundo el tema está más claro: las tasas de interés de la FED seguirán subiendo, se espera al menos cuatro veces durante 2019.
Los impactos del aumento en la tasa de interés de la FED vendrán por los siguientes canales: por un lado, será más caro para las entidades financieras tomar préstamos de fuera y como consecuencia se mantendrán los aumentos en las tasas de interés internas; por otro, desacelerará el crecimiento mundial y por ende la demanda por lo que producimos. Por último, una característica de nuestra economía es que cada vez que sube la tasa de interés de la Reserva Federal, salen dólares y la menor cantidad de los mismos eleva el tipo de cambio. Claro está, que esto último puede ser enfrentado por el BCR a través de la venta de dólares.
El otro factor es la guerra comercial entre Estados Unidos y China. A pesar que en la última reunión del G-20 acordaron una tregua, es probable que luego de la misma se retomen las subidas de aranceles por parte de ambos gigantes económicos. El resultado será un freno a la economía mundial y la elevación de la incertidumbre financiera. Los impactos aparecerán por la menor demanda de metales por parte de China y de exportaciones no tradicionales por parte de los Estados Unidos. La incertidumbre financiera, unida a las caídas de la bolsa de valores de los Estados Unidos y los colapsos de los precios de las monedas digitales, podría hacernos pensar en escenarios más complejos.
En consecuencia y dado el entorno político interno (otra variable a tomar en cuenta), es probable que el crecimiento económico se mantenga en niveles similares a este año (3.7% a 3.9%), la inflación dentro del rango meta del banco central (entre 1% y 3%) y tanto el tipo de cambio como la tasa de interés con tendencia al alza. Desde luego, son solo proyecciones sujetas a cambios, pues parten de supuestos de comportamiento de actores económicos sobre los cuales no podemos influir; pero de algo hay que partir.
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