Cada cierto tiempo, por lo general coincidiendo con una crisis, ocurre un movimiento ideológico en el manejo de la economía peruana; sea del Estado al mercado (años noventa) o a la inversa, como se nota hoy. En el fondo se trata de buscar un culpable y se cree que la solución es cambiarlo. Como un péndulo.
Pienso que es un mal enfoque del problema. Cualquier modelo económico requiere del Estado y del mercado; la diferencia es la mezcla: cuánto de uno y cuánto del otro, pero los dos tienen que funcionar. Si uno no lo hace, no es posible hablar de modelo, como se habla con ligereza en estos tiempos de crisis. Los extremos no funcionan.
Me parece que hay factores que subyacen a la discusión de mercado versus Estado que, como sociedad, no estamos viendo. El conocido politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, sostiene que existen tres diferencias entre los países que son exitosos y los que no. En primer lugar, la existencia o ausencia de capital social o confianza. Los ciudadanos deben escuchar, creer y seguir las indicaciones del Estado. Esa confianza se llama capital social. Nos falta creer no solo en el Estado, sino en que si ponemos un negocio con otra persona, no nos van a engañar. Y la desconfianza existe porque creímos y nos fallaron. Por lo tanto, la primera tarea es recuperar la credibilidad, algo que solo se logra con resultados.
En segundo lugar, la capacidad estatal de cubrir las necesidades básicas de aquellos que lo necesiten. No solo poder hacerlo, sino lograrlo con rapidez. Y esto se asocia con la colaboración estrecha entre el sector público y el privado, que son complementarios y no sustitutos. ¿Cómo se puede hacer invertir si no se cree en la estabilidad de las reglas de juego o estas pueden cambiarse? En tercer lugar, un liderazgo efectivo a nivel nacional, regional y local. ¿Se cumplen las tres condiciones en el Perú?
Si pensamos en Nueva Zelanda, Australia, Singapur y Corea, teniendo modelos con poco o con mucho Estado y con o sin democracia, son países que han enfrentado con éxito la tarea de elevar el bienestar para todos. La diferencia no es la orientación ideológica ni el tipo de gobierno.
Países en los que existe un Estado disfuncional, sociedades polarizadas y pobre liderazgo enfrentan severas dificultades para conectar las cifras macroeconómicas con el bienestar microeconómico. Muchos, como el congreso y la presidencia, piensan que llegó la hora del Estado intervencionista. De ahí sus proyectos de ley. Otros en cambio, creen que hay que mejorar la estrategia basada en el mercado. Creo que la respuesta está lejos de ahí. Antes hay que enfrentar las tres dificultades descritas; de lo contrario solo serán cambios cosméticos, que luego de un tiempo, girarán el péndulo otra vez.
El mercado genera riqueza, pero no logra una distribución que necesariamente es la más justa. Entonces, a través del pago de impuestos, el mercado le entrega el dinero al Estado para que éste último se encargue de las tareas redistributivas. La inversión estatal en educación, salud, seguridad ciudadana, entre otros campos, son fundamentales para que se logre una sociedad con igualdad de oportunidades. Por eso se requiere de ambos.
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