El crecimiento económico, medido por los aumentos de la producción, es una condición necesaria, pero no suficiente para el desarrollo; este último se asocia con la mayor calidad de vida y no solo con la producción.
Lo que sucede es que los resultados económicos no son un fin en sí mismo, sino un medio que puede servir para aumentar el bienestar. Y digo “puede” porque hay muchas economías con buenos resultados económicos y mediocres resultados sociales. En términos más formales, “lo económico” es una condición necesaria pero no suficiente para elevar el bienestar. Una economía puede atravesar por una fase de crecimiento, medido por los aumentos en el PBI, pero no desarrollar, es decir, aumentar la calidad de vida de la población. El crecimiento tiene una connotación material (producir más), mientras que el desarrollo está vinculado con el bienestar.
Existen dos razones por las que es necesario crecer: por un lado, si las empresas producen más, el Gobierno recauda más y, por lo tanto, aumenta la capacidad de gasto del Estado; por otro, y dependiendo de los sectores que lideren el crecimiento, genera empleo. Ya no podemos engañarnos: una caída del PBI origina un aumento del desempleo y/o del empleo informal.
Entonces, ¿qué ocurre? En primer lugar, el hecho de que el Estado tenga dinero como consecuencia del crecimiento, no significa que sepa cómo gastarlo; una de las grandes reformas ausentes en los primeros 23 años del siglo es la del Estado; en segundo lugar, los efectos de las políticas sociales no se ven en el corto plazo sino en el mediano y largo plazo, suponiendo que hayan estado bien diseñadas e implementadas y no alteradas por los nuevos gobiernos; en tercer lugar, existe un alto nivel de desigualdad, no solo de ingresos sino también de oportunidades y regional; este último problema es una característica histórica de América Latina. En cuarto lugar, el Estado no está garantizando un acceso a servicios básicos de calidad; educación y salud de alta calidad son centrales para sostener el crecimiento y cruciales para elevar el bienestar. En quinto lugar, la infraestructura es deficiente, en especial en la conexión entre sectores rurales y los mercados. En sexto lugar, la corrupción en instituciones básicas, como el Poder Judicial. En séptimo lugar, el gran ausente es la reforma institucional. En términos simples, no hemos tenido buenos gobiernos.
No es posible desarrollar así. Lo que complica más el asunto es que aun si se comenzara a atacar los problemas mencionados, los resultados no se verían de manera inmediata. Como consecuencia, los gobiernos, cuando ven cómo se reducen sus niveles de aprobación, optan por programas asistencialistas para calmar a la población y también por ceder ante las presiones de grupos organizados; quien más presiona a través de huelgas, obstrucción de carreteras y similares tiene mayores probabilidades de ser escuchado. Sin un Estado que funcione, es decir, que cumpla con sus tareas básicas, no es posible extender los beneficios del mercado. El mercado necesita del Estado.
El problema adicional de este segundo semestre es la probabilidad, cada vez mayor, de Niño global fuerte que complicaría aún más el panorama.
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