El año pasado David F. Sandberg estrenó de manera auspiciosa su primer largometraje, Cuando las luces se apagan. La historia de un niño aterrado a causa de las visitas que un ser monstruoso hace a su madre permitió el lucimiento de un cineasta que manejó los tiempos con pericia sin que estos se desbarranquen o pierdan ritmo a causa de la cuota efectista que por momentos proporcionaba. Sandberg cogió un argumento agotado y le dio frescura a partir de la destreza en el manejo de los tiros de cámara.
El segundo trabajo para el joven director llegó, al igual que Cuando las luces se apagan, por encargo de James Wan -nuevo rey Midas del género de terror tras las taquilleras Saw (2004), La noche del demonio (2011) y El conjuro (2011)-. Y es que Annabelle 2. La creación (2017) supone un reto mayor debido a la “alta barrera” que dejó su antecesora y a las expectativas de una industria que se desvive por las películas descartables de terror. No obstante, sin ser una cinta que impresione, la precuela de la muñeca poseída por el demonio se disfruta mucho más que su antecesora.
Annabelle 2. La creación empieza tan bien que parece desconectada de la primera parte de la franquicia. Sí, es superior y la razón fundamental es que cada giro de la narración lleva a situaciones donde las posibilidades de resolución son múltiples… hasta la primera media hora. Luego todo se vuelve estático, repetitivo y de homenaje forzado a películas como El exorcista (1973), Don’t Look Now (1973), La masacre de Texas (1974) o la reciente The Babadook (2014). La dilatación de las secuencias finales hace recordar al gore porn de Saw pero en una versión alivianada y psicológica plagada de monjas, niñas huérfanas y maldiciones.
Sin ánimo de spolear, Annabelle 2. La creación cuenta la historia de un grupo de jóvenes mujeres en situación de abandono que son trasladadas a una casa de campo que guarda secretos de pactos satánicos y una pérdida familiar irreparable. El dueño del recinto (Anthony La Paglia) fabrica a mano muñecas de colección que en algún momento fueron las más solicitadas de los pueblos cercanos. Entre las menores se encuentra una que padece de discapacidad física y que es más sensible a las apariciones paranormales. Todo se complicará cuando “el maligno” quiera escapar del cuerpo de una de las muñecas para alojarse en el de la niña.
Sandberg sitúa las acciones a mediados del siglo pasado en una locación alejada de la modernidad potenciando a la trama de un ambiente religioso y conservador característico de la América profunda: los tópicos ideales para que las fuerzas del mal se midan con intensidad ante la fe católica. Esa disputa eterna está provista de personajes dulces y siniestros, inocentes y maliciosos, optimistas y pesimistas. El realizador establece bien los roles del reparto, pero además matiza las interrelaciones humanas con un humor ácido que lleva hasta el extremo. Aunque eso no basta para consolidar su filme.
Annabelle 2. La creación se queda a medio camino, pero tiene momentos destacables. Quizá los mejores sean aquellos en que la muñeca diabólica influye en el comportamiento de la niña y aterroriza a quienes intentan obstaculizar su propósito fundamental. Lo menos llamativo: contar algo distinto recurriendo a las fórmulas de siempre. Ojalá Sandberg, ¿o quizá la mano de James Wan?, no sea el encargado de un tercer intento. Sería más provechoso para el género que Sandberg se enfoque en dirigir manteniendo la línea de Cuando las luces se apagan.
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