Hasta cierto punto es difícil asimilar que el director de Memorias de un asesino (2003) y The Host (2006) sea el mismo de Okja (2017). Y es que Bong Joon Ho ha edificado su carrera cinematográfica desde la óptica de personajes centrales alejados de la ternura y la bondad en un sentido estricto. Usualmente los antihéroes del surcoreano pecan y alcanzan la redención después de masticar cinismo. Estos inconformes de cintas anteriores chocan con una pared de granito cuando el espectador los pone frente a Mija (Ahn Seo-hyun), la niña protagonista de Okja.
Mija ha crecido en una zona rural alejada del modernismo que prodiga Seúl. Su infancia transcurre entre hermosos bosques, ríos cargados de peces y una mascota poco convencional: Okja, una supercerda del tamaño de un elefante que ha sido creada genéticamente para convertirse en la bandera revolucionaria de la industria cárnica. Diez años antes, una empresaria psicópata (¡espléndida Tilda Swinton!) repartió 26 de estos cerdos mutantes por todo el mundo a fin de ver en qué territorio se desarrollaban mejor. Evidentemente, el que más evolución logró fue Okja. Pero ha llegado el momento en que la niña y la supercerda deben separarse. Así, Mija sufre el despojo de su mascota y empieza su cruzada por recuperarla enfrentándose a una corporación inescrupulosa.
Aunque el argumento puede sonar descabellado, lo cierto es que Bong Joon Ho dota a su pequeña heroína de una honestidad y un temple que conmueven con el objetivo de entregar una parábola que emprende contra el maltrato animal, el perjuicio al medioambiente, la manipulación genética de alimentos y la robotización de la mano de obra. La construcción de Mija, como personaje, también revitaliza una mirada inocente, aunque no tonta, sobre un mundo podrido que no guarda mayor esperanza. Este ambiente caracterizado por la ruina moral tiene cierto paralelismo con el que el director construyó en Snowpiercer (2014), su primera película en inglés, recreada en un contexto post apocalíptico (otra muestra del desmoronamiento social del ser humano).
En tiempos donde las redes sociales miden el grado de susceptibilidad de la gente y promueven la generación de espacios para que las hordas de opinólogos digitales se enzarcen contra aquellos que no siguen las modas o tendencias que te ponen in, Bong Joon Ho pisa terrenos y temas pantanosos de los que sale airoso. El motivo fundamental es que su película no guarda un tono circunspecto. Es todo lo contrario. Su humor encierra cuotas de candidez e ironía sin descuidar la intención original de llamar la atención sobre aspectos serios. Las parodias respecto a personajes televisivos (Jake Gyllelhall en una versión hilarante del cazador de cocodrilos) o del mundo tecnológico también desmitifican el prototipo de los líderes de opinión. Okja, producida por Netflix y distribuida vía streaming, reflexiona y martilla con sutileza. La cinta no pierde el tiempo en moralinas de ONG con fines políticos. En cambio, dispara por todos los flancos sin guardar un compromiso partidario mostrando el fanatismo de dos bandos y la pérdida de la perspectiva cuando toda convicción se va diluyendo.
Por otra parte, Okja mantiene un ritmo narrativo que se distingue, en gran parte del metraje, por la incontinencia de secuencias que aluden al cine de aventuras y de acción. El trabajo digital empleado para “armar” a la supercerda es prolijo, aunque algunas acciones no encajen en la ecuación espacio tiempo. En suma, Okja es una propuesta de cine de entretenimiento con muchos aciertos que, a pesar de la polémica generada por su participación en la última edición en el festival de Cannes, se disfruta; por más que solo pueda verse en televisores, tablets, PC o teléfonos celulares.
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