El cine es un espejo

Raúl Ortiz Mory

The Post: los oscuros secretos del Pentágono

the post

Cada cierto tiempo Hollywood produce películas asociadas a la libertad de prensa o el rol del periodismo en sociedades aquejadas por presiones políticas, económicas o de otra índole. En la edición 88 de los premios Oscar, el film ganador en la categoría Mejor Película fue Spotlight (2015), un drama con pasajes de thriller que llevó a la ficción la investigación del diario Boston Globe sobre la red de sacerdotes pedófilos encubiertos por las altas autoridades de la iglesia católica. La cinta dirigida por Tom McCarthy no es exclusivamente una defensa de los periodistas incisivos que creen en los fundamentos de la profesión. Spotlight es una balanza donde la prensa aparece como contrapeso al poder de la institución religiosa. Para los que gustamos del periodismo de investigación y de las buenas narraciones cinematográficas, Spotlight es una pieza exquisita que puede ser apreciada con avidez por estudiantes de periodismo y profesionales de la rama, así como por guionistas y directores en ciernes.

Tres años después del estreno de Spotlight, Steven Spielberg, el director más poderoso de la industria estadounidense en la actualidad, filmó The Post: los oscuros secretos del Pentágono cinta donde se retoma esa vieja tradición cinematográfica de realizar homenajes a los medios periodísticos y mostrarlos como agentes representativos de la ciudadanía amparándose en la Primera Enmienda. Para cumplir su objetivo, Spielberg eligió uno de los pasajes icónicos del periodismo de su país: los Papeles del Pentágono, estudio clasificado que fue revelado por The Washington Post, el Post, donde quedó demostrada la manipulación de datos y una serie de mentiras que cometieron diferentes administraciones gubernamentales sobre la incursión de los Estados Unidos en Vietnam de 1945 hasta 1967.

Spielberg pone como marco de fondo este suceso para centrarse en la figura de Katherina “Kay” Graham (Meryl Streep), la editora y dueña del Post, medio impreso que tuvo su punto más alto grado de prestigio cuando dos de sus redactores, Carl Bernstein y Bob Woodward, destaparon el Caso Watergate a inicios de los años setenta. La insulsa vida de una mujer que acompañaba a su marido a cenas y cócteles se transformó por completo cuando tomó las riendas de un periódico que se caracterizaba más por no molestar a los amigos poderosos que por denunciar los amarres políticos. Graham pasó de cenar con Lyndon Johnson, Henry Kissinger o los Kennedy a un proceso de aprendizaje asociado a los cierres de edición, lidiar con editores de añejas costumbres y visitar las ruidosas rotativas.

Vale mencionar a David Remnick, editor de The New Yorker, quien tiene un libro titulado Reportero donde elabora un perfil de Graham y detalla la transformación de su personalidad a raíz del suicidio de su esposo:

“Phil Graham tenía cuarenta y ocho años cuando murió. Su viuda se vio obligada a hacer frente a todos los mitos y aislamientos que su matrimonio, clase y su sexo le habían impuesto. Llegada la madurez y en un estado de aflicción, de repente se halló al timón de un periódico que todavía debía mostrar algún signo de grandeza y de un grupo de hombres que la miraban, en el mejor de los casos, con considerable desconfianza. En las continuas reuniones, tanto en Washington como en Nueva York, era la única mujer en la sala, y no estaba precisamente segura de sí misma. Todavía no había desarrollado la máscara pétrea que más tarde quitaría el sueño a sus ayudantes. Antes de pronunciar un discurso, temblaba aterrorizada; cuando recibía noticias inquietantes, tenía la desafortunada costumbre de romper en llanto. Las presiones eran enormes y su preparación para ellas, escasa. Tuvo que aprender a ser editora y, no solo eso, sino también a ser una editora mucho mejor que su marido”.

Meryl Streep interpreta a Kay Graham a la altura de otros roles que la dejan en una posición de privilegio teniendo en cuenta su dilatada carrera. Streep interioriza la transformación de Graham para imponerse con locuacidad en la mayoría de momentos en que su personaje debe tomar decisiones trascendentes; pero también apela al puño de hierro en un registro que arrastra todo lo que se le pone por delante. Streep matiza las facetas de editora, jefa, madre y fina socialité con prestancia. Por otra parte, Spielberg utiliza la figura de Graham para explicar lo que significaba ser mujer en ámbitos gobernados por hombres poderosos acostumbrados a ver el mundo desde la óptica menos igualitaria posible. El cineasta tampoco la sitúa al lado de las mártires del feminismo porque en realidad Graham nunca lo fue. Esa posición la incomodaba un poco. Quizá para un sector de las damas de aquella época sí lo fue y Spielberg lo recuerda a través de una de las escenas cuando Graham sale de la Corte Suprema y es seguida por la mirada de varias mujeres.

Spielberg deja clara la posición de su protagonista y la relación complicada que tuvo al inicio con el periodismo. Kay llega a creer en los ideales de la carrera, pero su linaje le remuerde la conciencia por la pérdida de amistades que le granjean sus decisiones profesionales. Remnick también ensaya sobre ello: “Kay Graham había tomado la decisión correcta, y en años posteriores respaldó las investigaciones del Post; pero nunca cesó de mostrar signos de ambivalencia sobre su papel social y político. A medida que se hacía mayor y ganaba en confianza, podía ser imperiosa e incluso aterradora para sus editores y directivos, pero su deseo de complacer, o al menos de llevarse bien con la gente poderosa, nunca se desvaneció del todo”.                 

El otro cimiento en que se apoya Spielberg para equilibrar a Graham es Ben Bradlee (Tom Hanks), el hombre que renovó la mirada del Post y fichó a varios de los talentos periodísticos de la época. Bradlee está muy relacionado a Walter Robinson -el personaje central de Spotlight encarnado por Michael Keaton-. Ambos son periodistas de raza, de choque, que no claudican, que respaldan a sus redactores, que contradicen al director, pero, sobre todo, que pelean por la verdad. Sin embargo, el personaje de Bradlee está en mayor sintonía a otro más lejano y fiel: Ed Hutcheson (Humphrey Bogart) de Deadline U.S.A (Richard Brooks, 1952). Bradlee tiene la misma relación de confianza a nivel profesional y personal con Graham que tenía Hutcheson con Margaret Garrison (Ethel Barrymore). Las dos duplas representan al empleado/dueña del medio y consejero/protectora como aquel enclave mimetizado que se requiere para avanzar por un callejón minado por prejuicios sociales y presiones políticas. Spielberg y Brooks construyen personajes unidos por finos hilos (en este caso éticos) que confluyen y se robustecen a partir de sus interacciones. En The Post: los oscuros secretos del Pentágono, los diálogos entre Graham y Bradlee discurren por cuestiones morales que involucran la pérdida de la familia y los amigos. El guión también marca una serie de aspectos deontológicos que se enfrentan a las tentaciones del mercado financiero.

Algo que se advierte con notoriedad en The Post: los oscuros secretos del Pentágono es su conexión con Lincoln (2012) y Bridge of Spies (2015). En éstas dos últimas, Spielberg traza retratos de hombres que pelean por ideales igualitarios desde panoramas adversos, sin caer en la ingenuidad básica o la indulgencia forzada. El valor real de los tres films está sustentando en la defensa de las sociedades democráticas. En Lincoln, el veterano presidente (impresionante Daniel Day-Lewis) lucha por la Decimotercera Enmienda enfrentándose incluso a los integrantes de su propio partido poniendo en riesgo su popularidad. Spielberg coloca a Abraham Lincoln en un ambiente imposible: la Guerra de Secesión y la utópica abolición de la esclavitud. En Bridge of Spies, un abogado americano, James B. Donovan (Tom Hanks), se hace cargo de la defensa legal de un espía ruso en plena Guerra Fría y de su posterior intercambio por un militar estadounidense. A pesar de jugarse el prestigio profesional y el repudio de la opinión pública, Donovan cree en la justa defensa del hombre sin importar su nacionalidad. The Post: los oscuros secretos del Pentágono va en el mismo sentido: Graham “debe afrontar el precio de ser mujer” y Bradlee defiende los valores fundamentales del periodismo; pero, en mayor medida, la película destaca la necesidad y el derecho que tiene el hombre a informar y ser informado, la libertad de expresión y la libertad de prensa. Spielberg aborda los “temas serios”, constitucionales, sin el manual de instrucciones didácticas o moralistas. Apela a la sensibilidad de personajes magníficos que tienen demasiado por perder, no obstante sus conquistas terminan marcando precedentes. Ese riesgo, a todo nivel, es la impronta del mejor Spielberg.

Otra evidencia en el trabajo de Spielberg es la genialidad y sutileza para elaborar encuadres y secuencias que se disfrutan mucho, así estemos ante cualquiera de sus películas menos auspiciosas. Del montaje queda decir que el director es un especialista en la generación de ritmos cuando articula diferentes escenarios o cuando une las subtramas en un colofón trepidante que solo puede detenerse cuando aparecen los créditos finales. Si tuviera que encontrar un paralelo, algo inexacto, con otras artes, la literatura serviría de comparación. Mario Vargas Llosa explica que la técnica de los vasos comunicantes se desarrolla cuando en una estructura narrativa se establecen dos historias paralelas sin aparente conexión, que al encontrarse alteran o modifican la historia original y abren paso a un final muy distinto al que se preveía. En el cine, el lenguaje es otro. Sin embargo, insisto, Spielberg monta tan bien que presenciamos en imágenes esa conexión milimétrica de la que habla el literato peruano, basta ver la secuencia en que Graham tiene que tomar la decisión de publicar el informe secreto y a la par el realizador muestra el trabajo en la rotativa.

The Post: los oscuros secretos del Pentágono es un gran trabajo que con logrados méritos se acerca a los clásicos de temática periodística como Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) o Network (Sidney Lumet, 1976). Al igual que Clint Eastwood, Steven Spielberg es uno de los directores consagrados que mejores radiografías sociales puede ofrecer en nuestros tiempos.

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