Adrián Mendoza (José Luis Adrianzen) es un docente universitario que ha sido detenido injustamente por el Ejército Peruano. Al hombre se le acusa de promover ideas subversivas entre sus estudiantes y de participar en actos terroristas. La intervención al profesor se da en medio de un ambiente hostil que mantiene en vilo a la población de Ayacucho. Todas las noches el toque de queda impuesto por el gobierno se acentúa por un sonido habitual: el rugir de los fusiles que otorga el fuego cruzado entre la autoridad y Sendero Luminoso. Los pequeños hijos de Adrián, María (Shantal Lozano) y Juan de Dios (Ricardo Bromley), emprenderán una tarea que parece imposible cuando intenten encontrar a su padre.
El argumento de La casa rosada es sencillo y sin mayores pretensiones. Sin embargo, para interiorizar la historia basta conocer, a nivel social, lo que pasó durante la década de los ochenta y la repercusión del terrorismo en el Perú. Si bien fue una época dura para todos los peruanos, quienes vivieron los momentos más dramáticos fueron los pobladores de Huancavelica, Apurímac, Ayacucho y otras regiones de los andes. Palito Ortega Matute, cineasta fallecido en febrero del año en curso, fue testigo excepcional de esta problemática, a tal punto que el argumento de La casa rosada tiene varios pasajes autobiográficos. Por ello, en su película, Ortega encuentra las claves idóneas para desarrollar un melodrama cargado de emoción y naturalidad.
La mirada del realizador está forjada por el sentimentalismo que deriva de una acción injusta donde los dos niños conmueven sin apelar a la sensiblería o la sobreactuación. Ortega encuentra en la sucesión de los hechos un camino sostenido que nunca se descarrila por más que la historia tenga varios giros sorpresivos. El cineasta ayacuchano narra fluidamente encadenando hechos que por ratos escapan al género que define a la película para mostrar su habilidad en el suspenso (las secuencias de las noches huamanguinas donde el Ejército patrullaba las calles generan una gran tensión). Esa mirada inquietante, delicada y, por momentos, reivindicadora, sostiene a una película que traspasa el contexto.
Vale subrayar la correcta y constante utilización del fuera de campo que hace Ortega para explorar los temores de sus personajes. Adrián y sus hijos viven entre la angustia y la desesperación manifestadas por “los sonidos de la noche” que muchas veces no se muestran en la pantalla: insultos, persecuciones, balaceras, arengas, alaridos. Se les puede ver dentro de la vivienda moviéndose debajo de la mesa, agazapados y presurosos, después de apagar las velas para que no los distingan e incriminen en actos ilegales. Un ejercicio de angustia perpetuo que brinda resultados efectivos al director. Es decir, la cámara se concentra en los rostros y las reacciones de los integrantes de la familia Mendoza para reflejar los estados de ánimo, sin mostrar las acciones externas que las provocan.
Respecto a la construcción de los personajes, Ortega es honesto con estos y los retrata a modo de seres afectados por la violencia interna, tanto en la vereda de los militares como en la de los civiles. Todos están hastiados de la situación y buscan salvarse sin importarles lo que tengan que hacer. Los militares cometen abusos y van en contra de los derechos humanos. Los civiles piensan en dejar su tierra para iniciar una nueva vida, pero mientras sigan juntos, victimarios y víctimas, seguirán resistiendo. Todos experimentan la deformación de sus destinos y aceptan que nada mejorará en la capital ayacuchana. Más allá de las actuaciones de los integrantes de la familia Mendoza, cabe resaltar las interpretaciones de Carlos Cano y Kike Casterot como duros militares y de Camila Mac Lennan en el rol de la hermana de Adrián.
La casa rosada es un logro valiosísimo para el cine local. Palito Ortega inyecta realismo, dureza y candor ficcionando una época turbulenta lejos de la perspectiva que normalmente hemos visto en la filmografía peruana sobre la temática terrorista. Una gran despedida para un creador que incursionó en diversos géneros y que tenía mucho más para ofrecer.
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