En la primera escena de Animal podemos apreciar el tipo de lazo afectivo que une a Antonio Decoud (Guillermo Francella) con su familia. Él, gerente de producción de una empresa exportadora de carne, lleva una vida sacada de un cuento de hadas: lo rodean su comprensiva esposa, Susana (Carla Petersen), y tres hijos menores a los que demuestra todo su amor a cada momento. Antonio destaca y es reconocido en su entorno laboral, lo que le ha permitido obtener un estatus económico estable en comparación a la situación que atraviesa su país. Es decir, aparentemente, vive en estado de gracia.
Nada parece afectar la existencia de Antonio hasta que enferma y le dicen que debe hacerse un trasplante de riñón para sobrevivir. Entonces, el camino para conseguir un donante compatible que le otorgue un órgano en buenas condiciones se convertirá en su calvario, al punto que no escatimará esfuerzos, ni métodos, así roce lo ilegal o lo inescrupuloso.
A modo general, esta es la historia que plantea Animal, película del director argentino Armando Bo -coguionista de Birdman, filme de Alejandro Gonzáles Iñárritu que en 2014 ganó el Óscar y el Globo de Oro a mejor guion original-.
El segundo trabajo de Bo como realizador es un acertado ejercicio narrativo que se caracteriza por el manejo preciso del suspenso que, de manera gradual, va descomponiendo la moral de su protagonista, un tipo que, a primera vista, siempre hizo lo justo a cambio de nada dejando de lado muchas cosas por su familia y sus amigos.
Conforme va desarrollándose, Animal adquiere un tono oscuro donde ninguno de sus protagonistas es tan benévolo como se plantea al inicio. Las imágenes engañosas de una vida correcta contenida en una casa de doble jardín y cerco blanco solo son espejismos que sirven a Antonio para asolapar sus frustraciones y su careta cínica. El “pobre hombre” padece de un egoísmo recubierto de sacrifico por el prójimo que también se expresa desde su posición social.
Pero vale recalcar que Bo no potencia su película exclusivamente desde un ángulo que recurra al clasismo, sería injusto decir que el director enfrenta a ricos y pobres porque ninguno de los bandos se distingue por ser correcto o mejor que el otro…comparten las mismas miserias espirituales.
Elías (Federico Salles), el donante y última esperanza de Antonio, junto a su novia, Lucy (Mercedes de Santis), conforman la pareja antagonista de la trama. Ambos son jóvenes, indigentes, oportunistas e incómodos. Por más que Elías y Lucy parezcan sacados de una fábula exagerada, funcionan a modo de agentes distorsionados de un sistema social que canibaliza a sus ciudadanos. Algo similar a lo que pasa con Antonio y Susana, pero con una facha “más aceptable”.
La ambigüedad no es algo que distinga a Animal. Por el contrario, siempre hay una sospecha que termina por estallar de manera violenta (Antonio despotricando bajo la lluvia contra Elías después de parecer gentil, Susana reprochando a Antonio su actitud condescendiente de macho alfa a pesar de mostrarle su incondicionalidad, Lucy encarando a Elías para que se enfoque en ser más ambicioso tras apiadarse de él). Todo lo que al inicio se mantiene a un nivel subterráneo, luego emerge tan de repente que resulta grotesco y sin escapatoria.
Los conflictos psicológicos de Antonio destruyen a su familia sin que se dé cuenta o quizá sin hacer el cálculo adecuado, porque lo primero, lo preponderante, radica en mostrar una fachada de buen hombre. La desesperación por conseguir un riñón hace que todo se le escape de las manos y revele una condición individualista que agobia y enferma.
Animal es una buena película que pone a Francella en el centro de las acciones para ejecutar una destacada actuación dramática que lo aparta de sus ridículos registros cómicos. Armando Bo, por su parte, entrega una pieza de atmósfera tóxica que derruye el estereotipo de familia nuclear en medio de una sociedad hipócrita donde opulentos y desfavorecidos están cortados por la misma tijera.
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