Desde que Brian de Palma dirigió la primera Misión imposible en el lejano 1996, muchas películas de acción -y sus correspondientes secuelas- han desfilado por la pantalla grande. En esa línea, las sagas Bourne (cinco entregas), La gran estafa (tres partes) y Rápidos y furiosos (ocho episodios), quizá sean las franquicias más explotadas del género, aunque con resultados de crítica muy distintos entre sí y con algunos de sus capítulos tan sobresalientes como deplorables, pero que arrastraron recaudaciones que han puesto de buen humor a sus productores más de una vez.
Sin embargo, Misión imposible encierra, de lejos, el mejor bloque de films de acción de los últimos 25 años. Ninguna de sus cintas baja de siete puntos sobre 10 (ni siquiera ese experimento alocado que significó Misión imposible II, bajo la dirección de John Woo). Entonces, ¿se puede pensar que una nueva entrega mantendrá la calidad de sus antecesoras? (sobre todo, cuando la cuarta y la quinta merecen un lugar especial). La más reciente de todas, Misión imposible: repercusión (2018), no solo está a la altura de las anteriores Misión imposible: protocolo fantasma (2011) y Misión imposible: nación secreta (2015), sino que las supera.
Christopher McQuarrie vuelve a tomar la dirección del proyecto que produce y protagoniza Tom Cruise para reafirmar su hábil manejo de las escenas con alta carga de adrenalina y las agradables sorpresas que generan sus innumerables giros argumentales. McQuarrie demuestra un absoluto manejo del ritmo al filmar una película indesmayable de dos horas y media con secuencias que nunca decaen, con una despistada aproximación al humor que engatusa, de personajes entrañables y bien edificados, y con un sentido del paso del tiempo que sí es justo y convincente.
Sobre estos dos últimos aspectos vale decir que Ethan Hunt (Tom Cruise) lleva seis películas encima y ya no es un mocoso de sonrisa encantadora que seduce e irrita a sus potenciales amantes y villanos de turno, respectivamente. Hunt bordea las cinco décadas y su cuerpo lo sabe. El súper agente es consciente de sus limitaciones al momento de pelear o de realizar sus acostumbradas piruetas (¡han pasado 22 años desde su primera aparición!), pero ha ganado en audacia y sabe dosificar sus aptitudes, más allá de que su obstinación se mantenga intacta. Este Hunt duda, teme, espera. Solo las situaciones al límite lo devuelven al pasado, pero, aun así, sabe que el final puede llegar en cualquier maniobra.
Y eso es lo mejor de la esencia que carga Misión imposible: repercusión. McQuarrie ha hecho que Hunt y toda la saga maduren y asuman el devenir temporal como un espejo de la autenticidad que solo la experiencia brinda. Si la película mostrara a Tom Cruise en actitud de veinteañero rebelde que trepa por una cuerda para alcanzar a un helicóptero en el aire o que pelea a puño limpio sin cansarse contra oponentes que parecen sus hijos, estaríamos frente a una farsa. La vulnerabilidad física y el envejecimiento no solo se evidencia en los surcos de su rostro, también se presenta en la performance de su rol como figura de acción. Algo parecido sucede con Rocky Balboa: no se puede pensar que la cresta de la ola está lista para ser montada sin problemas, más bien hay que prepararse para no estropearnos mucho cuando la corriente nos revuelque.
Misión imposible: repercusión también ha consolidado otro cimiento que potencia el engranaje de sus personajes: la unidad obtenida a raíz de la camaradería y la hermandad. Hunt lo da todo por sus amigos, así ponga en riesgo la paz mundial. Ello le resta bonos con sus jefes, algunos tan oscuros y ambiguos como los propios villanos. En un mundo donde no se puede confiar en nadie, el núcleo de camaradas de Hunt es fundamental para mostrarnos su lado más íntimo. Si en Misión imposible II la tempestad de balas provocada por buenos y malos impedía un desarrollo profundo y de las periferias de la personalidad de Hunt, cuatro películas después ya podemos decir qué y cómo entreteje sus sentimientos el espía.
Misión imposible: repercusión transcurre por los senderos de la espectacularidad como si se tratara de un manual de precisión absolutista. Acciones por aire, agua y calles que dejan boquiabierto a cualquiera siguen siendo el sello de la franquicia, siempre con el glamour de las locaciones donde se desarrollan todas sus secuencias. La sexta entrega es un ejercicio maestro de pasión por el género y un triunfo para propios y extraños.
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