Georgina (Pamela Mendoza) y su esposo llegan a Lima desde una zona marcada por la violencia terrorista en búsqueda de un horizonte de mejores oportunidades. Las esperanzas de la pareja también se posan en una nueva vida para el hijo que la mujer lleva en su vientre. Sin embargo, el infortunio será la cruz que deberán cargar desde el arribo a la capital.
Tras un alumbramiento apresurado y sufrido, las parteras que atienden a la joven migrante desaparecen con la criatura recién nacida. De esta manera, la cruzada que Georgina iniciará se topará con los obstáculos de la indiferencia y la injusticia. Tan solo Pedro (Tommy Párraga), un periodista en ciernes que oculta su condición sexual, tomará atención al caso e intentará ayudarla y, a la vez, descubrir una red de tráfico de menores.
Basada en hechos reales y contextualizada en la década de los 80′s, Canción sin nombre (2019), ópera prima de la realizadora Melina León, es una propuesta del cine peruano reciente que maneja con razonamiento y sensibilidad el concepto universal de la pérdida familiar, potenciado por temas como el racismo, el abuso contra la mujer y el clasismo.
El equilibrio entre ofrecer una mirada irredenta del sufrimiento que atraviesa la mujer protagonista y la dureza de un entorno que castiga el hecho de estar desamparado a nivel económico y social, es la fórmula que León encaja a la perfección para contar su historia.
El balance de esta relación hace que Canción sin nombre se libere del manifiesto político reaccionario -¡qué fácil es caer en esas lides muchas veces!- y llame la atención de su argumento desde una perspectiva crítica donde la mujer es víctima de lastres que se extienden como las ramificaciones de una sociedad egoísta.
https://youtu.be/LzGXacgsw68
Otra de los valores que encierra Canción sin nombre y que León maneja con pericia es la utilización del espacio. Los paisajes interminables de la periferia limeña (donde se ubica la precaria vivienda de la protagonista) y los asfixiantes edificios situados en el centro de la capital (caso la “clínica” donde Georgina pare y la redacción en la que trabaja Pedro) se convierten en lugares que prolongan los estados de ánimo de los personajes, sobre todo, de la mujer. Gracias al trabajo fotográfico de Inti Briones, la película ve potenciada la sensación de angustia que también otorga León cuando elige los escenarios.
Los contrastes originados por el blanco y el negro de la propuesta fílmica maximizan la intensidad dramática al punto que los sentimientos de aflicción profesados rozan una grisácea pesadumbre que ve desde muy lejos un atisbo de esperanza.
La efectividad del manejo espacial también se aprecia a través de detalles como las siluetas errantes que surcan el horizonte neblinoso o la pequeñez del ser humano ante estructuras de concreto que se imponen como centinelas impiadosos.
A ello debemos sumar los delicados travelings y paneos que delinean las escenas e ingresan como pidiendo permiso, simbólicamente, para evitar invadir el dolor que carga Georgina. León es elegante y considerada al momento de ponerse detrás de la cámara. Maneja un sentido de la estética y la ética que responde a principios muy distantes a los de la explotación que ofrece, en ocasiones, la pornomiseria audiovisual.
Mención especial merece Pamela Mendoza. La actriz principal posee una fuerza interpretativa arrolladora que la pone en un lugar de privilegio entre los roles femeninos más destacados del cine peruano de los últimos años. Mendoza proyecta, a partir de su rol central, el carácter indómito e irrenunciable de una mujer guerrera que se enfrentará a todo.
No obstante, también podemos verla, especialmente tras la pérdida de su recién nacido, como una dama que vaga apesadumbrada y endeble, cual alma en pena por los arenales -telón de fondo lúgubre y fantasmal-. Georgina carga una tristeza infinita que se mimetiza perfectamente con el manejo del blanco y negro. Mendoza es convincente, auténtica. Más allá de que esté bien dirigida, posee un gran talento natural.
Canción sin nombre es la película designada para representar al Perú en la larga carrera hacia el Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera. Si queda entre las cinco finalistas sería una gran alegría y si no alcanza la terna final no debería ser entendido como un revés para el cine local. Los 40 reconocimientos que ha cosechado -además de los elogios de público y crítica en más de 100 festivales- en el último año y medio avalan a esta hermosa película y a su audaz directora.
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