Las actuaciones pornográficas son tan naturales como las lágrimas de un político. Desde una perspectiva asociada a la sobreactuación, ambas actividades necesitan de incentivos e inventivas que persuadan a sus seguidores. Cautivos acuden los feligreses hacia la morada del entretenimiento -¿acaso en ello no ha devenido la política?- sin importarles el embrujo del artificio, siempre disfrazado de retórica.
Cuando se estrenó Garganta profunda, hace 50 años, no solo se dio inicio a una mirada particular del placer femenino. La cinta protagonizada por Linda Lovelace también abrió el debate sobre el control al que deberían someterse los medios de comunicación, la responsabilidad civil de los grupos políticos conservadores, el perjuicio que podía padecer el inocente y vulnerable espectador y, sobre todo, el nacimiento de una “diabólica” industria que, a la fecha, factura miles de millones de dólares al año.
La película de Gerard Damiano, hito definitivo en el porno por su carácter fundacional, ha adquirido nuevas lecturas en tiempos recientes. Directores y directoras de generaciones posteriores han seguido su estela preservando la categoría de culto que todavía ostenta, pero otras voces han denunciado que un recodo del camino llevó la liberación femenina hacia una estancia poco agradable: la cosificación de la mujer durante el acto sexual. O, en el más inocuo de los casos, hacia una expresión popular que solo es percibida desde la perspectiva masculina. Sin embargo, el legado de Garganta profunda sigue tan vivo a partir de las relecturas del campo audiovisual respecto al cine triple X y las nuevas tendencias que revalorizan el rol de la mujer en la sociedad moderna.
Pleasure narra la historia de Linnéa (Sofia Kappel, ¡extraordinaria!), una veinteañera que llega a Los Ángeles desde Suecia con un objetivo claro: ser la nueva estrella de la pornografía mundial. Ella está dispuesta a sacrificarlo todo: amistades, familia, reputación, amor propio. En un mundo difícil de afrontar, la joven evolucionará mentalmente sin medir los efectos canibalizantes de la industria. Algo que a primer golpe no hiere, pero deja efectos secundarios irremediables.
La ópera prima de Ninja Thyberg tiene un abordaje múltiple que le debe tanto a la obra de Damiano como a los movimientos femeninos reivindicadores que están esparcidos por todo occidente. Lo aplaudible del carácter híbrido de esta directora es que no asume su película como un divertimento irreverente ni una denuncia social justificada por variables opresoras, algo que sí hacen Garganta profunda y, por ejemplo, el movimiento #MeToo, respectivamente. Más allá de la legitimidad de este último. Es decir, Pleasure, dentro de su aparente exceso, es mesurada y sutil. Hace política sin ser demagógica.
Pero lo que más seduce de Pleasure es que escarba en la industria del porno presentando una variante oscura y mecánica del American Dream. Aquí todo es negocio, nada implica sentimientos. Solo el más fuerte sobrevive en un mundo de fieras. El acto sexual acerca la experiencia íntima hacia los bordes de una coreografía acartonada que engendra piedad y humillación. Algo que Linnéa asimila en silencio.
Thyberg mueve los hilos de su personaje central con una precisión que asusta a causa de la naturalidad y la determinación que refleja, sobre todo, porque los sórdidos pasillos del universo pornográfico pueden ser contradictorios y extremos. A través de una investigación exhaustiva sobre cómo funciona este mundo marginal, Thyberg demuestra un amplio conocimiento que se traslada hacia una representación casi documental de todo el contexto.
Linnéa, AKA Bella Cherry, vive en una casa junto a otras chicas que esperan la llamada de un agente que las coloque en alguna película. Las mujeres van descubriendo los niveles del porno y las exigencias de los directores y productores. Todo cambiará en Linnéa cuando vea que su bajo estatus de amateur no la llevará a un puerto prometedor. Entonces, ser parte de la élite exigirá retos tan grandes como sus propias ambiciones.
Pleasure acusa de una cruel honestidad que no entra en el juego de la victimización. Es una película de piel dura. Un bofetón a la hipersensibilidad de los espectadores y de la crítica que prefieren las redenciones de manual. Eso no quiere decir que la protagonista sea una cínica consumada. De ninguna forma. Linnéa es una pieza del sistema que consciente de su situación no ha perdido la perspectiva. Y que tendrá un chispazo de lucidez para resolver su camino.
La trama y la estructura de Pleasure son sencillas, sin sorpresas y hasta se vale de algunas cuotas de humor negro para balancear la crudeza de su temática. Con audacia, mucha audacia, Ninja Thyberg firma un debut promisorio que pone las cosas donde otros no desearían que estén.
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