Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y multipremiada en diversos certámenes del circuito cinematográfico, Anatomía de una caída trasciende al drama judicial en la que muchos marketeros de la industria la han encasillado y que los críticos repiten cual coro de iglesia fundamentalista. La película de la francesa Justine Triet tiene múltiples dimensiones artísticas donde destaca un hábil ejercicio de ambigüedades. Este mecanismo, propio del suspenso y del noir, es el resultado de un guión mañoso que la directora coescribió junto a Arthur Jarari.
Anatomía de una caída narra la historia de Sandra (Sandra Hüller), escritora que vive alejada en los alpes franceses junto a su esposo Samuel (Samuel Treis) y Daniel (Milo Machado), su hijo invidente de 11 años. Una mañana, el niño encuentra muerto a su padre que cayó en la nieve por una ventana de la casa desde una altura considerable. Al momento del trágico hecho en la vivienda solo se encontraba Sandra. Las primeras investigaciones policiales arrojan que podría tratarse de un suicidio o un asesinato. La mujer es la principal sospechosa.
La película presenta dos escenarios independientes que con el transcurrir de los minutos llegan a complementarse para formar un tejido narrativo que origina la tensión dramática propuesta por Triet. El primero comprende la averiguación policial y el posterior proceso judicial que intenta demostrar si Sandra es culpable o inocente. El segundo expone la tóxica relación que tenía el matrimonio y cómo es que Daniel percibía el trato sentimental entre sus padres. Triet disecciona la historia desde los puntos de vista de Sandra y de su hijo para brindar complejas lecturas del conflicto principal. De esta forma, la ambigüedad vuelve a ser la bandera principal de la producción gala.
Ambos fueros están trabajados por ritmos calculados que marcan el tempo del film. Durante el juicio todo es vertiginoso y los giros argumentativos se imponen en la trama. En cambio en el plano íntimo entre la madre y su hijo todo es doloroso, oscuro y hasta incierto. La película avanza por incómodos pasajes que justifican o condenan las actitudes de Sandra, Daniel y el abogado de la mujer, Vincent (Swann Arlaud). Triet entiende que la fórmula del suspenso judicial consiste en jugar con la conciencia del espectador para empujarlo a tomar partido por un bando u otro. Y, evidentemente, cumple su cometido.
En ese sentido, Sandra es, al mismo tiempo, una caja de Pandora y una fuente de resiliencia. Triet condiciona la conducta de su protagonista a través de un pasado donde la envidia y la ambición la rodean. Anatomía de una caída también insiste en la idea de que Sandra debe afrontar el juzgamiento popular sin opción a réplica. Por ello, su actitud ante la opinión pública es inquebrantable. De ahí que empaticemos con sus acciones o rechacemos sus discursos. El juego de espejos que propone el filme tiene su punto más alto cuando Sandra y Daniel resuelven sus diferencias sin importar el veredicto final del juez.
Sin embargo, la resolución de la película fulmina toda la escenificación de la incertidumbre que distingue a buena de su metraje. Un falso guiño intelectual derrumba lo que pudo haber sido una gran propuesta de thriller a fuego lento. No es verosímil que la intensidad del tramo final recaiga en la escena de la discusión entre Sandra y Samuel (¿alguien más recordó a Historia de un matrimonio?) cuando las posibilidades de profundizar dramáticamente en otras direcciones son notorias.
Como anoté antes, Anatomía de una caída se sostiene gracias al ritmo que posee y, sobre todo, a la actuación de Sandra Hüller. Recordada a nivel mundial por su trabajo en Toni Erdmann, la actriz alemana es un pilar de secretos contenidos. La película de Justine Triet tiene una factura visual presentable, una serie de actuaciones destacadas y varios subtextos a medio desarrollar, pero no brilla como el oro que nos quieren vender.
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