Vidas pasadas es la sorpresa de la temporada de premios. Sin embargo, sería injusto decir que sus nominaciones, entre las que resaltan Mejor Película y Mejor Guión Original en todos los certámenes cinematográficos posibles, son sus mejores cartas de presentación. La ópera prima de Celine Song, dramaturga coreana-canadiense residente en los Estados Unidos, comprende múltiples capas emocionales que están unidas por la sencillez de su narrativa y que se complementan entre sí gracias a su trasfondo melancólico, por momentos poético.
Escrita por la propia Song, Vidas pasadas narra la historia de Hae Sung (Teo Yoo) y Nora (Greta Lee), dos amigos que durante la preadolescencia fueron inseparables. Junto a su familia, ella emigra de Corea del Sur a Canadá mientras que él siente la partida como un duro golpe de abandono emocional. Doce años después entablan comunicación por Internet, pero los recuerdos de un pasado idílico -propio de una edad llena de ilusión-, y la imposibilidad de estar unidos físicamente hacen que Nora decida no tener más contacto. Doce años más tarde, y con sus vidas resueltas, o al menos eso parecen sugerir, Hae Sung viaja a Nueva York -nuevo lugar de residencia de Nora- para encontrarse con su vieja amiga. Las emociones y las circunstancias serán cruciales para comprender y determinar el sentido de esta atípica relación.
Vidas pasadas es sutil y parece que por ella no desfilan algunos de los grandes temas que encierra, como la soledad que produce la migración o el vacío existencial cuando la búsqueda de la realización personal parece lejana. A primera vista, los diálogos dan la impresión de ser elementales, no obstante, están cargados de curiosidad, duda y miedo por encontrar respuestas donde es imposible hallarlas. Song tiene el don de la delicadeza narrativa. Lo que a muchos cineastas les cuesta entender o expresar -especialmente cuando piensan que exponer más es sinónimo de contundencia y no pasa de ser un recurso efectista- a la directora se le hace tan natural que nos deja pensando en la variedad de posibilidades melodramáticas de una historia cotidiana.
Vidas pasadas emociona desde la tranquilidad de lo imposible. Si bien es cierto que Hae Sung y Nora protagonizan una historia de amor trunco, no es la lejanía geográfica lo que exclusivamente impide la materialización de sus sentimientos. Las barreras culturales -por más que ambos sean surcoreanos de nacimiento-, y las perspectivas de vida también aumentan las brechas entre estos personajes. Song es cauta y no precipita su postura sobre el efecto que tiene la distancia en las relaciones humanas sino que fabrica circunstancias idóneas para ir separando a sus criaturas. En un sentido nostálgico, la directora evoca recuerdos que remueven las conciencias de Hae Sung y Nora, pero que están muy apartados de quienes son a sus 36 años de edad. La película deja flotando la alternativa de qué hubiese podido suceder si las decisiones hubieran sido otras.
Vidas pasadas está bordada por un hilo de tristeza, inevitable, cuando pone el foco en el reencuentro de sus protagonistas. El choque de dos realidades distintas que siguen alimentadas por los recuerdos de un tiempo que no volverá, se presenta empático para el espectador que tiene la posibilidad de explorar un ángulo distinto en las películas de amores imposibles. El primer amor interrumpido puede ser tan doloroso como estimulante bajo la óptica de Celine Song.
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