Lo que hoy nos exigen las organizaciones es que seamos competentes para la realización y obtención de determinadas labores, como consecuencia de determinadas metas u objetivos. Ser competente significa tener el conocimiento, la habilidad y la actitud que haga posible que lo que sabemos podamos aportarlo a la realidad con la cual convivimos.
Podemos concluir entonces que la opción correcta de aprender es contextualizar el conocimiento en una realidad determinada, para poder aplicar (habilidad) lo que sabemos (conocimientos). A esto hay que añadirle los condicionamientos humanos que lo hagan posible (pasión, ganas, entusiasmo, actitud, liderazgo, etc.). Nos parece obvio y es obvio. Sin embargo, cuando en mis clases de Postgrado pregunto cuanto de lo que aprendieron en la carrera que siguieron en la universidad aplican en el trabajo del día a día, la respuesta generalizada es: poco. El cuestionamiento que salta a la vista es: ¿porque es poco?, ¿qué pasa?, ¿no aprendimos?, ¿no sabemos?, ¿lo que no sabemos es contextualizar el conocimiento a una realidad determinada que es lo obvio de un aprendizaje consciente? Sin duda, lo último es la respuesta más ajustada a lo real.
Debemos cambiar nuestra manera de aprender. Debemos pasar de ser un actor pasivo de nuestro desarrollo a ser un actor activo del mismo. No es fácil, más aún cuando lo que hemos aprendido (en sus modos y formas) nos induce a otra concepción del aprendizaje: memorístico y poco reflexivo. Para reafirmar lo anterior, déjenme contarles una anécdota: un día de clases me encontré con unos alumnos a quienes pregunté qué hacen; la respuesta unánime fue “hemos venido a clases”. Una respuesta esperada; sin embargo algo llamó mi atención, lo que hizo que horas más tarde, en el descanso de la sesión de clases, volviera a tratar de encontrarme con los mismos alumnos, para hacerles una pregunta que consideré complementaria a la anterior. ¿Qué van a hacer mañana? (está demás decir que el contexto era respecto de la maestría) y la respuesta, otra vez unánime y con cierto talante de responsabilidad fue, “mañana, tenemos que reunirnos a estudiar”.
La pregunta que surge como corolario de esta pequeña historia es: ¿venir a clases no es venir a estudiar? Me llamó la atención y aprecié, a través de esta pequeña historia, cuánto tenemos que crecer en el aprendizaje, cuántos paradigmas tenemos que romper (antes las clases eran como adoctrinamientos: donde alguien nos decía que teníamos que saber), cuánto espacio para crear y recrear el aprendizaje ejecutivo, cuanta disrupción tenemos que integrar a nuestra manera de hacer las cosas para crear en contextos diferentes desarrollo sostenido. Retos y desafíos a afrontar.
Aprender correctamente y en función de ello lograr ser competente. Son signos de nuestro tiempo. Debemos direccionar nuestros esfuerzos a lograr un adecuado sistema de aprendizaje ejecutivo que privilegie una metodología acorde con los tiempos y las demandas. No debemos de olvidar una mención que leí hace mucho: “la ciencia es la estructuración de la experiencia”.
Desde el punto de vista presentado es muy pertinente tomar en cuenta, para la formación directiva, algunos puntos, que cita H. Mintzerg en su libro “Directivos sí, no MBA’s” y que parafraseo: El aula debería aprovechar la experiencia de los directivos para su formación. Las teorías ayudan a dar sentido a las experiencias de los directivos. La reflexión profunda sobre la experiencia acompañada por las ideas conceptuales es la clave del aprendizaje ejecutivo. Compartir sus competencias aumenta la conciencia del ejecutivo con respecto a su práctica. Más allá de la reflexión en el aula está el aprendizaje a partir del impacto en la organización. Debemos ser conscientes de la reflexión experimentada.
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