Para quienes hemos nacido en las grandes ciudades, el agua, es un recurso tan natural como evidente. Sabemos que está ahí, pero no somos conscientes de su importancia. Basta abrir el grifo para contar con agua limpia –tibia si queremos– y abundante. Muchos la usamos con descuido y hasta abusamos de ella… hasta que nos falta. Es recién entonces que descubrimos nuestra real dependencia a un elemento tan vital como valioso. El agua en la costa del Perú será cada día más escasa, por ello, su aprovechamiento inteligente y sostenible debe ser tarea de cada uno de nosotros. Usémosla con criterio, disfrutémosla con racionalidad y enseñemos a nuestros hijos su valor e importancia.
Soy Walter Wust, ingeniero forestal, editor y fotógrafo peruano. Desde hace más de tres décadas viajo por el Perú registrando su naturaleza, biodiversidad y cultura, y difundiendo esfuerzos dirigidos hacia el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales. En mis viajes he tenido la oportunidad de conocer deslumbrantes paisajes que he podido inmortalizar a través de la fotografía pero en mi memoria quedan los encuentros con distintas personas quienes hacen posible que cada foto sea mucho más que un lindo paisaje. Esta es la historia de peruanos y su vínculo con agua:
Máximo Romaní Quispe vive cerca al cielo. Su patio trasero es la ladera de una montaña a 4,850 msnm. Su casa de piedra y barro mide apenas un metro de altura y asoma desde una pequeña colina de arcilla roja que alberga a unas briznas de ichu que se resisten a ser arrancadas por el viento cada tarde. El sol del mediodía puede herir la piel, pero es el frío extremo el que hace crujir las rocas por la noche y convierte el pequeño riachuelo que corre en las cercanías en una masa de hielo impenetrable cada mañana. Para la mayoría de los mortales, sobrevivir aquí es impensable… para Máximo y su familia es el hogar.
Celedonio Rojas nació en el desierto y respiró el polvo salado del arenal desde que dio la primera bocanada de aire apretado contra el pecho de su madre. Para él, el mundo no tiene árboles, y si los hay es porque alguien los riega cada día con el agüita que se trae en baldes desde el pozo y se lleva en botellas de plástico hasta el campo. Eso sí, bien tapadas para que no caiga ni una gota. Sol y viento, arena y sal. La gente de aquí tiene la piel tan curtida que haría palidecer de envidia a las momias de Egipto. Ellos, como las plantas del desierto –pallares, olivos, dátiles y frejoles– han aprendido a vivir en la escasez y a esperar, a veces por períodos interminables, la llegada de esa masa de lodo marrón viscoso que asegura la vida por otros tantos años bajo el sol.
Eulogio Peña, por su parte, creció entre árboles de mango y cocoteros al lado del río. Nunca necesitó más que una delgada camisa y una pala, ya que el campo le daba de todo y a manos llenas: arroz, sandías, yuca, plátanos… lo que se sembraba producía, y casi en exceso. A veces, solo las hordas de mosquitos que cada atardecer tomaban por asalto su pequeña chacra al borde de los esteros le recordaban que no vivía en el paraíso. Sin embargo, cada tantos años, el río se cobraba su parte. Llegaba escupiendo barro y se tragaba terrenos enteros. Se llevaba los árboles, las casas y a los animales. Y había que empezar de nuevo. Eso sí, siempre con una sonrisa.
¿Qué tienen en común un pastor de alpacas que vive en el abra Apacheta Grande, Ayacucho, a casi cinco mil metros de altura, con un agricultor del desierto de Ocucaje y un chacarero tumbesino? En realidad, muy poco, salvo que sus vidas –y las de sus familias– están marcadas por los designios del agua. Ya sea bajo la forma de granizo y nevadas que cubren la hierba y matan de hambre a sus rebaños, o de avenidas que regalan bonanza o escasez dependiendo de ciclos de la naturaleza que tercamente intentamos entender, el agua es el elemento vital para millones de peruanos que viven lejos de la comodidad de las ciudades.
Para ellos, girar la perilla de un grifo y disfrutar de un chorro abundante de agua limpia es casi una entelequia. El agua debe buscarse, acarrearse, limpiarse y, sobre todo, cuidarse. Mensaje que debe hacernos pensar, especialmente en tiempos en que las noticias del cambio climático dejan de ser paranoias apocalípticas de científicos en laboratorios esterilizados y se convierten en la realidad de pueblos enteros que se enfrentan a un futuro desafiante.
Un total de 52 ríos drenan la vertiente occidental andina y vierten sus aguas al océano Pacífico, principal colector de la cuenca. La mayoría llega al mar después de recorridos relativamente cortos y con lechos accidentados y de fuerte declive. Con excepción de algunos, como el Tumbes, Chira, Santa, Ocoña, Camaná y Tambo que en forma constante mantienen un caudal importante, son ríos de tipo torrencial, por la gran variación que tiene su caudal a lo largo del año. Algunos como el Saña, por ejemplo, pueden acarrear hasta 180 metros cúbicos por segundo en época de lluvias y solo uno en tiempo de estío. Existen otros, como el Ica, que tienen agua a lo largo del año en el sector interandino de su lecho y desaparecen en el desierto costero por infiltración, evaporación o el uso total de sus aguas. Solo cuando las lluvias de verano que caen en su cuenca colectora alimentan e incrementan notablemente su caudal, las aguas se prolongan por el lecho desértico y llegan finalmente hasta el mar.
En el Perú existen 19 cordilleras nevadas, en las cuales se ha inventariado un total de 8,355 lagunas que cubren un área de 916.64 kilómetros cuadrados. De ellas, un total de 2,045 pertenecen a la cuenca del Pacífico (24%), otras 6,077 (73%) a la cuenca del Atlántico, y 233 (3%) a la del Titicaca. Las dos lagunas más grandes del Perú se ubican en la cuenca del río Urubamba: Sibinacocha, con 28.11 kilómetros cuadrados y situada en la cordillera Vilcanota, y Languilayo con 54.66 kilómetros cuadrados y situada en la cordillera La Raya.
Un dato que salta a la vista es que entre el inventario nacional de Lagunas y represamientos, realizado por la ONERN en 1980 y el más reciente, efectuado por la Autoridad Nacional del Agua a partir de imágenes satelitales en 2010, se han identificado 996 lagunas nuevas, todas generadas como consecuencia del calentamiento global y el retroceso de los glaciares. La pregunta salta a la vista: si no está lloviendo más que antes, ¿son las lagunas y desbordes de los ríos el anuncio de la agonía inevitable de los ríos de la vertiente occidental peruana?
Por Walter Wust, miembro de L+1.
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