Cada vez que los productores dejan un tomate en el campo sin cosechar o se pudre en nuestras refrigeradoras, hay aproximadamente 13 litros de agua que se desperdician. Si fuese un kilo de papa, serían 290 litros en el caso de la agricultura convencional, y si se tratase de un pan con hamburguesa lo que termina en la basura, alcanzaría los 2,400 litros de agua malgastados, mientras hay millones de personas que sufren de hambre y de falta de acceso a agua.
El problema de las pérdidas y los desperdicios de alimentos es que no sabemos cuánto dinero involucran, el impacto que tienen en los ingresos de los pequeños productores, en sus posibilidades de superar sus niveles de pobreza o cuál es la huella hídrica y de carbono que generan. Solo eso explica que no hagamos ese problema nuestro.
Recientemente, la FAO organizó, conjuntamente con el Minagri, un taller sobre la prevención y reducción de pérdidas y desperdicios de alimentos (PDA) para un sistema alimentario sostenible en el Perú, con el fin de posicionar el tema en la agenda nacional. La diferencia entre pérdida o desperdicio es el lugar donde ocurre, las pérdidas suceden en la producción, postcosecha, almacenamiento o transporte, mientras que los desperdicios se presentan durante la distribución o el consumo.
Hay cuatro razones por las que esta iniciativa debe importarnos como ciudadanos y ser apoyada por el sector público y privado para comprometer a todos, según el rol que cumplen, en medirlas y reducirlas.
- En el mundo, se pierden o desperdician 1300 millones de toneladas de alimentos cada año a un costo aproximado de USD 750, 000 millones (casi el PBI de un país sudamericano), mientras hay 821 millones de personas que pasan hambre.
- En América Latina, el promedio de pérdida o desperdicio equivale a 223 kg de alimentos por persona al año, cantidad que si se multiplica por toda la población de la región, podría satisfacer las necesidades alimenticias de 300 millones de personas.
- Lo que se pierde significa millones de hectáreas mal utilizadas para producir alimento que no es consumido, una gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero y toneladas de dióxido de carbono consecuencia del transporte de alimentos desaprovechados.
- Los porcentajes de PDA por grupos de alimentos en América Latina son alarmantes, el 55% en frutas y hortalizas, el 40% en raíces y tubérculos, el 33% en pescados y mariscos, el 25% en cereales, entre otros.
Abordar un problema como este no es sencillo, pero hay dos buenas noticias que la ciudadanía debe conocer.
- FAO y MINAGRI ya están trabajando juntos en establecer las líneas base de cuatro alimentos de importancia dentro de la canasta básica alimentaria: papa, tomate, banano y bonito. Esto significa que se están haciendo esfuerzos por cuantificar las pérdidas.
- El pleno Agrario que se realizó en el Congreso de la República recientemente permitió aprobar la Ley que promueve la reducción y prevención de pérdidas y desperdicios, PL N° 03211/2018-CR, cuya autógrafa ha sido recientemente firmada. Ahora hay que esperar que el Ejecutivo emita lo antes posible su reglamento.
Respecto a lo primero, los resultados preliminares del trabajo que FAO/MINAGRI realizan para el caso de la papa confirman lo que se dijo en nuestro post Las pérdidas y el shock de la productividad, estas están más cerca de la chacra que de la olla y alcanzarían un porcentaje significativo en el eslabón de producción.
Ese dato, que al final del proyecto puede ser ajustado, significa en cualquiera de los casos que los productores de papa de nuestro país invierten sus escasos recursos para trabajar su tierra y una cantidad importante del resultado de su esfuerzo se pierde porque no se planificó la siembra y hubo sobreproducción, por plagas y enfermedades, por falta de lluvias u otros eventos climáticos, por falta o encarecimiento de la mano de obra en el campo, porque los precios que paga el mercado no justifica cosecharla, entre otras explicaciones de las causas por las que esto ocurre. Algo similar sucede con el banano y el tomate.
¿Qué se puede hacer?
- Asumir que todos somos responsables de las pérdidas y desperdicios: para empezar todos los actores de las cadenas productivas, incluyendo los consumidores como una gran categoría y, por supuesto, el gobierno en lo que tiene que ver con la planificación y la entrega de información oportuna a los productores.
- Abordar la problemática de forma diferenciada, según el eslabón de la cadena productiva donde las pérdidas o desperdicios ocurren.
- Si la pérdida se produce en la etapa de producción a causa de problemas de plagas y enfermedades, hay una tarea que le compete a INIA para generar variedades más resistentes a plagas y enfermedades o transferir paquetes tecnológicos que promuevan el manejo integral de plagas y enfermedades.
- Si la pérdida es en la fase de la cosecha, como consecuencia de la migración de la mano de obra hacia las zonas urbanas, es posible impulsar voluntariados para ayudar a los productores a cosechar.
- Si el producto es muy perecible, lo más lógico es procesar lo que no se puede colocar de inmediato. El tomate se puede deshidratar, convertirse en salsas o secar.
- Si el desperdicio se genera en la etapa de distribución o consumo, lo ideal es ofertar a menor precio lo perecible o que tiene calidades no estéticas, donar lo que se pueda o planificar mejor las compras, según sea el caso. La tarea de reducción de pérdidas y desperdicios es de todos.
Solo hay que ponerse a pensar en el impacto de las pérdidas y desperdicios en la vida de los peruanos para empezar a trabajar en la meta 12.3 de los ODS de aquí a 2030.
Todos podemos contribuir a disminuir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita en la venta al por menor y a nivel de consumidores, y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción donde participa la agricultura familiar.
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