Riesgos Financieros

Gregorio Belaunde

Las Crisis Crediticias y la “Lógica de la Liquidación”

En los dos últimos posts hemos visto cómo las tasas de interés muy bajas pueden terminar siendo un factor de deterioro del riesgo crediticio y facilitar la creación de burbujas de todo tipo y también cómo algunos economistas incluso llegaron a considerar que se debía limitar fuertemente la actividad crediticia de los bancos y prescindir de bancos centrales. Estos puntos de vista conllevan también un corolario lógico respecto de qué hacer con los créditos impagos y sus deudores cuando estalla una crisis financiera y crediticia.

La lógica sería bastante simple según ciertos economistas: si antes se fue creando una situación de burbuja de todo tipo de activos, especialmente de bienes inmuebles y de capacidades industriales (pero también de créditos de consumo que a su vez contribuyeron a crear las sobre-capacidades industriales y otros tipos de empresas, incluso agrícolas y de servicios, pues toda esta sobrevaloración de activos y estas sobre-capacidades deben ser en cierta forma revertidas, suprimidas, “liquidadas”, para que los mercados vuelvan a funcionar bien y se reanude, luego de un fuerte costo, un ciclo de crecimiento más sano, menos “artificial”. Al “sobre-apalancamiento” que acompañó a la mala asignación de recursos, o “mala inversión” debe seguir una purga, una “limpieza” natural de toda esa “mala inversión”; hacer lo contrario sería prolongar inútilmente la Crisis. Consecuencia práctica: si miles de empresas deben quebrar, miles de casas ser vendidas a precios ínfimos, y millones de personas perder sus empleos, pues que así sea.

Es el punto de vista que prevaleció en los EE.UU. y en gran parte del Mundo frente a la Gran Crisis de 1929-1933 antes de Keynes.  Efectivamente los bancos centrales pensaron que no debían hacer nada, y los gobiernos pensaron igual: fue el caso del Presidente Calvin Coolidge y en menor medida de su sucesor Herbert Hoover, que tomó algunas medidas para contrarrestar el impacto recesivo de la Crisis, pero que por bastante tiempo mantuvo a su “ministro de finanzas”, Andrew Mellon, considerado como el mayor adalid de la “lógica liquidacionista”, a quien el mismo Hoover le atribuyó una frase, que no sabe si es cierta, donde el verbo “liquidar” aparece varias veces. En realidad, las posiciones de Mellon, como las de Hayek, han sido muy caricaturizadas por razones políticas (a veces los intelectuales, y no sólo el público, necesitan “crear diablos”), las cosas son más complejas. Todo el debate que existió sobre esta temática está muy bien contado en un Paper escrito por J. Bradford de Long en 1989-1990 para la Universidad de Harvard y el NBER (algo así como el ente oficial de las estadísticas económicas en ese país). El Paper se llama: “Liquidation” Cycles: Old-Fashioned Real Business Cycle Theory and the Great Depression.

No entraré en el detalle de esos debates económicos. Lo que se puede decir en todo caso es que el punto de vista de Keynes, aplicado por F.D. Roosevelt, terminó triunfando, aunque muchos consideren que dicho Presidente no aplicó las nuevas políticas durante un tiempo suficiente, generando una recesión en 1937. Y los “cínicos” dirán que fue la Segunda Guerra Mundial que le dio un gigantesco impulso “keynesiano” a la economía norteamericana, así como muchos dicen que los gloriosos años de crecimiento en la Europa de la Pos-Guerra (hasta en la parte Soviética con su absurdo sistema económico) se debieron sobre todo al enorme esfuerzo de reconstrucción que se tuvo que hacer en una Europa devastada, contando además con un gran bono demográfico, el famoso “baby boom”.

Me limitaré al punto de vista de la gestión del riesgo crediticio. Lo que es obvio es que lo que los banqueros ven en esos casos, aunque muchos tarden en reconocerlo, es a deudores cuyos bienes valen sólo una pequeña parte de lo que valían cuando los adquirieron, es decir que las garantías tomadas distan mucho de valer el monto de los créditos otorgados, y que las empresas deudoras no llegan a generar suficientes flujos de caja para hacer frente a sus deudas, y que muchas veces están con grandes sobrecapacidades que complican la posibilidad de mejorar dichos flujos de caja por un buen tiempo, y quizás de manera definitiva. De una manera u otra, sí hay “algo que limpiar”. No se puede escapar a esa realidad. Hay demasiada deuda frente a demasiados activos. A nivel “macro” se habla de “desapalancamiento”.

Pero lo que también saben los banqueros con experiencia, es que al cabo de cierto tiempo, aunque sea un proceso largo y lento, si los bancos centrales y los gobiernos no caen en una actitud de pasividad total, el crecimiento va regresando paulatinamente y muchos deudores pueden ir viendo su situación mejorar y ser capaces de reembolsar todo o por lo menos parte de sus deudas; bueno, inevitablemente habrá también “casos perdidos” (por ejemplo, los negocios que se desarrollaron únicamente gracias al previo “boom”, si éste no regresa, no hay manera de que sobrevivan, son “zombies”).

En general, la buena gestión es una mezcla de “lógica de limpieza”, como la preconizada por los “liquidacionistas”, con una fuerte dosis de calma y de paciencia hasta que las cosas mejoren: en vez de empezar a mandar a la quiebra a todos los deudores y liquidarlos, via la liquidación inmediata de las garantías. Todo el truco está en analizar bien qué deudores son “casos perdidos” (mejor vender a “fondos buitres” que compran por casi nada las acreencias, con la expectativa de poder cobrar algo no necesariamente muy alto, pero superior al precio de compra), y con cuáles se puede definir niveles correctos de “deuda sostenible”, y “deuda no sostenible” en el momento que se negocia.

Con la repartición de esos niveles de deuda se puede armar una buena refinanciación o reestructuración que según la gravedad del caso y las expectativas de futura recuperación, incluirá un mix de alargamiento de plazos, de períodos de gracia, de reducción temporal de tasas de interés, de abandono definitivo de parte de la acreencia, o de conversión en bonos convertibles en acciones, o directamente en acciones. Y si los banqueros negocian bien, cláusulas que permiten aprovechar por lo menos parcialmente de una mejora futura de la situación del deudor, que según las épocas reciben nombres creativos que significan en la práctica lo mismo, como “cash sweep clause” (algo así como agarrarse con la escoba el flujo de caja excedente respecto de niveles predefinidos de flujos de caja futuros para acortar de nuevo los plazos de reembolso alargados). En Francia hay un nombre muy antiguo y más poético para eso: “clause de retour à meilleure fortune”: cláusula de retorno a mejor fortuna (o mejor suerte). En la banca, así como en algunos rubros hay mucha imaginación para crear instrumentos sofisticados con nombres esotéricos que son lo mismo que otros creados años atrás con otros nombres esotéricos, pero que son la misma técnica de estafa, también hay mucha imaginación para volver a hacer las mismas cosas inteligentes que en otras épocas de crisis pero con otros nombres (ahí también hay algo de marketing; es como en el comercio, un buen producto puede perder vigencia para ser aceptado si no se le cambia el empaquetado y hasta el nombre, a veces).

Y para hacer todo eso bien y con calma, evitando la liquidación de numerosos deudores, es necesario hacer algo que muchos son reacios a hacer: reconocer rápidamente las posibles pérdidas crediticias, pasando las provisiones crediticias necesarias “sin andarse en vainas”. Y luego, si las cosas mejoran, se pueden recuperar esas provisiones totalmente o en parte. Además muchas veces ello permite que una empresa reestructurada sea vendida más fácilmente a otra empresa con mayores espaldas. Ya escribí sobre esa necesidad en un post de noviembre 2013.

Ahora bien, a veces los balances de los bancos están tan dañados, con provisiones demasiado grandes, que o se deja a los bancos en cuestión quebrar completamente, o se les reestructura, dividiendo sus carteras en “banco malo” y “banco bueno”. Es ahí que el rol de los reguladores/supervisores bancarios y de los gobiernos es clave, porque ello supone a menudo inyecciones de fondos públicos, que se traducen en “nacionalizaciones temporales” totales o parciales, para luego revender las acciones, cuando las cosas mejoren, de a pocos o de golpe. La regla que es que los propietarios anteriores de esos bancos pierdan todo o parte de su participación en ese caso. Y los que violaron normativas bancarias o éticas deben ser normalmente duramente sancionados, incluso con la prisión en ciertos casos. De manera general ahora hay un consenso en los medios especializados que hacer eso es mejor que andar “cerrando bancos a la bruta” rompiendo la cadena de pagos y agravando el problema. Se reconoce que quienes mejor supieron hacerlo fueron los Suecos con la mega-crisis bancaria que les creó la caída de la Unión Soviética. Pero por supuesto, este tipo de soluciones pragmáticas es muy poco popular: son muy criticadas por los “liquidacionistas puros”, en general ultra-liberales, porque no se dejaría al mercado limpiarse solo, y al mismo tiempo desde la izquierda donde se habla de “rescates a los banqueros” y se quisiera que la nacionalización no sea temporal sino definitiva.

Conclusión

En este tema es bueno tener posiciones equilibradas; los que dicen que hay que “liquidar” deuda excesiva tienen en gran parte razón; es como aquellos que dicen que es difícil andar aumentando el crédito para inversión en nuevos equipos si todavía quedan grandes capacidades ociosas (salvo que sea necesario modernizar equipos): eso es lo realista y razonable. Pero tampoco hay que excederse, porque si todos exageran al mismo tiempo, el efecto recesivo a nivel macro es brutal y puede ser muy prolongado e impedir una recuperación futura. Siendo un poco provocadores: la buena “liquidación” es la de los créditos obviamente excesivos con la ayuda de provisiones crediticias adecuadas, tratando de “liquidar” lo menos posible a las empresas y a la gente; y bueno, si queda una parte que “chatarrear”, pues que así sea (ejemplo caricatural: la sobreinversión en aviones que terminaron acumulándose en un desierto norteamericano; al cabo de cierto tiempo, imposible reutilizarlos; y la consiguiente desaparición de ciertas compañías aéreas). Será interesante ver cómo se hará en China con esas enormes ciudades-satélite nuevas desocupadas en el Interior; en el corto plazo se diría que se hicieron para nada…pero ¿no era que en los próximos 20 a 30 años se prevé una nueva y enorme ola migratoria hacia las ciudades? En el largo plazo podrían servir; todo depende de cómo se administre el proceso y se logre evitar un deterioro irreparable de esas construcciones. Y si algo se sabe hacer en China es tener una mirada de largo plazo, aunque también tengan sus burbujas y esta vez el desafío sea aún más grande que el del cambio de siglo.

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