Es evidente que como nación necesitamos diversos cambios radicales. No veo otra salida a esta durísima situación, y hay medidas que se podrían tomar desde ahora.
Pero, ¿tenemos un presidente radical? Radical, radicalis, relativo a la raíz, ya saben. ¿Actúa Martín Vizcarra atacando la raíz de los problemas que enfrenta?
Cerrar el congreso no fue un acto radical. Esta decisión, espectacular mas bien, apagó un incendio, desencadenó una serie de sucesos que el presidente hoy no puede controlar y fabricó convenientes espacios de los que sacó provecho. La medida fue perfecta para sus intereses políticos y el interés ideológico de sus seguidores o asesores, pero no para el país.
La decisión de asumir una cuarentena rigurosa en extremo, tampoco fue un acto radical. No tenía otra opción y una buena cantidad de estados optaba por lo mismo. Me perdonarán si suena duro, pero valorando el bien que pueda estar haciendo, tampoco podemos sobrevalorar su esfuerzo porque para eso buscó la presidencia, para asumir situaciones difíciles. Y sabemos bien que él la buscó.
Salir a hablar todos los días es un gesto de acompañamiento paternal pero tampoco es algo radical. Sus afirmaciones dejaron de tener trascendencia, y más sólida terminó siendo su ministra de economía, quien a duras penas viene resolviendo la mayoría de problemas y aún así termina siendo presa de la crítica de todos, tirios y troyanos.
Así son las cosas, en mi opinión. Nos ha faltado un liderazgo radical y coherente con lo que el país necesitaba antes de la pandemia y durante la misma; y todo apunta a que lo echaremos de menos en los siguientes meses. No necesitamos un presidente popular o espectacular. Necesitamos uno radical.
Porque lo que sí es radical, es su capacidad para salvar esa popularidad a cualquier precio. Y esto evidentemente lo logra, debo decirlo, apoyándose en la ignorancia y el carácter amorfo de nuestra ciudadanía, pobre, informal, desinteresada, frívola en la élite y resignada en sus bases.
Lo que sí es radical, por otro lado, es su apatía para trabajar como jefe del poder ejecutivo. No usa adecuadamente nuestro dinero, no promueve la generación de riqueza, no cierra brechas sociales, no atrae la inversión, calla frente a las muy peligrosas iniciativas del congreso, y le da la espalda a millones de desempleados y emprendimientos que quiebran debido a una cuarentena ya insostenible.
Salvar al presidente culpando de la situación a problemas estructurales harto conocidos como la informalidad, la desigualdad, la precariedad del sistema de salud, es tan sexy y atractivo de cara al establishment, como insensible de cara a los viejos y nuevos pobres.
Hace falta una nueva radicalidad que sea valiente para enfrentar los problemas del estado desde la raíz. Una nueva radicalidad para renovar la educación en el Perú, porque ahí está la causa de muchos males estructurales. Una nueva radicalidad para enfrentar a quienes quieren engordar a este ya obeso estado para luego comérselo. Una nueva radicalidad para poner en su sitio a tanto científico social, colectivo u ONG que quieren quitarnos la libertad para hablar, trabajar, comprar, vender, ser prósperos y decir lo que nos da la gana sin miedo. Y hace falta una nueva radicalidad que ponga a muchos empresarios en su sitio, y los haga renunciar cuando deben renunciar, entregar algo que les duela, pensar en el ciudadano y no en sus accionistas, dejar de coludir con el estado para robarse nuestro dinero, y cambiar su cultura mercantilista, lobista, y clasista.
Hace falta una nueva radicalidad y esa radicalidad tiene que encarnarse en alguien, pero ese alguien aún no existe o por mi casa no lo vi pasar.
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