Por Axel van Trotsenburg.
De las cenizas de un mundo destruido por los horrores de una guerra como ninguna antes, nació un nuevo paradigma de paz.
Hace setenta y cinco años, delegados de 44 naciones se reunieron en el apartado Mount Washington Hotel en Bretton Woods, New Hampshire. Su misión, en palabras de Henry Morgenthau Jr., Secretario del Tesoro de Estados Unidos, era diseñar acciones concretas para establecer las bases económicas de una paz sustentada sobre una genuina cooperación internacional. La conferencia de Bretton Woods dio inicio a las instituciones que ahora conocemos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo Banco Mundial.
Algo que muchas veces ha pasado desapercibido es el papel que tuvo América Latina en la Conferencia de Bretton Woods. Casi la mitad de los países representados en la conferencia eran latinoamericanos: diecinueve delegaciones en total. Un acuerdo sin el respaldo de América Latina hubiera sido imposible.
De hecho, el Ministro de Finanzas mexicano, Eduardo Suárez, junto con el Secretario Adjunto del Tesoro estadounidense, Harry Dexter White, y el asesor económico del Ministro de Hacienda británico, John Maynard Keynes, fueron los presidentes de las tres comisiones que orientaron la creación del FMI y el Banco Mundial, dirigiendo el debate en torno a otros medios de cooperación financiera internacional.
Al dirigirse a los delegados, Suárez subrayó la importancia de coordinar esfuerzos para enfrentar los desafíos de un mundo convulsionado tras la II Guerra Mundial. Destacó el “enfoque conjunto y cooperativo en torno a los importantes problemas financieros internacionales que enfrentamos. Como miembros de las Naciones Unidas, aceptamos como premisa básica la conveniencia de trabajar juntos para resolver nuestros problemas comunes”.
El jefe de la delegación brasileña, Arthur de Souza Costa, brindó una explicación elocuente de los valores comunes detrás de la conferencia. “Nosotros… representamos a países de todos los rincones de la tierra, pero la idea que nos guía ha sido una sola: la confianza en los resultados de la cooperación dentro de una atmósfera moral que le permita a cada nación vivir de acuerdo a su voluntad soberana, en armonía con sus tradiciones, su cultura y los dictados de su corazón”, dijo. “Frente al argumento nazi de que una supuesta superioridad racial otorga el derecho a gobernar el mundo, Bretton Woods ofrece una forma de conducir los destinos humanos a través del desarrollo de una hermandad entre humanos”.
Los delegados latinoamericanos comprendieron entonces el ideal que sigue vigente en el corazón de la misión actual del Grupo Banco Mundial: el progreso sólo puede venir del trabajo conjunto bajo un espíritu de solidaridad. El Grupo Banco Mundial es uno de los líderes mundiales en el área de desarrollo internacional y reducción de la pobreza, pero no lo hace solo. Desde 1944, ha trabajado de forma estrecha junto a gobiernos, instituciones y organizaciones que comparten sus objetivos.
Si bien la primera tarea del Banco Mundial fue ayudar a los países europeos a reconstruirse luego de la devastación de la guerra -su primer préstamo en 1947 fue a Francia para su reconstrucción-, pronto cambió su objetivo para atender las necesidades de sus miembros en América Latina, África y Asia. Al principio, esto significó principalmente el financiamiento de enormes proyectos de infraestructura. Con el establecimiento de la Asociación Internacional de Fomento en 1960, el Banco comenzó a poner más énfasis en los países más pobres y para comienzos de la década de 1970 ya había desplazado su atención a la erradicación de la pobreza, un objetivo que permanece hasta el día de hoy.
Actualmente, el trabajo del Banco Mundial en América Latina y el Caribe se basa en una estrategia de tres pilares: promover el crecimiento inclusivo, invertir en capital humano -especialmente en educación y salud- para preparar a las personas ante los desafíos y oportunidades que brindan la digitalización y la naturaleza cambiante del trabajo, y desarrollar la capacidad de resiliencia para que los países puedan sobrellevar y gestionar mejor impactos tales como desastres naturales, trastornos económicos y migraciones, así como crimen y violencia.
Desde su creación, en una época en que los automóviles eran un lujo para pocos y las computadoras -ni hablar los teléfonos inteligentes- eran un sueño lejano, el Grupo Banco Mundial ha sido impulsado por los ideales y objetivos establecidos hace tres generaciones en Bretton Woods. Estos fueron sintetizados de forma elocuente por los delegados latinoamericanos en 1944: trabajo conjunto para resolver problemas comunes, confianza en los resultados de la cooperación y espíritu de solidaridad.
Estos principios impulsaron un período extraordinario de crecimiento económico y una mejor vida y oportunidades para las personas. Cientos de millones salieron de la pobreza en América Latina y el Caribe desde mediados del siglo pasado y buena parte de la región ha prosperado. Sin embargo, si bien debemos celebrar estos logros, aún queda mucho por hacer: prácticamente un cuarto de la población está sumido en la pobreza y varios países siguen estando entre los más pobres del mundo.
El espíritu de solidaridad de Bretton Woods fue ejemplificado por Carlos Lleras Restrepo, jefe de la delegación de Colombia y posteriormente presidente de ese país. “Colombia está participando en una tarea común de rehabilitación económica, haciéndolo sin ningún sentimiento de egoísmo, sino con la convicción sincera de que está cumpliendo con sus obligaciones internacionales dentro de los principios de cooperación que en nuestro continente han encontrado su más amplia y profunda aceptación”, dijo ante la asamblea.
A medida que el mundo evolucionó, el Grupo Banco Mundial hizo lo mismo, cambiando, creciendo y renovándose. Pero una cosa sigue siendo igual que en 1944: el espíritu del deber y de cooperación internacional. Esto cobra mayor relevancia hoy en día, a medida que el mundo busca hacer realidad el primer Objetivo de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas: el fin de la pobreza en todo el planeta para 2030.
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