Somos seres emocionales que eventualmente pensamos. Si alguien se chorrea café caliente, los centros de dolor que se encienden en el cerebro son los mismos que se activan cuando uno se siente aislado, excluido o rechazado. Neurobiológicamente, procesamos las emociones igual que el dolor físico (Brown, 2021). El supuesto económico que los seres humanos toman decisiones basados en la racionalidad, ya no es vigente y hasta diría que pensar así nos distancia más unos de otros. De ahí, que la economía del comportamiento, rama de la economía que incorpora la psicología para entender mejor la conducta de las personas, esté en auge desde hace años.
A pesar de nuestra naturaleza, nuestro entendimiento sobre las emociones es pobre. Incluso persiste un prejuicio que cataloga de débil a todos quienes hablan sobre sus emociones. En mi generación, los Millenials, pero con mayor énfasis en las anteriores como los Boomers y la Generación X, las emociones suelen ser vistas como obstáculos en la carrera por llegar a una meta. En nuestra educación y cultura de trabajo, ha primado la eficiencia la cual no contempla detenerse a observar las emociones sino, de cierta forma, a bloquearlas para seguir avanzando. Hay mucho por aprender y también por desaprender.
Para cerrar esa brecha entre lo que somos – seres emocionales – y lo que entendemos sobre las emociones – por ende, de nosotros mismos-, el lenguaje puede ayudarnos. Brown (2021) pidió a 7000 personas señalar todas las emociones que podían reconocer cuando las experimentaban. En promedio, la mayoría mencionó solo tres: felicidad, tristeza y molestia. Sin embargo, su investigación ha identificado que existen 87 emociones (https://brenebrown.com/resources/atlas-of-the-heart-list-of-emotions/). ¿Cómo podemos expresar nuestras complejidades humanas solo con 3 términos?
Las emociones tienen dos ingredientes: lo que sentimos y el nombre que le ponemos. Si las denominamos mal, partimos de un diagnóstico erróneo que difícilmente nos llevará a una solución. Por otro lado, el término que le pongamos va a moldear la emoción y si no la identificamos correctamente, la distorsionará. Esto en el mediano/largo plazo genera consecuencias que se pueden manifestar de distintas formas como en nuestra salud mental y física. Recuerdo una época de mi vida en la que paraba en chequeos médicos pues tenía distintos dolores recurrentes, estaba anímicamente muy bajoneada y preocupada. Tras meses de evaluaciones, mi diagnóstico fue estrés. ¿Les suena conocido?
Los vínculos con otras personas serán tan significativos como es nuestro vínculo con nosotros mismos. ¿Si nos cuesta reconocer nuestras propias emociones, cómo podemos pretender entender a otros? La ruta empieza por nosotros mismos. Confieso haber sido embajadora del falso positivismo sin ser consciente: a la pregunta de cómo estaba, siempre respondía con un “todo bien” aunque no era realmente así. No me daba cuenta que esa respuesta por default, me decía a mí misma que mis emociones no importaban. Ahora sé que el resultado importa tanto como el proceso. Si llego a la meta, pero en el camino sufro demasiado debería cuestionar si esa es la meta correcta para mí.
Conectar con nuestras emociones, entenderlas y darles el espacio que merecen es autoconocimiento y autocuidado y, a la vez, la base para tener relaciones auténticas y significativas con otros. Tenemos la responsabilidad de regenerar el tejido de relaciones humanas que sostiene nuestra sociedad y en el centro están las emociones.
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