En 1914, D.W. Griffith dirigió Judith de Bethulia, película basada en una obra teatral que tiene como inspiración a un polémico texto literario hebreo, el Libro de Judith. En medio de la guerra, la protagonista de Griffith salva a su pueblo del hostigamiento de las huestes del rey Nabuconodosor después de seducir y cortarle la cabeza al general que estaba a cargo de la invasión al asentamiento judío donde moraba. El acto heroico de Judith empodera a esta viuda luchadora y la coloca en un lugar de privilegio ante su timorata nación. Hasta ahí todo bien.
Sin embargo, durante la trama se aprecia a algunos personajes que son motivo de burla y caricaturización: aquellos que van vestidos de mujer siendo hombres. El rol que se les impone es burdo y humillante. Es decir, el hazmerreír de la película siempre será aquel que vaya en contra de lo normalizado.
Se puede entender que hace más de 100 años las personas que iban al cine guardaban ciertas ideas sumergidas en un pantano de intolerancia, pero es el director quien diseña y, de alguna forma, ayuda a perpetuar el estereotipo de payaso travestido para el disfrute de la audiencia. Griffith no había sido el único en utilizar esa transfiguración para provocar risas y burlas, pero es uno de los directores más icónicos de inicios del siglo XX, por ello la mención.
Exactamente ocho décadas más tarde, Jim Carrey protagonizó uno de sus más rotundos éxitos, Ace Ventura, detective de mascotas, película cómica dirigida por Tom Shadyac, donde encarna a un investigador que lucha por el derecho de los animales. Dos secuelas y una serie animada respaldaron la aceptación inicial del film.
En una de las escenas finales y con el fin de resolver el conflicto central de la película, el personaje de Carrey acusa a la jefa de policía, Lois Ainhorn, de ser un hombre, algo que a todas luces es difícil de comprobar a primera vista. Entonces, para solucionar el asunto, Ventura tira con fuerza del cabello de la policía y le arranca la blusa de forma violenta, a fin de demostrar que un hombre no puede tener el cabello como lo lleva ella y, sobre todo, porque no “podría tener tetas”. La teoría de Ventura se va al traste cuando comprueba que ambas suposiciones son falsas. Cabello y senos están bien puestos en el cuerpo de la policía. No obstante, al romperle la falda, y por aviso de un compañero, advierte a todos los presentes que les mostrará “las hemorroides más grandes que jamás hayan visto”. Frente a la cámara pone a Ainhorn de espaldas y en una postura corporal de 90 grados mostrando un bulto dentro de la ropa interior, en resumidas cuentas un pene encubierto.
Toda la escena se torna irreal y medio estúpida, como casi todas las comedias de Carrey, pero es la reacción de los personajes que aparecen en la escena, poco más de 20, lo que sorprende y hasta cierto punto indigna: todos vomitan a raudales al ver al “fenómeno”. Así como en el caso de Griffith, Shadyac ridiculiza a su personaje transgénero y lo referencia del lado de la anormalidad y la insidia.
Estos dos casos y muchos otros recorren el documental Disclosure. Ser trans más allá de la pantalla (2020), dirigido por Sam Feder. En este trabajo se recoge los testimonios de actores, actrices, directores, directoras, guionistas y personas trans que han alcanzado notoriedad en el mundo cinematográfico, pero todavía tienen que lidiar con los estereotipos que impone la industria.
La tesis central de la película radica en la mirada única y tergiversada de los productores de los grandes estudios, o de proyectos independientes, al recurrir a un personaje de características trans. Alteraciones psicológicas que desembocan en asesinatos o actos delictivos, repugnancia y rechazo por parte de los censores que controlan los servicios sociales, encasillamiento en las pretensiones sexuales comparadas a las de una máquina insaciable, asignación de oficios y profesiones exclusivos para los transexuales, son algunas de las dimensiones que critica el documental y que son asignadas a esta minoría en el quehacer cotidiano del cine estadounidense.
Las apariciones y experiencias de figuras como Laverne Cox, Bianca Leigh, Brian Michael Smith, Lilly Wachoski y más artistas, ayudan a entender la situación de un colectivo que se ve suplantado -a veces erróneamente, a veces muy bien interpretado- por actores y actrices heterosexuales. Además, Feder rescata un puñado de películas fundamentales para entender el mundo trans y su lucha en un panorama hostil donde prima, en partes iguales, el desconocimiento y la acusación. Entre los films que generan el debate están A Florida Enchantment (1914), Dog Day Afternoon (1975), Victor Victoria (1982), The Silence of the Lambs (1991), The Crying Game (1992), Boys Don´t Cry (1999) y otros.
Disclosure. Ser trans más allá de la pantalla no es un artefacto gruñón basado en la radicalidad o el convencimiento obligatorio hacia un espectador poco informado. El documental de Feder es un producto reivindicativo bien equipado de casos prácticos -documentados y analizados desde la perspectiva de las oportunidades laborales y artísticas- que desempeña funciones didácticas, históricas y solidarias.
Calificación: 7/10
Película: Disclosure. Ser trans más allá de la pantalla
País: USA
Año: 2020
Duración: 100 minutos
Género: Documental
Dirección: Sam Feder
Reparto: Jamie Clayton, Lilly Wachowski, Trace Lysette, Alexandra Grey, Leo Sheng, Laverne Cox, Candis Cayne, Elliot Fletcher, Brian Michael, Michael D. Cohen, Jazzmun
Guion: Sam Feder
Música: Francesco Le Metre
Distribuidor: Netflix
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