Las nuevas miradas ayudan a refrescar lo establecido y hasta pueden marcar un nuevo camino. Háblame tiene mucho que ver con esta idea. Dirigida por dos generadores de contenidos de YouTube, los mellizos Danny y Michael Philippo, y distribuida por A24 -la productora que dejó de ser una moda y está trazando una estela refrescante en el cine de género-, la película recorre espacios clásicos del cine de terror y los combina con trasfondos actuales donde un grupo de adolescentes son los protagonistas. El combo es entretenido y efectivo. Además, abre posibilidades para que la industria del cine ponga más atención a públicos ávidos de reinvenciones con las que sintonicen y no sigan pensando en plagar la cartelera de refritos de mal gusto.
La historia se desarrolla en un barrio residencial australiano donde los hermanos Jade y Riley viven con su madre, Sue, quien acoge en su casa a Mia, amiga de su hija. Esta última atraviesa la reciente y dolorosa pérdida de su madre. Una noche, las dos muchachas asisten a una relajada sesión de espiritismo organizada por compañeros de escuela donde la escultura de una mano conecta, a quien la estreche, con el mundo de los muertos. Lo que al inicio fue tomado por los jóvenes como algo divertido que confirma su valentía, se convertirá en un encuentro pesadillesco de posesión demoníaca. La sensibilidad de Mia y la mirada curiosa del puberto Riley detonarán una nueva experiencia sin retorno.
Háblame tiene una raíz de ausencias filiales que vale la pena repasar. Mia, Jade y Riley han sufrido la pérdida de seres queridos que les ha dejado un gran vacío emocional. Hasta cierto punto un forado psicológico que les impide mirar la vida con optimismo o riesgo, aunque más en Mía que en los hijos de Sue. Esa circunstancia define un ángulo oscuro de ansiedad en los tres. Una necesidad de búsqueda que el guión representa por medio de situaciones donde la aceptación social juega un rol urgente. Cuestiones como el bullying, la nomofobia, la ciberrealidad, la soledad o las apariencias, destacan cuando se trata de construir a estos personajes. En esos planos se materializa el terror. Es decir, los propios temores y vacíos también pueden ser nuestros demonios.
Háblame se inserta en el subgénero de posesiones diabólicas y exorcismos mirando hacia la máxima referencia que puede tener, El exorcista (1973), pero también camina por su propia senda. No llega a ser una propuesta visual excesiva tipo Sonríe (2022) y tampoco apela a la sutileza de It Follows (2014), por citar dos películas destacadas de la última década. Lo que sobresale en la narrativa de la ópera prima de los hermanos Philippo es el equilibrio entre las cuotas de jump scare y el drama que viven sus personajes. Al no renunciar a uno de los mecanismos más utilizados en el género abre opciones que se consolidan gracias al suspenso engarzado en todo el metraje. Respecto a las perturbaciones emotivas de los personajes, reitero, cubren un espacio fundamental que ayuda a mapear el panorama juvenil contemporáneo.
Háblame es una buena fuente para vender popcorn, pero también es una idea que refresca el cine de terror. Su lenguaje ágil, por momentos arriesgado -por ejemplo, el plano secuencia inicial está entre lo mejor que presenta a nivel narrativo-, y la precisa cartografía de las relaciones juveniles la convierten en una sorpresa que podría abrir más campo para productores de contenidos nacidos en Internet. Algo está cambiando y no siempre es para mal.
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