Lo que no se ve también causa terror. La nueva película de Jonathan Glazer (Birth, 2004; Under the Skin, 2013) no muestra ninguna escena de tortura o maltrato explícito, pero desgarra con su particular mirada del Holocausto. Glazer, que como fabricante de momentos incómodos nunca se ha quedado corto, ofrece una versión despojada de melodrama y tampoco deja espacio para que los afligidos aspiren a una pizca de esperanza. A diferencia de otros filmes tipo La lista de Schindler o El pianista -solo por citar dos piezas reconocibles para el gran público-, la visión social que representa el director británico es fría y calculadora al mismo estilo del comportamiento que tuvieron los nazis con el pueblo judío.
La película es una adaptación libre del libro de Martin Amis que desarrolla la mayoría de sus acciones en una casa campestre donde un comandante nazi, Rudolf Höss (Christian Friedel), vive junto a su diligente esposa Hedwig (Sandra Hüller) y sus cinco hijos. La idílica estancia se ubica al costado de un campo de concentración donde a diario se escuchan disparos y gritos de gente martirizada a la que nunca se le ve. Además, los hornos donde se incineran los cadáveres de los asesinados vomitan columnas de humo sin descanso. Durante el verano, los Höss pasan los días nadando en el río o disfrutan de la compañía de amigos en almuerzos. La tertulia y la buena mesa forman parte del armonioso cuadro. Solo un muro separa el horror ejecutado por bestias vestidas de soldados de una apacible vida familiar.
De esta forma, Glazer se enfoca en mostrar la cotidianidad llevada al extremo de lo banal donde el statu quo de las familias nazis se fortalece dentro de una burbuja de indiferencia absoluta. Parte de la sombra de perversidad que se cierne sobre la película tiene su origen en la normalización pasiva de la violencia que se transmite de padres a hijos. Es decir, no hace falta que seamos testigos de las vejaciones infligidas a los prisioneros para darnos cuenta que a veces mirar hacia un costado puede ser más violento que disparar un arma. De una forma simbólica, Zona de interés muestra lo espantoso que llegó a ser el tejido construido por el régimen de Hitler a través del convencimiento de la supuesta superioridad racial.
Para acentuar el desafecto de los dirigentes nazis a cargo de los campos de concentración, Glazer va madurando diálogos en que las estadísticas de capturados, prisioneros y muertos son comparables a los números fríos que dejan las noticias narradas por marionetas televisivas cuando un desastre natural golpea. En un momento de la película, durante una junta de regentes de campos de concentración, los militares debaten acerca del abastecimiento de la logística para exterminar personas como si la vida no pesara en sus manos. Instantes previos Höss llama a su esposa para decirle que está orgulloso por la aceptación de una de sus propuestas genocidas. Glazer no titubea al mostrar la maldad escapando de los sentimentalismos que podrían aprovecharse en este tipo de escenas. Por el mismo camino, el director recurre a un esforzado trabajo de musicalización que tensa los instantes de ensimismamiento vividos, especialmente, por la pareja protagonista.
Uno de los conflictos que mejor grafica el significado de la maldad en Zona de interés se da cuando Höss y su mujer discuten porque al hombre lo trasladarán a otra locación. Ella no quiere abandonar el espacio que tanto bien le hace a la crianza de sus hijos. Una especie de ideal familiar que tiene su raíz en el estrecho contacto con la naturaleza y el regreso a las buenas costumbres arias. Sin embargo, el verdadero telón de fondo -la adyacente fábrica de muerte- pasa a un segundo plano para la mujer. Auschwitz es parte del paisaje y no importa lo que pase dentro de sus pabellones. Es así como Glazer, poco a poco, gestiona con audacia las conductas de los esposos hasta mostrarlos con sus rostros y pensamientos más desalmados.
Zona de interés emplea el fuera de campo como recurso que refuerza el objetivo de analizar las reacciones de una privilegiada familia nazi sin la menor cuota de empatía. En el fondo, la perspectiva de Glazer es una metáfora que se aplica a cualquier época en que los menos favorecidos siempre serán mirados por encima del hombro.
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