La pandemia por la COVID-19 ha impactado en diversos aspectos de la economía y la sociedad del Perú, así como en diferentes grupos poblacionales. Uno particularmente afectado han sido los niños y niñas. En cualquier país, su protección va más allá de cumplir moralmente con ellos; es pensar en el futuro. Al respecto, Heckman (2007) presenta evidencias de la importancia de la etapa temprana para el desarrollo de habilidades cognitivas y no-cognitivas en la adolescencia y la adultez. Estas influyen en los logros educativos, nivel de ingresos y en comportamientos riesgosos.
El bienestar y el crecimiento económico de un país están fuertemente relacionados con lograr suficiente talento humano y capital de trabajo como determinantes de la productividad y el progreso. Esto, a su vez, es el resultado de diferentes dimensiones: la educación, la salud, el acceso a servicios esenciales para una vida digna, entre otras. Todos estos factores influyen en las personas y en su desempeño en el ciclo productivo, que se forma desde su nacimiento y, particularmente, durante la primera infancia (0 a 5 años ), la etapa de mayor relevancia en la trayectoria de desarrollo de un ser humano.
Por ello, la actual situación de la niñez debe ser abordada de manera prioritaria en un contexto de recuperación de la pandemia. Tal como se muestra en el Observatorio de Propuestas del Bicentenario, el nivel de anemia en niños y niñas entre 6 y 35 meses en el Perú sigue siendo preocupante. Al 2021, cuatro de cada diez niños eran afectados a escala nacional. Esta situación es aún más crítica en el ámbito rural: ese mismo año superaba en casi 10 puntos porcentuales al indicador nacional de anemia registrado. En el caso de la desnutrición crónica, esta mostraba un valor de 11,5 % al 2021, con una persistente brecha respecto al ámbito rural, que está por encima del indicador nacional en 13 puntos porcentuales.
De acuerdo con diversas fuentes, el desarrollo de los niños y niñas menores de 5 años mejora en la medida que la madre cuenta con un mayor nivel educativo. Esto porque son ellas quienes priorizan el cuidado en la alimentación y educación de sus hijos. Tal como se muestra en el informe ENDES (2021), los valores de desnutrición y anemia son mayores en la sierra y entre las familias con menores niveles de ingreso, y prevalece en los hogares cuyas madres no pudieron acceder a una escuela o que solo cursaron la educación primaria.
Por el lado de la educación, la pandemia ha impactado con mayor fuerza en la matrícula del nivel inicial. Ha alejado a los niños de las aulas y ha reducido el desarrollo de sus habilidades sociales. Según los datos de ESCALE, para el 2020 este indicador cayó en 8,6 puntos porcentuales y para el 2021 solo se recuperó en 1 punto porcentual.
A estos datos se suma la situación del embarazo adolescente, factor de riesgo tanto para las mamás como para el niño o la niña. De acuerdo con INEI (2022), 8,9 % de mujeres entre 15 y 19 años eran madres al 2021, dato que resulta más crítico en el ámbito rural, donde 16 de cada 100 adolescentes estaban en esta condición. Este grupo de jóvenes suele interrumpir sus estudios, y pertenecen principalmente a los quintiles más bajos de ingresos.
Otra realidad que se debe considerar es el modelo de estructura familiar. Según el Censo 2017, al menos 765 mil hogares de familias en el Perú eran dirigidas por madres o padres solos, quienes se enfrentan a la crianza de sus hijos, por decisión propia o situaciones de su entorno. De este grupo, el 84,3% de hogares estaba encabezado por madres solas, y más de 72 mil de ellas tenía entre 12 y 29 años.
En el contexto mostrado, los riesgos de no poner el foco en el desarrollo infantil son altísimos para el futuro de estas personas, sus familias y la sociedad peruana. En este último aspecto, no solo referido al logro de una mayor productividad de los trabajadores, sino además a la obtención de nuevas capacidades y talentos que permitan lograr un mayor bienestar. Es necesario considerar la llegada de la cuarta revolución industrial, caracterizada por la transformación digital y el uso extendido de tecnologías disruptivas, como un parteaguas que afectará de manera irreversible el desarrollo económico y el futuro de nuestro país si no lo incluimos en la educación básica de los nuevos ciudadanos.
Es verdad que en la actualidad se ha dado el gran paso para abordar el desarrollo de la etapa temprana de los ciudadanos y las ciudadanas del Perú, iniciativa que se recoge en el Programa Presupuestal orientado a Resultados de Desarrollo Infantil Temprano. Si bien tiene intervenciones enfocadas en la familia, considerando los resultados de diferentes investigaciones y la evidencia disponible, es necesario unirla con otras que promuevan especialmente una mayor conciencia y convencimiento ciudadano sobre la importancia de la primera infancia, incluso antes del ingreso a las aulas. El empleo de los medios digitales es una oportunidad que debe ser más explotada para dotar de trazabilidad a las acciones en beneficio de los niños y niñas peruanos, demandando también acciones intersectoriales efectivas.
Además, deben considerarse las necesidades actuales por el embarazo adolescente y los hogares monoparentales. Estos grupos de personas necesitan de un mayor soporte emocional y económico para las madres y padres, y el proceso de desarrollo de los niños y niñas. Un programa con enfoque de desarrollo infantil temprano debe enfrentar estos retos propios de la realidad peruana.
Estas intervenciones deben ser transversales, considerando que muchas veces el desarrollo de los niños y niñas está relacionado al nivel educativo de las madres. Dado que esta situación se presenta por la tradicional distribución de roles de género, resulta importante concientizar desde la niñez sobre la paternidad activa y responsable como algo instintivo, natural y similar a la maternidad. El desarrollo de seres humanos sanos mental, emocional y físicamente se asegura y fortalece con la participación de ambas figuras paternas, lo que promueve un círculo virtuoso que tiene como fin el progreso del país.
Realizado por: Carolina Dávila y César Amaro, analista e investigador principal de Videnza Consultores, respectivamente
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