Muchos clientes llegan con una duda frecuente cuando se trata de transformar sus empresas: ¿qué viene primero: la cultura corporativa o la propuesta de valor? En mi experiencia acompañando a organizaciones en sus procesos de cambio, he visto que la verdadera clave está en reemplazar ese ‘o’ por un ‘y’. Cultura y propuesta de valor no son opciones que escoger; son fuerzas complementarias que deben crecer en paralelo.
La propuesta de valor es la promesa que una empresa hace al mercado, mientras que la cultura corporativa es lo que permite que esa promesa se cumpla de manera auténtica. La alineación entre ambas es clave para lograr resultados sostenibles y significativos. Es lo que va a movilizar a todo el equipo, tanto a los fundadores como a los colaboradores. Pensemos en marcas que empezaron con poco y que mantienen esa cultura que los caracteriza como el clásico ejemplo de los supermercados Wong y su cordialidad en el servicio.
Cuando la organización ya cuenta con una propuesta de valor clara es fundamental que, en la medida en que va evolucionando para estar acorde con el mercado, no se pierda la propuesta original que el cliente reconoce. Por ejemplo, si conocemos a una empresa de cosméticos naturales por su compromiso con ingredientes naturales y el respeto hacia los animales, cualquier cambio que comprometa estos valores afectará la percepción de la marca. Si esta empresa decidiera lanzar productos con químicos sintéticos y abandonar sus estándares de cruelty free, los clientes se sentirían traicionados.
La propuesta de valor es la promesa central que una empresa hace a sus clientes, aquello que la diferencia y por lo cual la eligen. La cultura corporativa, por su parte, es el conjunto de propósito, principios y comportamientos que guían a una empresa y cómo sus colaboradores viven esa promesa. Mientras la propuesta de valor conecta con los clientes, la cultura corporativa asegura que la empresa actúe de manera coherente y auténtica.
Si ambos conceptos están alineados, el impacto es claro: la propuesta de valor se convierte en una extensión natural de la cultura corporativa, y viceversa. Durante mi tiempo en Interbank pude ver cómo su propuesta de innovación digital estaba alineada con una cultura que prioriza la experiencia del cliente y el bienestar de los colaboradores. Los valores de innovación, trabajo en equipo, integridad y sentido del humor respaldan esta estrategia, logrando que los empleados se sientan parte de un proyecto con impacto real.
A nivel internacional, podemos resaltar el caso de NVIDIA, empresa de software cuya propuesta de valor está alineada con su propósito: resolver los problemas tecnológicos que nadie más puede. Su enfoque en la innovación tecnológica, en áreas como la inteligencia artificial, se refleja en una cultura que fomenta la curiosidad, el trabajo en equipo y el riesgo calculado.
La clave es la coherencia entre el propósito inspirador y ambicioso, y los objetivos y proyectos que llevan a la realidad el equipo. Entonces… ¿qué viene primero? ¿La cultura corporativa o la propuesta de valor? No se trata de priorizar uno sobre el otro, sino de trabajar (y cuando sea necesario, evolucionar) ambas. Después de todo, una empresa con una gran propuesta de valor pero sin una cultura corporativa sólida que la respalde es como un edificio inteligente y ecoamigable, pero sin cimientos para sostenerse.
Y una empresa con grandes aspiraciones, pero que está desconectada de lo que le va a ofrecer a sus clientes es como un edificio de cartón: las promesas están escritas, pero no se encuentran en su interior. Si nos debemos quedar con una palabra que sea coherencia. Si nuestros “qué”, “cómo” y “porqué” están alineados, el sueño y la acción también lo estarán.
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