El sistema de comercio global ya estaba roto, pero hay una mejor manera de recomponerlo que un régimen arancelario imprudente

Hace menos de diez días se publicó el artículo con el título de esta nota. El autor es Michael Pettis, un reconocido experto en la economía China y miembro senior asociado del Carnegie Endowment for International Peace, que es un think tank creado en 1910 por el filántropo y empresario Andrew Carnegie. Su sede está en Washington D. C. Para los que quieren leerlo completamente apareció en Foreign Affairs del 21 de abril de 2025.

En línea con lo que hemos comentado desde mucho tiempo atrás, el régimen de globalización previo tenía serios problemas que explican las nuevas políticas de Trump, y no era maravilloso como señalan los voceros neoliberales de nuestro país y otras partes. Pettis anota que las políticas de Trump reflejan una transformación del comercio global y el régimen de capital que ya había comenzado. De una forma u otra, era necesario un cambio drástico para abordar los desequilibrios en la economía global que se han gestado durante décadas.

Tensión a la vista

El autor señala que las tensiones comerciales actuales son resultado de una desconexión entre las necesidades de las economías individuales y las del sistema global, al igual que lo planteado por Rodrik (2024) comentado en este espacio hace tres semanas. En este caso parece considerar una doble perspectiva: en el primero de los casos de que los desequilibrios entre niveles de ahorro insuficientes respecto de la inversión no se resuelven con política comercial; y de otra parte una hipótesis de origen postkeynesiano donde en una economía global basada en la depresión de los salarios se generan problemas comerciales y económicos a nivel global por los menores niveles de demanda.

Su argumento concreto es que, si bien el sistema global se beneficia del aumento de los salarios, que impulsa la demanda de productores en todas partes, surgen tensiones cuando los países individuales pueden crecer más rápidamente impulsando sus sectores manufactureros a expensas del crecimiento salarial; por ejemplo, suprimiendo directa e indirectamente el crecimiento de los ingresos de los hogares en relación con el crecimiento de la productividad laboral. El resultado es un sistema de comercio global en el que, en detrimento colectivo, los países compiten manteniendo bajos los salarios.

Respuesta posible

Según Pettis es poco probable que el régimen arancelario que Trump anunció a principios del mes resuelva estos problemas. Para ser eficaz, la política comercial estadounidense debe revertir el desequilibrio del ahorro con el resto del mundo. Los aranceles bilaterales no logran ninguna de estas dos cosas.

En tal circunstancia sería prudente que los responsables políticos comenzaran a diseñar una alternativa sensata. El mejor resultado sería un nuevo acuerdo comercial global entre economías comprometidas a gestionar sus desequilibrios económicos internos, en lugar de externalizarlos en forma de superávits comerciales.

El resultado sería una unión aduanera como la propuesta por el economista John Maynard Keynes en la conferencia de Bretton Woods de 1944. Las partes de este acuerdo tendrían que equilibrar aproximadamente sus exportaciones e importaciones, a la vez que restringían los superávits comerciales de los países fuera del acuerdo comercial. Dicha unión podría expandirse gradualmente a todo el mundo, lo que generaría salarios globales más altos y un mayor crecimiento económico.

Falacia de composición

Pettis anota que, para comprender los problemas del sistema comercial global, se debe considerar cómo los salarios influyen en cada economía. Unos salarios más altos suelen ser beneficiosos para la economía porque impulsan la demanda de las empresas y, al mismo tiempo, aumentan su incentivo para invertir en eficiencia. El resultado es un círculo virtuoso. La creciente demanda impulsa una mayor inversión en formas de producir más con menos trabajadores, lo que eleva la productividad económica, lo que, a su vez, impulsa nuevos aumentos salariales.

Sin embargo, cada empresa tiene diferentes incentivos. Pueden aumentar sus ganancias conteniendo los salarios. El problema radica en que, si bien unos salarios más bajos pueden beneficiar a una empresa, reducen las ganancias de otras. En una economía donde la inversión empresarial se ve limitada principalmente por la demanda de mayor producción, si las empresas, en conjunto, reducen los salarios, la deuda de los hogares y las finanzas públicas deben aumentar para compensar la demanda perdida, o la producción total y las ganancias empresariales disminuirán.

Esta paradoja descubierta por Michal Kalecki, también se aplica a los países de una economía global. Si la supresión del crecimiento salarial puede aumentar la competitividad global de la industria manufacturera de un país, puede generar un crecimiento más rápido para ese país al subsidiar e impulsar las exportaciones manufactureras. Pero si todos los países suprimen el crecimiento salarial, el crecimiento de la demanda global se reduce y todos los países se ven perjudicados.

Subvención a la producción

El autor señala que, en un mundo altamente globalizado, donde algunos Estados tienen más éxito que otros en la reducción de los costos laborales, el resultado es una asimetría en la demanda y la oferta de bienes. Dado que las empresas no tienen que fabricar sus productos en los mismos lugares donde los venden, los costos laborales locales se vuelven cruciales para la competitividad de los fabricantes. Las empresas que trasladan su producción a países donde los costos laborales son más bajos en relación con la productividad de los trabajadores pueden producir bienes a un menor costo, lo que aumenta el atractivo de sus productos a nivel mundial.

Asimismo, la supresión salarial presiona a la baja el consumo interno, a la vez que subvenciona la producción nacional. Esto genera una brecha creciente entre producción y consumo que, si persiste en la economía, debe compensarse mediante el aumento de la inversión interna (lo cual puede agravar aún más la brecha). De lo contrario, la brecha invariablemente se revierte, ya sea mediante el aumento de los salarios o la reducción de la producción. Pero en una economía globalizada, existe otra opción: generar un superávit comercial resultante de la supresión de la demanda interna como consecuencia de políticas de empobrecimiento del vecino.

Oposición de Keynes

Por estas razones Keynes se opuso a un sistema de comercio global que permitiera a los países mantener grandes y persistentes superávits comerciales. Un sistema que permitiera estos superávits incentivaría a los países deseosos de expandir la manufactura a subsidiarla a costa de la demanda interna. El resultado sería una presión a la baja sobre la demanda global, ya que los países lucharían por mantenerse competitivos suprimiendo el crecimiento salarial. Los países con mayor éxito en este proceso se convertirían en los ganadores del comercio global. Su participación en la manufactura global aumentaría, mientras que la de sus socios comerciales se contraería. En cambio, Keynes pidió a los países que aprendan a garantizarse el pleno empleo mediante sus políticas internas.

Sin embargo, los gobiernos —incluido el estadounidense— aprendieron a mitigar los costos del desempleo, ya sea bajando los tipos de interés para incentivar el crédito al consumo o mediante un gasto deficitario sin restricciones. De este modo, EE.UU disimuló las consecuencias para el empleo de un déficit comercial constante, pero lo hizo mediante un aumento vertiginoso de la deuda de los hogares y las finanzas públicas.

Equilibrios globales

Según Pettis -em línea con Rodrik- el vínculo entre los desequilibrios internos de un país y los de sus socios comerciales tiene implicaciones que los economistas a veces no comprenden del todo. En toda economía, los desequilibrios económicos internos y externos deben estar alineados, al igual que los desequilibrios externos de cada país deben estar alineados con los desequilibrios externos del resto del mundo.

En el modelo actual de globalización algunas grandes economías ejercen menos control sobre sus economías nacionales en favor de una mayor integración global, mientras que otras optan por mantener el control sobre sus economías nacionales. En la medida en que estos últimos Estados intervienen para evitar que sus desequilibrios económicos internos se reviertan, en la práctica imponen sus desequilibrios internos a países que mantienen un menor control sobre sus cuentas comerciales y de capital.

Nueva globalización

El autor anota que esta última es precisamente el tipo de globalización al que se opusieron Keynes y Joan Robinson. Es el tipo de globalización que permite a los gobiernos aplicar estrategias expansivas para sus economías, pero contractivas para la economía global en su conjunto. Para que la globalización prospere, el mundo debe retornar a un tipo de globalización donde los países exporten para importar y donde los desequilibrios de producción, consumo e inversión se resuelvan internamente, no se impongan a los socios comerciales.

En otras palabras, el mundo requiere un nuevo régimen comercial global donde los países acuerden limitar sus desequilibrios internos y equilibrar la demanda interna con la oferta interna. Solo entonces los Estados ya no se verán obligados a absorber los desequilibrios internos de los demás.

Hacia una Unión Aduanera

Pettis anota que la mejor manera de lograr este tipo de globalización es crear una nueva unión aduanera, en la línea de lo que Keynes propuso en Bretton Woods. Los Estados que se unan acordarían mantener un equilibrio general en el comercio entre ellos, con sanciones para los miembros que incumplan. Pero también erigirían barreras comerciales contra los países que no participen para protegerse de los desequilibrios externos a la unión aduanera.

No se esperaría un equilibrio comercial bilateral, por supuesto, sino entre todos los socios comerciales. Sus miembros tendrían que comprometerse a gestionar sus economías de forma que no externalizaran los costes de sus propias políticas internas. En ese sistema, cada país podría elegir su propia vía de desarrollo, pero no podría hacerlo de forma que los costes de los desequilibrios internos recaigan sobre sus socios comerciales.

Posibles resistencias

El autor señala que muchos países, especialmente aquellos que han estructurado sus economías en torno a una baja demanda interna y superávits permanentes (ejemplo China), podrían negarse inicialmente a incorporarse a dicha unión. Pero los organizadores podrían empezar reuniendo a un pequeño grupo de países que representan la mayor parte de los déficits comerciales mundiales, como Canadá, India, México, el Reino Unido y EE.UU, e incorporándolos.

Estos estados tendrían todos los incentivos para unirse, y una vez que lo hicieran, el resto del mundo eventualmente tendría que participar. Si los países deficitarios se niegan a tener déficits permanentes, después de todo, los países con superávits no pueden tener superávits permanentes. En cambio, se verían obligados a aumentar el consumo o la inversión internos —cualquiera de los cuales beneficiaría la demanda global— o no tendrían más opción que reducir la sobreproducción interna.

Colofón

Según Pettis si el mundo creara una unión aduanera de este tipo, el comercio internacional dejaría de ser, como escribió Keynes, un recurso desesperado para mantener el empleo interno forzando las ventas en mercados extranjeros y restringiendo las compras. La razón por la que los países maximizan las exportaciones ya no sería para absorber el coste de subsidiar la manufactura nacional, sino para maximizar el bienestar de los hogares.

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