Por: Piero Ghezzi
No podemos abandonar el objetivo del liberalismo político: igualar oportunidades. Debemos revisar el liberalismo económico actual: el capitalismo de libre mercado, lo cual no implica buscar alternativas anticapitalistas.
El capitalismo necesita un reinicio. La limitada competencia, el bajo crecimiento de la productividad, la alta desigualdad y una democracia degradada demuestran esta necesidad.
Esto no lo afirma un “castrochavista”. Era la portada del Financial Times de hace unas semanas. Ya el año pasado, en su edición de aniversario, The Economist indicaba que era necesario renovar al liberalismo, tanto político como económico. Incluso los medios más emblemáticos del capitalismo piden un ajuste a su versión de libre mercado.
Este tipo de capitalismo, que inspirado en Friedman y Hayek invoca libertad económica junto a un Estado que regule lo menos posible, se ha vuelto sinónimo de liberalismo económico en los últimos 40 años.
Pero esto ha generado una contradicción inherente en el liberalismo. El liberalismo político tiene como objetivo fundamental la igualdad de oportunidades. Pero el liberalismo económico actual, ese que pide que el Estado apenas regule, no genera por sí solo la igualdad de oportunidades que el liberalismo político pregona. Y ha devenido, a menudo, en mercantilismo y capitalismo clientelista.
No podemos abandonar el objetivo del liberalismo político de igualar oportunidades. Por eso, debemos revisar el liberalismo económico actual: el capitalismo de libre mercado. Ello no implica buscar alternativas anticapitalistas. De hecho, el capitalismo es el único sistema económico que ha logrado sacar a los países del subdesarrollo. Pero sí debemos hacerle ajustes a la forma que ha tomado en las últimas décadas. Debemos salvarlo desde adentro.
Ajustarlo no implica regresar al modelo puramente redistributivo del Estado de bienestar. La mayoría de las propuestas en Chile, por ejemplo, van en esa dirección. Pero no parece ser el camino adecuado. El capitalismo de libre mercado fue, precisamente, la respuesta a los problemas de alternativas centradas en Estados de bienestar. Que uno esté en crisis no implica que las otras funcionarán.
¿Qué tipo de ajustes? Entendamos que el problema económico posiblemente más importante, es la falta de generación de buen empleo. Estamos viviendo a nivel mundial un marcado dualismo productivo-tecnológico, en donde tenemos a un reducido grupo de empresas modernas –generalmente medianas o grandes, integradas al mundo, con alta productividad y mano de obra calificada– conviviendo con un gran grupo de empresas tradicionales o informales –generalmente MYPEs, con tecnología anticuada, con productos de baja calidad y mano de obra no calificada.
Es importante enfrentar de raíz este dualismo productivo. Necesitamos una transformación productiva. Para ello requerimos políticas productivistas que busquen, mediante la colaboración público-privada, poner en valor la mayor cantidad de sectores con potencial, fortalecer los sectores actuales y sofisticar nuestro aparato productivo. También necesitamos políticas públicas que logren la inclusión productiva de la mayor cantidad de MYPE en cadenas de valor formales.
Es necesario redistribuir y avanzar con mejoras de bienes y servicios públicos —es decir implementar algunas características del Estado de bienestar—, pero si no logramos una transformación productiva avanzaremos poco. Peor aún, será insostenible. Sin esta transformación, no lograremos las continuas ganancias de productividad necesarias para financiar la mejora en la calidad de vida de la población. Después de todo, los únicos países que han pasado del ingreso medio al desarrollo en los últimos 40 años —Taiwán, Corea, Singapur y Hong Kong— han seguido un modelo productivista agresivo.
Estos cambios no requieren una nueva Constitución. Su régimen económico – que incluye principios fundamentales que respetar como la disciplina monetaria y fiscal, la apertura de la economía, y un ambiente institucional que respeta los derechos de propiedad – permite políticas públicas del tipo productivista.
Pero si requieren una nueva actitud. Las políticas que realmente necesitamos –para asegurar la inclusión productiva del mayor número de peruanos– han sido, en el mejor de los casos, marginales. Nunca han sido consistentemente prioritarias, ni se les ha dado una escala macroeconómicamente relevante. Si no, ¿cómo entender que dediquemos solo algunas decenas de millones de soles a extensionismo agrario, cuando tenemos más de 2 millones de agricultores?
Esto debe cambiar. Las últimas tres décadas han traído innumerables beneficios, pero nos enfocamos desproporcionadamente en el crecimiento. Y obviamos políticas activas para el cierre de brechas, condición esencial para el desarrollo.
Los defensores del “modelo” se refieren a él como si fuese algo que, bien implementado, funciona como un reloj suizo y del que no podemos movernos. Como si hubiéramos llegado al fin de la historia. La realidad es que las circunstancias y los problemas van cambiando, y por eso hay que hacer ajustes y mejoras, colaborativamente, cuando sea necesario.
No hacer estos ajustes urgentes, no sólo compromete nuestra capacidad de seguir progresando en la senda al desarrollo, sino que puede devenir en reacciones radicales y soluciones (probablemente) equivocadas.
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