Por Nicolás Andrés Ayala, estudiante de Derecho de la Universidad del Pacífico.
Al cierre del 2023, Chile experimentó su segundo intento de aprobar una nueva constitución para reemplazar el texto vigente, creado durante la dictadura de Augusto Pinochet en 1980 (y reformado varias veces ya en democracia). Después de cuatro años, el proceso concluyó sin éxito, dejando al país con incertidumbres sobre su futuro político y social. A pesar de este naufragio, desde otros rincones del continente podemos extraer lecciones para futuros debates constituyentes.
Partamos de la premisa de que una constitución es el texto fundacional de una sociedad, pues la organiza y le proporciona normas básicas coherentes, establece los derechos y principios fundamentales -como la dignidad, la libertad, la igualdad, la justicia o la separación de poderes- y crea instituciones (reglas) sólidas para garantizar su cumplimiento. Sin embargo, todo proceso constituyente es complejo, ya que no solo establece la base jurídica, sino que también abre un diálogo sobre la identidad de la sociedad. Esto obliga a reflexiones sobre el pasado, presente y futuro, lo que suele ser un reto para cualquier sociedad.
Chile demostró que los proyectos constituyentes requieren de liderazgos claros, ideas nítidas y discusiones permanentes, que guíen y estabilicen al conjunto social. ”Por ello, las divisiones internas, conducciones erráticas en los distintos sectores políticos y propuestas carentes de consenso que se observaron a lo largo de este cuatrienio solo contribuyeron a acentuar la inestabilidad.
La participación ciudadana resulta crucial, pues es la columna vertebral de cualquier democracia, ya que permite comprender a todo el espectro de opiniones de manera efectiva y dota de legitimidad al proceso y sus resultados. Pese a la obligatoriedad del voto en el referéndum chileno, sin embargo, 2 de cada 8 chilenos no acudieron a las urnas. Esto arroja luz sobre los desafíos que enfrentan las democracias liberales para movilizar e involucrar a sus ciudadanos en decidir sobre el futuro de su país.
Aunque existen contrastes, a ambos lados de la frontera compartimos la realidad de que las constituciones vigentes a menudo distan de ser ideales o siquiera efectivas. La falta de conocimiento sobre el texto, la disminución en la garantía de derechos y las persistentes brechas socioeconómicas son desafíos comunes que nos retan constantemente.
Una pregunta fundamental persiste: ¿son nuestras constituciones un reflejo real del país? El fracaso del proceso chileno se debió a la insuficiencia de consensos amplios, la falta de destinos claros y proyectos que no reflejaron la identidad y el sueño de sus ciudadanos de un futuro mejor. La lección principal que podemos llevarnos es que la redacción de una constitución implica inteligencia, humildad y vocación. Invita a pensar que la escriben aquellos que ya no están, los que viven ahora y los que vendrán mañana. Y a aquellos que se encuentran en la vereda opuesta.
La constitución no es una lista de deseos, pero sí debería ser la expresión real del deseo de lo que cada sociedad aspira a ser y construir día a día. Entender esta premisa implica reconocer que el país se construye junto con los demás, y que la constitución funda, organiza y orienta. Solamente comprendiendo esta máxima podremos abordar eficazmente los futuros debates constituyentes.
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