Los congresistas peruanos sueñan con ser empresarios. Usan la economía peruana y determinados mercados -como el de educación terciaria- como si fuese un tablero de juego donde ellos pueden tomar decisiones empresariales. En una de sus últimas divagaciones, a un grupo de congresistas se le ocurrió que “ciclo cero” sea el único método de admisión a las universidades, en reemplazo de selección por mérito, entrevistas o exámenes de admisión tradicionales.
De convertirse en ley, esta “ideota” podría distorsionar el mercado universitario peruano, generando costos sociales. A diferencia de un juego como Fantasy League, donde uno puede fingir ser entrenador, sus decisiones tienen graves consecuencias en el mundo real. Pero esta no es la única diferencia:
“Fantasy Congress” toma decisiones que afectan a todos los jugadores simultáneamente y son más “definitivas”
A diferencia de los juegos de roles, donde uno elige a un solo jugador, una decisión del Congreso afecta a todos los jugadores simultáneamente. Es decir, no hay lugar para la experimentación (ensayo-error) o competencia entre alternativas de política.
A diferencia de este mundo de fantasía, el mercado es experimental por naturaleza. Empresarios toman decisiones en base a información (respuesta de clientes o usuarios), disposición a pagar e incentivos como la posibilidad de ganar o perder dinero, en base a sus decisiones. Entonces, pueden probar cambiar su método de admisión, pero la competencia quizá no lo haga. Ambos tendrán resultados distintos dependiendo de esta decisión. Pero aún los que tomen una decisión “equivocada”, muchas veces podrán revertirla rápidamente; y, los que no la tomen, en caso se pruebe como una buena decisión, podrán copiarla en el futuro.
“Fantasy Congress” tiene pocos incentivos e información para tomar la decisión correcta
Conforme a lo ya dicho, a diferencia de un empresario, un congresista no tiene el input de los clientes (no nos referimos a encuestas o entrevistas con personas que se puedan quejar, sino a la disposición a pagar: miles o millones de decisiones que afectan los precios).
Un congresista tampoco asume las consecuencias de una mala decisión. Imaginemos que se implementa el sistema de admisión en base a “ciclo cero”. Algunos serán ganadores y otros perdedores. Los políticos o analistas (lobistas) presentarán estadística que respalde la decisión. Las pérdidas de eficiencia serán marginales y se verán con los años. Cuando tengamos un diagnóstico (si acaso alguna vez lo tenemos), habrán pasado años, será oscurecido por información favorable y no será atribuido a esta política.
Fuera de esto, así se puede establecer que la política fue costosa socialmente, no impactará en nada a los congresistas que votaron a favor. Muchos de ellos ni siquiera continuarán en la política, por la prohibición de reelección.
¿Qué hacer?
La reforma universitaria en Perú ya nos dejó decenas de ejemplos de “fantasías”: obligación de maestría para dictar; obligación de ser universidades de investigación; obligación de carreras de mínimo cinco años; prohibición de virtualidad al 100% (esto ya se derogó hace poco); etc.
La reforma también nos dejó evidencia de la falta de accountability acerca de resultados: ¿cuáles son los costos de la ley en términos de reducción del acceso a la educación terciaria en Perú?; ¿cuánto se ha elevado el precio de la educación como consecuencia de la reforma?; ¿qué grupos empresariales han sido los principales beneficiarios?; ¿se ha elevado la calidad de la educación? ¿ha aumentado el retorno de la educación para egresados? ¿ganan más, tienen mejores trabajos?
Por otro lado, ¿qué ha pasado con la educación pública, que ahora representa el 50% del mercado? ¿Ha aumentado el acceso o la inversión? ¿Ha aumentado su calidad?
La respuesta se cae de madura: en un mercado con 50% de propiedad pública sobre la educación, ahí tienen su campo de acción y experimentación: inviertan y mejoren la educación pública. Con una educación pública fuerte, se puede garantizar el acceso y mejorar la calidad. Pero, en realidad, eso implicaría hacer en la vida real, demandaría un gran esfuerzo político y administrativo. Nuestros políticos solo quieren jugar sus juegos de fantasía.
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