Economía conductual

Bertrand Regader

Las consecuencias psicológicas de los accidentes de tráfico

Es relativamente común que, para concienciar acerca de la importancia de conducir de la manera más segura posible y evitando imprudencias, se ponga el foco en casos de accidentes mortales o que dejaron claras secuelas físicas en sus víctimas.

Esta es una realidad que no debe ser pasada por alto, pero tampoco hay que olvidar que más allá de las lesiones físicas, los sucesos relacionados con los choques y las salidas de pista pueden llegar a tener implicaciones psicológicas muy severas, de manera que incluso quienes pasan una temporada ingresados en una clínica y afortunadamente consiguen recuperarse de sus heridas, tardan más en recuperarse emocionalmente.

Tener esto claro permite no quedarse únicamente con la fotografía estática de tener o no tener una lesión en la pierna, en la columna o en los brazos, y ver la realidad más dinámica de la salud mental (y de hasta qué punto puede verse marcada por un par de segundos de conducción temeraria).

Las principales secuelas psicológicas de los accidentes de tráfico: el TEPT

La psicopatología por excelencia que viene desencadenada por los accidentes de tráfico es el Trastorno de Estrés Postraumático, la cual está presente en entre un cuarto y un tercio de los supervivientes. Esta alteración psicológica suele tener como causa catástrofes que producen muertos o comprometen la integridad física de una o varias personas, o bien situaciones de intensa violencia física o psicológica (de hecho, empezó a ser investigada observado las secuelas que la guerra dejaba en veteranos del ejército de los Estados Unidos).

Así pues, en comparación con lo que pasa con otras formas de trauma más sutiles, se trata de eventos traumáticos muy desgarradores emocionalmente y que están asociados a unos estímulos y sensaciones muy concretas, y dan lugar a síntomas también muy disruptores.

Entre estos síntomas vinculados al Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), uno de los más característicos consiste en los “flashbacks”: imágenes mentales en las que los recuerdos se mezclan con la imaginación, y la persona “revive” de manera muy intensa lo que le ocurrió durante la experiencia desencadenante del trauma. Por ejemplo, alguien que desarrolló un trauma a partir de un accidente de tráfico en el que conducía un coche puede sufrir una crisis al oír cómo se rompe una ventana de un edificio cercano, ya que esto hace que emerja en su consciencia todo lo que vivió estando dentro del coche que quedó destrozado.

Mientras ocurre, lo más normal es que no confunda esa experiencia con la realidad (la persona es consciente de que esas imágenes reflejan lo que ocurre en su mente, no a su alrededor), pero de todos modos es lo suficientemente vívido como apara que se sienta totalmente real, como si se tratase de un bucle temporal hacia el pasado.

Y por supuesto, intentar conducir un coche puede llegar a ser imposible para las personas con TEPT causado por un accidente, ya que prevén la posibilidad de sufrir los síntomas estando al volante y, de este modo, están más predispuestas a que les ocurra (con todas las implicaciones que esto tiene para la seguridad vial). A fin de cuentas, esta psicopatología tiene uno de sus pilares en la ansiedad, y los problemas de ansiedad dan lugar a lo que se conoce como “profecías autocumplidas”: el miedo a sufrir una crisis psicológica de este tipo “atraen” hacia nosotros el estrés y la angustia, volviéndonos más vulnerables y proclives a que finalmente emerjan los síntomas que tememos.

Las fobias

Además del TEPT, hay otros trastornos psicológicos que surgen con relativa frecuencia en las personas que sobreviven a los accidentes de tráfico. Entre estas, cabe destacar las fobias. Estas forman parte de los trastornos de ansiedad, y concretamente, hacen que se disparen los niveles de ansiedad ante estímulos concretos que la persona percibe como amenazantes o asociados a una situación muy peligrosa, a pesar de que no hay motivos objetivos para reaccionar de esa manera tan exagerada.

Las fobias son muy diversas y pueden surgir a partir de todo tipo de estímulos fóbicos: hay personas con fobia a las arañas, otras con fobia a los ascensores, etc. Y por supuesto, también las hay con fobia a los coches o a sentarse frente a un volante en general, algo que puede ser desencadenado por haber sufrido un accidente. Personas que habían sido perfectamente capaces de conducir un coche y se saben a la perfección la normativa de tráfico pasan a sentirse indefensas ante la idea de avanzar por una carretera recta: están demasiado obsesionadas con la posibilidad de pasar otra vez por un accidente y todo lo que ello comporta. Por suerte, las fobias responden muy bien al tratamiento psicológico, pero a pesar de ello requiere de esfuerzo y tiempo (varios meses de acudir al psicólogo).

Los complejos por insatisfacción con el cuerpo tras sufrir lesiones

Incluso en las personas que consiguen recuperarse de sus lesiones pueden llegar a desarrollar problemas psicológicos asociados a estas. Por ejemplo, no son pocos los casos de víctimas de accidentes de tráfico que desarrollan una gran insatisfacción con su cuerpo a causa de las cicatrices que les dejó el suceso.

La importancia de la faceta psicológica de esta clase de problemas es aún más clara cuando la lesión tan solo deja marcas muy superficiales en la piel, de manera que aunque no quedan secuelas de ningún tipo en la funcionalidad de los órganos (por ejemplo, se puede flexionar la rodilla como siempre), la apariencia de esa parte del cuerpo queda alterada significativamente.

En casos así, la persona puede llegar a sufrir tanto por el hecho de no identificarse con lo que ve frente al espejo, como por la sensación de que no tiene un problema real y que no debería quejarse, a pesar de notar que es infeliz; todo a causa de una cultura según la cual solo importan los problemas que pueden ser descritos en términos biomédicos, lo cual alimenta los prejuicios hacia quienes sufren malestar psicológico (incluso si esa persona es uno mismo).

No nos olvidemos de las distracciones

Hasta ahora hemos dado un repaso a las consecuencias psicológicas de sufrir un accidente, pero hay otras consecuencias psicológicas a tener en cuenta: aquellas que se producen cuando vemos un accidente de tráfico sin sufrirlo directamente.

De hecho, desde un punto de vista cuantitativo, estas son más importantes: hay más personas que ven choques y salidas de la carretera que personas que se ven involucradas directamente en estas experiencias. Pero incluso quienes no forman parte de la realidad más palpable de un accidente de tráfico, si lo ven, se ven afectados por este: el potencial distractor de estos sucesos es muy alto, tanto que en algunos lugares, esta causa explica más los choques en cadena en un mismo punto de la carretera que la acumulación de obstáculos invadiendo la pista tras un accidente.

Parte de la capacidad de los accidentes de “enganchar” nuestra atención es que, por definición, se salen de la norma. Nos preparan para evitar accidentes producidos por clases predefinidas de elementos que interfiere con nuestra visión de la pista (una curva, los focos de un coche en dirección contraria, el sol…), pero evitar que los ojos se vayan hacia algo que no debería estar ahí y que nunca habíamos visto antes es más complicado. Es sencillo memorizar que cerrar los ojos para bostezar puede hacer que perdamos el control del coche durante varios metros si vamos rápido; no lo es tanto recordar que estamos conduciendo cuando pasamos a estar concentrados en averiguar el tipo de choque que se ha producido minutos antes a nuestra derecha.

Ese “cambio de chip” que se sale de las instrucciones dadas en el libro de teoría para sacarnos la licencia de conducir puede costarnos muy caro si no estamos psicológicamente preparados para detectar esa clase de trampas mentales. Es importante entrenar esa capacidad de detectar rápidamente las distracciones e identificarlas como tal, de manera que justo después de ver que no hace falta detener el coche para socorrer a otras personas, bloqueemos la influencia distractora que el accidente de tráfico tiene en nosotros.

La clave está en reforzar las medidas de seguridad vial

Por todo lo que hemos visto, se vuelve muy necesario informar y educar más acerca de todo lo relativo a las consecuencias psicológicas de los accidentes de tráfico tanto en quienes los sufren directamente como en las personas que los presencian.

Es necesario tomarse la conducción como lo que es, un comportamiento que va más allá de percibir estímulos “prefijados” por las normativas de tráfico y de actuar ante ellos siguiendo las normas y reaccionando a tiempo; alrededor de todo ello, hay una serie de implicaciones emocionales y cognitivas que no podemos pasar por alto. En las autoescuelas se enseña a usar el coche desde un punto de vista mecánico, lo cual es normal, pero no tendría demasiado sentido que también se educase acerca del comportamiento del conductor en estos términos, como si fuésemos robots dedicados a acelerar, frenar y girar.

Si aún no hay vehículos de este tipo que se conduzcan solos es porque tenemos la capacidad de adaptarnos sobre la marcha cuando las señalizaciones no son garantía suficiente de ir sobre seguro y de que seamos totalmente conscientes del peligro que supondría un descuido, pero cuanto más preparados vayamos, mejor. No conviene dejarlo todo a la improvisación.

Referencias bibliográficas:

* Darves-Bornoz, Jean-Michel; Alonso, Jordi; Girolamo, Giovanni de; Graaf, Ron de; Haro, Josep-Maria; Kovess-Masfety, Viviane; Lepine, Jean-Pierre; Nachbaur, Gaëlle; Negre-Pages, Laurence; Vilagut, Gemma; Gasquet, Isabelle (2008). “Main traumatic events in Europe: PTSD in the European study of the epidemiology of mental disorders survey”. Journal of Traumatic Stress, 21(5): 455 – 462.

* Fekadu, W.; Mekonen, T.; Belete, H.; Belete, A.; Yohannes, K. (2019). Incidence of Post-Traumatic Stress Disorder After Road Traffic Accident. Frontiers in Psychiatry, 10: 519.

* Lin, W.; Gong, L.; Xia, M.; Dai, W. (2018). Prevalence of posttraumatic stress disorder among road traffic accident survivors. A PRISMA-compliant meta-analysis. Medicine (Baltimore), 97(3): e9693.

 

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