En el cine, existen diversas formas de mostrar las motivaciones y el destino de los personajes. A veces, la mirada que tienen éstos sobre el mundo que los rodea puede ser falsamente inequívoca y esquemática; es decir, provista de pocas variantes conductuales. En otras ocasiones, la ambigüedad se refleja a partir de matices psicológicos que hacen más interesantes a los protagonistas. Nada es blanco o negro, ni en la buena ficción, ni en la vida misma. Lo categórico pasa por los grises que definen la riqueza del carácter de un personaje al momento de diseñarlo.
Si hablamos del cosmos de los superhéroes -y también de los antihéroes- la solemnidad es lo que ha distinguido a buena parte de las producciones fílmicas derivadas de los cómics. O, mejor dicho, la resolución de los conflictos ha caído en un saco de formalismo que pretende mostrar un rostro políticamente correcto. Ese es uno de los grandes defectos de Marvel Cinematic Universe (MCU). Algunos ejemplos para entender esta postura son las producciones sobre el Capitán América y la reciente Pantera Negra (2018). Salvo excepciones como Guardianes de la Galaxia Vol.1 (2014), Ant-Man (2015), Doctor Strange (2016), Logan (2017) y Thor: Ragnarok (2017), los demás mastodontes avalados por Stan Lee recogen un sentir que siembra espectáculo, pero que cosecha compostura. Con ello no quiero decir que no sean productos que dejen de funcionar como aparatos de entretenimiento. ¿De verdad divierten? Muchísimo. Aunque casi siempre terminan siendo flagrantemente aleccionadores.
En cambio, Deadpool 2 (2018) es todo lo contrario. Y no solo se debe a la naturaleza del personaje, la exposición de situaciones al límite o la cantidad de referencias populares y frases punzantes antisistema. Deadpool 2 mantiene una cuota de honestidad que la hace genuina y entrañable. La película del estadounidense David Leitch plantea un argumento sencillo que engancha por la universalidad de su tema: la pérdida de un ser querido. Es desde esta historia pequeña e hiper recurrente que cada protagonista se desarrolla con naturalidad apoyándose en los demás para sumar esfuerzos y convertir al filme en un divertimento satisfactorio.
Cada personaje es una pieza que aporta humor o melancolía sin que su presencia se deje avasallar por el antihéroe vestido de látex rojo y negro. Deadpool/Wade Wilson (Ryan Reynolds) funciona gracias a Domino (Zazie Beetz), Cable (Josh Brolin), Weasel (T.J. Miller), Firefist (Julian Denninson), Blind Al (Leslie Uggams), Colossus (Stefan Kapicic), Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hildebrand) y Dopinder (Karan Soni). Y viceversa. Todos llaman la atención y tienen algo que contar. Sus apariciones causan expectativa y no se siente que alguno haya sido incluido para ocupar solamente unos minutos del metraje. Más allá de los objetivos taquilleros de MCU y las posibles secuelas de la franquicia, Deadpool 2 tiene alma, pero, en mayor medida, bastante corazón.
Otro de los lados fuertes de la película está en la solvencia que tiene Leitch para armar buenas escenas de acción. El realizador carga pergaminos suficientes ya mostrados en John Wick (2014, codirección junto a Chad Stahelski) y Atómica (2017). Leitch tiene buen ojo para poner la cámara en los ángulos adecuados sin que sus escenas resulten reiterativas o cansinas. Los ambientes gansteriles (especialmente el bar de Weasel, el mejor amigo de Wade/Deadpool) tiene un aire a locación de película de serie B que imprime una marginalidad que no opaca el aura mordaz y fraternal que poseen los diálogos.
Respecto a Ryan Reynolds queda poco que decir: él es Deadpool, así como Hugh Jackman es Wolverine. La caracterización socarrona del actor canadiense lo hace imprescindible al momento de transmitir las emociones del neurótico antihéroe. En esta segunda parte se le nota más cómodo y suelto. Sin embargo, es paradójico que el punto más débil de la película, en términos interpretativos y de construcción, sea el personaje de Vanessa Carlysle (Morena Baccarin), la novia de Wade/Deadpool. Más allá del tiempo que aparece en toda la película, su presencia es acartonada y da motivos para dudar que sea una bisagra primordial en la estructura del guión.
Deadpool 2 no es solemne, felizmente. Se trata de una película que muestra lados convencionales sostenidos por el humor, la acción y las actuaciones de un elenco bien elegido. En tiempos donde no todo tiene porque estar acaparado por los Vengadores y su lamentable guerra infinita, la segunda entrega fílmica del carismático enmascarado resulta una alternativa que vale la pena disfrutar.
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