Todas las veces que Viggo Mortensen aceptó los llamados del polémico David Cronenberg, para que sea el protagonista de sus películas, los resultados fueron bastantes auspiciosos. Una historia de violencia (2005), Promesas del este (2007) y Un método peligroso (2011) pusieron al actor de origen argentino en pieles distintas a la que el público masivo se había acostumbrado a verlo: el rey Aragorn de la taquillera trilogía El señor de los anillos, de Peter Jackson.
La valentía del personaje creado por J.R.R. Tolkien -en sintonía a la épica que exige el amplio mundo antropomorfo del escritor estadounidense- fue reemplazada por registros intensos, y de mayor complejidad, correspondientes a personalidades crueles, divertidas e impredecibles (incluido un papel como Sigmund Freud).
De este manera, Mortensen acentuó su versatilidad consolidándose como un actor que, posteriormente, encajó en proyectos de directores muy distintos entre sí, caso Lisandro Alonso (Jauja, 2015), Matt Ross (Capitán Fantástico, 2016) o Peter Farrelly (Green Book, 2018). No hay duda de que ha pasado por todo tipo de experiencias interpretativas, casi siempre elogiosas.
En paralelo, sus ideas políticas, sociales y económicas, difundidas en entrevistas donde se ha mostrado frontal y jocoso, proyectaban una mirada provocadora sobre la realidad que, en algún momento, podría plasmarse en un guion o posarse detrás de una cámara. Felizmente, Mortensen, confeso amante del fútbol, ha dado el paso hacia la dirección cinematográfica con muy buen pie.
Su ópera prima, Falling (2020), narra la historia de Will (Lance Henriksen) -un octogenario que padece de demencia senil y que durante toda su vida ha sido machista, vejador e intolerante- y la de su hijo John (Mortensen) -homosexual, piloto de la Fuerza Aérea, casado con un enfermero y padre de una niña a la que adoptó-.
La relación entre Will y John, separados por las barreras ideológicas y sentimentales, propias de dos generaciones irreconciliables, tendrá pasajes incómodos cuando John inicie la búsqueda de una casa para Will, a fin de tenerlo cerca, y alejarlo del pueblo rural donde el anciano siempre habitó y que durante sus últimos años ha vivido en soledad. Los días que padre e hijo pasarán juntos serán difíciles por las costumbres que cargan cada uno, por la enfermedad que va borrando toda racionalidad en el hombre mayor y por los recuerdos que acechan como fantasmas a ambos.
Promisorio debut el de Mortensen como realizador a partir de un drama familiar que conecta desde el inicio a través de una sentenciosa frase: “Siento haberte traído a este mundo para que tengas que morir”. La fórmula y el sentido de trascendencia que Falling propone, con la declaración brutal que Will hace a su hijo, a los pocos meses de nacer, explica el camino duro que recorrerá.
En el film, las experiencias serán más accidentadas si el mismo progenitor es el que siembra las minas de la intransigencia. Mortensen ha dicho en entrevistas a medios de comunicación que Falling tiene una ligera influencia autobiográfica. Mínima, pero, al fin de cuentas, cercana a cierta realidad que conoció cuando sus padres padecieron alteraciones mentales en el epílogo de sus existencias.
Falling no cae en el garabato burdo y tosco de la representación filial que solo podría retroalimentarse, en primera vista, por la culpa y la autocompasión. La intensidad de la relación central -respaldada por la propuesta de un ritmo que nunca decae- es posible camuflándose en una verosimilitud que apunta a encontrar la segunda oportunidad, aquella que redime las equivocaciones y pretende alcanzar una vida más plena.
Mortensen utiliza los flashbacks como dispositivos de narración que encadenan un pasado turbulento y un presente encubierto de tranquilidad, el mismo donde las deudas fraternales no están saldadas. En Falling todo puede estallar e irse al garete en cuestión de segundos. Por ello, el director estructura el manejo de los tiempos con cuidado. Escapa al efectismo y apela a la conmoción honesta.
Si bien todo el reparto desarrolla interpretaciones muy buenas -incluso los actores y actrices más jóvenes demuestran solvencia en escenas claves donde los duelos dramáticos con los más experimentados son verdaderas delicias-, es Henriksen quien lo merece todo después de su performance en esta película.
Popular por sus papeles en la segunda y tercera entrega de la saga Alien, como el androide Bishop, Henriksen despliega un trabajo que lo podría llevar a cosechar varios premios, con justicia, en los próximos dos meses. Su mirada perdida y, por momentos, desquiciada; sus andares cansados y arrogantes; el color de su voz, grave y monocorde; su lenguaje, grosero y despectivo, edifican un personaje exquisito.
Falling encierra un discurso teñido de sutilezas donde la simbología y la conexión entre los flashbacks y el presente, delinean un engañoso ritmo apacible (reitero, no se sabe cuándo explorará todo) y que encaja para ofrecer un drama que hiere por su aire melancólico.
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