Con una campaña publicitaria más agresiva y varios lobbies de por medio -¿no es así como funciona esto de los premios?-, Pobres criaturas podría llevarse varias estatuillas doradas en la noche de los premios Oscar. Al menos, uno merecidísimo en la categoría a Mejor Película porque bajo el manto de una Frankenstein sofisticada y un discurso que denuncia corrosivamente el rol de la mujer en una sociedad gobernada por hombres manipuladores, Yorgos Lanthimos plantea una lectura tan potente como extrema de la libertad femenina a través del despertar sexual y de una vida abierta a la experimentación, que nos deja sin aliento desde las escenas iniciales por su imponente recubrimiento visual, entre otros valores cinematográficos y artísticos como el diseño de vestuario y la sobresaliente actuación de Emma Stone.
Bella (Stone) es un experimento del cirujano Godwin “God” Baxter (Willem Dafoe) -el hombre implanta el cerebro de una bebé en el cuerpo de la mujer- que pretende demostrar sus ambiciones científicas empíricas. God controla a la muchacha hasta que en ella germina la semilla de la curiosidad mundana. Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un embaucador de poca monta, prometerá a Bella un recorrido de aventuras por el mundo si deja el hogar de su padre/creador. Durante el periplo, la mujer se decepcionará de la compañía masculina -y las motivaciones de los hombres, en general-. De esta manera, su empoderamiento alcanzará cuotas embarazosas para Duncan cuando los pensamientos de Bella lleguen a socavar las costumbres londinenses de la época victoriana.
En sus películas anteriores, Lanthimos ha demostrado que sus personajes pueden ser cuestionables moralmente y que actúan por un extraño sentido de supervivencia o que los tormentos que atraviesan los pueden llevar a circunstancias donde la ética abre un camino de interrogantes para demostrar que nadie posee la verdad. En Pobres criaturas, el director griego enuncia una diatriba que condena el yugo contra la mujer, pero sin victimizarse. De manera osada, la película recurre a la comedia para deconstruir y volver a exponer los tópicos que han sufrido las mujeres dentro de estructuras sociales gobernadas históricamente por hombres y que se ratifican hasta la actualidad.
Bella es la inquietud multiplicada del libre albedrío desde una perspectiva ética y científica, pero estrictamente es la representación hedonista del despertar sexual que, a partir de su discurso y sus acciones, puede ser inoportuna cuando se cruza con los convencionalismo y la moralidad de un tiempo represor. Ser mujer tiene un precio alto en el contexto que expone Lanthimos. Sin embargo, Bella repele el tejido social de su tiempo de una forma inconsciente porque está diseñada para desarrollarse bajo el control de su creador -hasta que adopta cierta independencia impulsada por su curiosidad-.
Bella es cuerpo, espíritu e imperfección. La inocencia de la niña que lleva en la cabeza -literalmente- se mantendrá hasta que Duncan inicie un proceso de podredumbre en ella. Entonces, Lanthimos acude a plantear el viejo debate de si nacemos inocentes y el entorno nos envilece o es que estamos condenados a evolucionar con la malicia soplando nuestras nucas, casi como un fatal designio. Lo que no espera Duncan es que en Bella florezca una avasalladora autodeterminación que le ayude a discernir de acuerdo a sus propias simpatías, conveniencias y afecciones. En paralelo, el sexo es una herramienta que provoca y controla los apetitos de la mujer que no se ve sometida a las iniciativas masculinas. Bella decide cómo debe ser el sexo y cuánto debe servir para satisfacerle. Lanthimos no levanta un retrato de candidez en torno a su personaje central, sino que la provee de mucha seguridad, a veces pragmática, en otras oportunidades con un fino halo despiadado.
Pobres criaturas puede ser brutal desde la perspectiva de las torcidas relaciones afectivas -Bella y God, Bella y Duncan, Bella y su esposo militar, Bella y su prometido-, pero también guarda un pequeño espacio para la ternura y las emociones sublimes, casi redentoras de sus desvalidos personajes. En esa dirección, Lanthimos sabe cómo alumbrar algunos de los rincones más oscuros de su fábula gótica proveyendo de arrepentimientos, compasiones y otras acciones terrenales que sus bestias siguen sin chistar.
Estamos ante una película que recurre a la figura del manifiesto reivindicador, pero que le da la vuelta al discurso oficial con mucho ingenio. Que no se preocupa por quedar bien, por más que cargue con algunos instantes solemnes. Pobres criaturas, en términos llanos, es lo que no pudo ser Barbie.
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