El país necesita “mano dura” por lo tanto debemos suprimir libertades, encerrar a todos en sus casas, fusilar a los disidentes y maltratar a los presos. Eso y más. Todo orden necesita ciertos sacrificios por el “bien común”. “Para hacer tortillas, hay que romper huevos”.
En contraposición, el lado opuesto del extremo sostiene que tenemos que aceptar que el derecho a la protesta es absoluto. Y eso pasa por comprender -o mejor dicho, aceptar con genuflexión teniendo casi una ilimitada “empatía cómplice”- que existen postergaciones que a su vez permiten un punto de ebullición tal en el que las personas pueden bloquear carreteras, maltratar a otros, robar y destruir. Tolerando que algunos, blandiendo falsamente la bandera de la lucha social, legitimen todo. Se pierde de vista la diferencia entre comprender y/o buscar explicaciones que no es lo mismo que justificar.
En el país de los extremos, si no estás conmigo, estás contra mí. Las variables, los grises son imposibles. O la ley o la permisión total. Los extremos los puede ejecutar un cualquiera que deje sin dominio sus emociones e impulsos.
El equilibrio no es la tan absurda neutralidad (que es la patética abstención de algunos convenientes). Tampoco es la tibieza o la insipidez. Es la fórmula de la vida, la muestra de la madurez, el entendimiento de que los absolutos son contados o muy pocos. En suma, es a veces sí y a veces no, depende. Todo esto sin llegar a la duda y a la relativización extremas que también paralizan.
El equilibrio no requiere de una ley (por favor no se atrevan) como aquella que intentó, incomprensiblemente, normar el uso de la fuerza o la hacer realidad a la ética. Se piensa que como no podemos hacerlo de otra manera, entonces enunciar en “El Peruano” que la fuerza debe ser usada con criterio o que comportarse con respeto es indispensable para toda relación humana, bastará para cambiar nuestras vivencias y realidades. Hecha la ley, se cambia todo; cuando en realidad la verdadera re evolución seria que la ley -la inteligente, equilibrada y correcta ley- se cumpla. Nada más.
No podemos seguir actuando como desequilibrados como, dicho sea de paso, buena parte del mundo está. No es casualidad, por cierto, el surgimiento de extremismos, del radicalismo en las redes sociales por ejemplo que nos lleva a cancelar al que piensa y actúa diferente. El equilibrio implica tomar pausa y distancia, respirar hondo y adoptar consciencia; todo ello para actuar posteriormente en coherencia y con sentido de total responsabilidad (hacerse cargo de las consecuencias).
En el caso concreto de lo que nos toca vivir como convulsión social repetitiva, la aplicación de la ley es simplemente eso. No requiere de estridencias, ni extremos. Aplicar la ley siempre y para todos. Sin duda alguna tiene que existir diálogo con respeto y no bajo presión porque eso trastoca las voluntades. Un poco de prevención para evitar llegar a la explosión, prevención que nuestro país no gusta mucho porque no es rimbombante. Escuchar, ahí sí los reclamos, las carencias, las dolencias porque es lo correcto. Luego, actuar para cambiar esas situaciones de postergación de millones de peruanos. Eso es lo equilibrado. Que no es lo mismo que hacer equilibrismo.
El equilibrio debe ir forjándose mediante conductas concretas que labren un camino al cual seguir, algo que nos saque del remolino cáustico e iracundo de nuestras peleas, que ya no son causas sino obsesiones. Es momento de la trascendencia, de lograr nuevos titulares en los medios y eso solo se logrará cuando miremos más allá de las menudencias y pequeñeces.
Equilibrémonos para poder equilibrar.
Lima, 21 de diciembre de 2022
Eduardo Herrera Velarde.
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