Las personas que salen a reclamar en todos los actos de protesta desde hace muchos años no leen el diario Gestión, así se trate de una muy ilustrada columna. Menos, desde luego, leerán estas líneas que escribo a continuación por considerarlas -en el caso de este escribidor – una pérdida de tiempo y que, sin duda alguna, no solucionarán los problemas que les agobian, los de hoy mismo o los de mañana.
En las protestas hay, en buena parte, negocio. Hay personas que financian porque no buscan ayudar a las necesidades incomprendidas y postergadas, buscan más bien, como ya es de dominio público, ganar “lentejitas” como moneda corriente para cerrar un trato provechoso. Y, desde luego, hay mucho pillo que también busca meter absurdos ideológicos como el de la constituyente; como si una ley fuese a cambiar la realidad de esas personas que dicen defender. Nunca una ley en el país cambió, por sí misma, la vida de nadie. Son las acciones de los líderes (políticos, sociales, etc.), las grandes reformas pendientes, las que movilizan y logran los grandes cambios que transforman la realidad.
La respuesta, desde el “establishment limeño”, ante el pedido de la constituyente ha sido un rotundo: ”No gracias joven, para otra vez será. Next”. En esa línea de cerrarle el paso a la termocéfala idea constituyente se inició toda una gesta para obtener firmas y evitar la misión. Sin embargo, nunca se echó cabeza a la imagen poderosa de decir que sobre eso no había nada que hablar. Todo esto generó, en el contexto de un país hábilmente dividido históricamente por políticos mal habidos, la sensación de que una “parte” no quiere hablar con la “otra”. En el balcón esos mismos miserables que trafican con los sueños y esperanzas de los postergados se frotan las manos. “Hermano, hermana, en Lima no quieren dialogar. No te hacen caso ¿qué hacemos? Radicalizar la medida pues”. Y los resultados saltan a la vista.
Para quienes alguna vez hemos sido invisibilizados, la tirada de puerta en la cara genera mucha desilusión y, sobre todo, impotencia. Eso, agregado a una situación “aguja” (cuando no tienes nada que esperar al día siguiente para cubrir necesidades básicas), es un coctel perfecto para la explosión social. Si no hay nada que perder, entonces adelante, quizá exista algo que ganar.
Pero hoy es un poco tarde dialogar. En situación de calma y tranquilidad es cuando se construye una conversación y no cuando los ánimos están exacerbados. Lo que toca hoy es, como digo siempre, aplicar la ley con equilibrio.
La situación de verdadera empatía -palabrita de moda y poco usada en la realidad- determina la siguiente cuestión: ¿qué haría amable lector si tiene una necesidad básica imposible de cubrir y todos los días le dicen que nadie quiere hablar con usted de eso? El reclamo de la constituyente, sospecho, es ese. Un reclamo de insatisfacción, de postergación que se soluciona con una primera acción en verdad sería re evolucionaria: la posibilidad de escuchar. Escuchar eso que nadie quiere escuchar. Porque escuchar no implica asumir la responsabilidad (o tal vez sí), pero sin duda alguna determina tomar consciencia de la realidad. Escuchar para liberar, para entender.
Demos (démonos) la oportunidad de escucharnos. No se trata -como dirán algunos sanguíneos- de debilidad o tibieza. Los límites están claros en nuestra legislación y, reitero, es crucial aplicarlos como seres humanos y no como bestias reaccionarias. El dialogo, y precisamente eso, es lo que nos distingue de aquellos seres que, a veces, vemos con lejanía y hacia abajo.
Lima, 05 de enero de 2022
Eduardo Herrera Velarde.
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