En 2018, Josephine Decker presentó Madeline’s Madeline, una propuesta narrativa que visualmente acentuaba su original estilo: perpetuos planos detalles, un frenético montaje tipo collage y movimientos arbitrarios de cámara. Respecto a la trama, Madeleine, una adolescente psicológicamente inestable, ingresa a una compañía de teatro performático avalada por la directora de la academia, quien la estimula a enfrentar sus demonios materno filiales de una manera peculiar. Ambas mujeres se involucran en una relación posesiva de maestra-pupila que derivará en eventos fulminantes. Decker arma un sólido puente de empatía entre los dos personajes centrales que, de forma progresiva, va deconstruyendo para mostrarnos las complejas consecuencias que deja la ausencia de afecto y la necesidad del mismo.
En su última película, Shirley, la directora regresa a los conflictos femeninos entre dos personajes emocionalmente opuestos, pero desde un planteamiento más audaz y retorcido, aspectos que, en inicio, despiertan la atención, pero que poco a poco se debilitan a causa de factores alrededor del tema central. Shirley se basa en una novela que narra con grandes cuotas de libertad literaria algunos pasajes de la vida de Shirley Jackson, escritora estadounidense de novelas de suspenso y terror, que tuvo su mejor etapa a mediados del siglo XX. Decker, junto a la guionista Sarah Gubbins, realizan una relectura arriesgada del relato original y exploran, a través de la misma propuesta narrativa visual que definió a Madeline’s Madeline, el acercamiento entre la escritora (Elisabeth Moss) y una admiradora de su obra, Rose (Odessa Young).
Shirley Jackson vive una relación fría y rutinaria con su esposo, Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg), profesor principal de la Universidad de Bennington. Todo cambia cuando Fred (Logan Lerman) y Rose, pareja joven de recién casados, se hospedan en la casa de los académicos. Aunque Rose debe aguantar momentos groseros a causa del temperamento volátil de Shirley, poco a poco, se siente atraída hacia la escritora. El magnetismo de Shirley genera que Rose despierte respecto a temas como la subordinación femenina, la infidelidad matrimonial, el bloqueo y el proceso creativo, el doble rasero del mundo universitario, entre otros aspectos que predominan en la folclórica Vermont, y por qué no, en buena parte de los Estados Unidos en aquellos años.
Puede que Shirley sea la reafirmación de la impronta visual de su creadora, sin embargo, y a diferencia de su película predecesora, la esencia de su propuesta -una exploración psicológica entre dos seres que colisionan y se complementan- carece de intensidad, por más que las acciones intenten cocinarse a fuego lento. Además, un final como el de Shirley, casi una moraleja poco original y mal enmarcada en las tendencias reivindicativas de los derechos femeninos, resta sorpresa a una idea que pudo apelar a los mecanismos del suspense para enfatizar la personalidad compleja de sus protagonistas y llevar por un mejor sendero la resolución de varios conflictos.
También podríamos pensar que ése no es el camino que preocupe a la cineasta y que se nos antoja ver algo que nunca existió en la cabeza de la directora. Y es que el problema de la película no está en su reivindicación, ergo visualización de una tara social, sino en que la originalidad de la mirada que propone Decker se pierde en una culminación convencional, cercana a los manuales de instrucciones que se acomodan de acuerdo a cómo sopla el viento.
Shirley, por momentos, es potente; sobre todo, gracias al trabajo de Moss, una actriz que guarda en sus vitrinas premios Emmy y varios Globos de Oro, y que se acopla muy bien a personajes desequilibrados a nivel psicológico. En su rol, Moss es una bomba de tiempo que fascina y a la que también debemos temer. Puede incomodar en cualquier instante y destruir los convencionalismos del mundo literario sin someterse. No obstante, el torbellino Moss no alcanza para que Shirley evite convertirse en un paso en falso dentro de la singular trayectoria de Josephine Decker.
* Película vista en Filmin.
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