Ari Aster ha estrenado su película más oscura…y absurda. Falsamente redentoria, Beau tiene miedo es lo más parecido a una carretera perdida, sin fin, sin señalización; donde los pueblos que atraviesa son las etapas etáreas de su protagonista, pero que no terminan de unirse porque la laceración está por encima de la lógica, de cualquier coherencia por más que todo se desarrolle en un mundo afiebrado. A Aster le sobra ambición, aunque le falta convicción para cuajar sus intenciones.
Aster aprovecha el crédito alcanzado por sus dos primeras películas -la magnífica El legado del diablo y la irregular Midsommar- para lanzarse hacia una aventura excesiva. Beau tiene miedo, en esencia, es un viaje surrealista que intenta mezclar el terror con la comedia desde un universo en el que su protagonista, Beau Wassermann (Joaquin Phoenix), vive perseguido por el fantasma de Edipo. El trasfondo freudiano de la película es el punto de referencia y derrotero de un hombre que duda sobre cómo afrontar el reencuentro con Mona (Patti LuPone), su madre manipuladora, sin sentirse culpable o rechazado. Aster intenta reforzar su premisa de alcance psicoanalítico cuando enumera y machaca las circunstancias asociadas a la mala suerte de su protagonista y a la tóxica relación que lo une a su madre. Lamentablemente, la acumulación de los hechos terminan convirtiendo la alocada propuesta en un aparato de reiteración que de forma progresiva pierde el sentido del sarcasmo o cualquier aproximación a la comedia negra.
¿Puede Beau soportar tanto desprecio y salirle todo tan mal sin que pensemos en un director torturador que solo expone a su personaje con la mera intención del efectismo? Aster martiriza sistemáticamente a Beau con la excusa de explorar los rincones tenues de su lamentable psique retorcida. ¿O es que el director pretende escarbar en la mente enajenada de Beau con el objetivo de que empaticemos con él? ¿Piedad gratuita? Beau también tiene miedo porque su vida es una pesadilla plagada de infortunios que se atragantan en el morbo de su creador.
Esta comparación puede parecer odiosa, pero necesaria. La película comparte el regocijo por lo desmesurado que hace algunos años ofreció ¡Madre!, la pésima práctica megalómana de Darren Aronofsky. Ambas películas están definidas por la visceralidad psicológica de personajes oprimidos que en lugar de buscar un camino que los conduzcan hacia el éxito o el fracaso o a matices menos definidos, encuentran una redención timadora. Aster golpea la deformidad para hacerla más monstruosa sin detenerse a pensar que las relaciones de Beau tienen la posibilidad de ir por otros caminos más intrincados -ricos en dimensiones, conflictos y objetivos- y menos repetitivos. No olvidemos que el humor de esta película es tan auténtico como la modestia de su realizador.
Lo llamativo del experimento de Aster es que su manejo del horror llega a entretener, interesar y, por ratos, funciona. Sobre cualquier excusa y crítica que se haga a Beau tiene miedo debemos anteponer la idea de que estamos ante una propuesta de terror puro y es en ese espacio donde debió quedarse sin opción a fusionarse con la comedia desechable en la que se camufla. Beau tiene miedo es una película sobre la locura, en particular, y las sociopatías, en general, de una sociedad con doble rasero que engulle a sus integrantes. El mundo que castiga a Beau es miserable y causa pavor. Es un campo de batalla donde se impone el más fuerte. El mundo de Beau es una alteración que solo se percibe desde sus traumas de niñez con padre ausente, una madre dominante, un amor candoroso perdido y retomado y vuelto a perder, y demasiadas relaciones afectivas nocivas. El terror de Beau es él mismo y el de Ari Aster su alocada vanidad.
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