Un crimen conmociona a los peluqueros y las peluqueras que participan de un concurso tan extravagante como vanguardista. Al asesinado le han arrancado el cuero cabelludo y todos están bajo sospecha: amantes, colegas, cuerpo de seguridad y organizadores. Sin embargo, el conflicto principal de Medusa Deluxe es una pequeña escotilla que invita a explorar el mundo del estilismo profesional. Un espacio donde las tijeras son las extensiones ejecutantes de ideas creativas que pueden desatar envidia y enfrentamientos brutales. Tras una carrera sólida en la dirección artística, Thomas Hardman debuta como realizador con una película que combina el thriller y el humor para instalar la idea de que los peinados son baluartes de la identidad personal, definidos por la belleza y el dominio. Una premisa que evoca los conceptos ancestrales del poder, pero que Hardman no toma como algo circunspecto, más bien acude a una clave juguetona a través de hilarantes diálogos y otra vertiente dramática que propone momentos donde reflexiona respecto a la soledad y la competitividad en el mundo de los peines y las lacas. Todo esto en un casi plano secuencia de 100 minutos.
Un plano secuencia es, ante todo, un espectáculo coreográfico de cálculo milimétrico que recrea en tiempo real una serie de acciones. En caso de estar mal construido, delata la arrogancia de su creador que lo emplea con el único fin de lucirse a nivel técnico. La secuencia inicial de Sed de mal, el cánon de la técnica en cuestión, tardó en rodarse 15 días y hasta el día de su estreno nadie había hecho algo tan complejo -con el permiso de Murnau, Lang y el propio Hitchcock-. Welles no buscaba engrandecer su figura de innovador. No lo necesitaba. Tampoco estaba jugando a la vanidad. Welles presenta a dos parejas que transitan en paralelo y van surcando a decenas de extras con una naturalidad imperturbable durante tres hermosos minutos. En el caso de Hardman, las postas que referencian las acciones están señaladas por los personajes de un reparto coral que otorgan actuaciones entrañables -agresivas, divertidas, melancólicas-. El director justifica la elección de su método de grabación cuando el ritmo avanza desenfrenado por la trama y empareja la incógnita de la historia con el enajenamiento que experimentan los propios personajes. La propuesta del plano secuencia hace que la película se sienta próxima e inmediata de una manera genuina. No obstante, la pericia en el manejo de la solución narrativa espacio-tiempo choca con la duda y la resolución del conflicto central: ¿Quién es el asesino?
Cuando Agatha Christie resolvía algún crimen a través de Hércules Poirot podía sonrojar a más de un lector por su falta de perspicacia. La maestra de los relatos criminales se apoyaba en giros argumentales, sembraba dudas en torno a cada personaje y demostraba la culpabilidad con solidez. Más allá de los formatos, Medusa Deluxe adolece de estos componentes y desvía la atención del espectador desde la simpleza o, mejor dicho, desde una evidencia que se mantiene hasta el final. Es decir, cuando uno aguarda un giro en el descubrimiento de la identidad del asesino nos topamos con una conclusión burda, sin mayores motivaciones, que no le hace justicia a casi todo lo que se ve en la película. Aquel ritmo vertiginoso y los delirios de grandeza -salpicados de sarcasmo- que visten a los personajes se desmoronan gracias a un final inconsistente. La secuencia final de baile donde aparecen todos los personajes a ritmo de música disco hace que recuperemos el aliento, pero ni siquiera esa secuencia excéntrica borra el sabor agridulce que deja Medusa Deluxe, un experimento de arranque encantador y fino concepto visual que se desinfla, poco a poco, y desilusiona.
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