Shot de integridad

Carolina Sáenz Llanos

¿LAS MUJERES SOMOS MENOS CORRUPTAS?

Muchas personas asocian corrupción con hombres y no con mujeres.

Para muestra un botón. Basta escuchar los testimonios de quienes alguna vez fueron parados en sus vehículos por policías de tránsito. Quienes fueron interceptados/as por un policía hombre manifiestan -en su gran mayoría- que el pedido de coima o soborno se dio casi de inmediato. Casi casi después de haber dicho “buenos días / buenas tardes” y casi casi antes de señalar la supuesta infracción cometida por el/la conductor/a.

Por otro lado, quienes fueron alguna vez interceptados/as por una policía mujer señalan -también en su gran mayoría- que “son tan verdes” que “nunca aceptan una coima” ni “un arreglito”. Te ponen la papeleta de inmediato y no entran “en negociaciones”. Incluso, algunos/as las describen hasta como “intransigentes”. Como si fuera un ámbito en el que se pudiera transigir.

Sin duda, es cuestión de percepciones. También están quienes no piensan lo mismo y se les viene a la mente muchos ejemplos de mujeres corruptas. Generalmente, “madres de la patria” o funcionarias públicas.

Sin embargo, me gustaría detenerme a explorar la primera percepción: “mujeres incorruptibles”.

¿A qué se deberá? ¿Acaso será cierto que las mujeres somos menos corruptas? ¿Somos más íntegras?

¿Qué tal si nos tomamos este Shot lleno de preguntas y reflexiones y vemos a qué conclusiones podemos llegar?

Primero que nada analicemos el tema desde un enfoque primitivo. Al inicio de los tiempos el hombre era el proveedor y la mujer era la recolectora.

El hombre era quien salía de la caverna a conseguir el alimento que calmara el hambre de su familia. Salía a cazar por necesidad y debía regresar con una presa sin importar cómo. La misión debía cumplirse sí o sí: conseguir alimento. Era un tema de supervivencia.

Por su parte, la mujer se quedaba en la caverna a cuidar de la familia, de los más pequeños y de los más ancianos. Su rol era proteger a los suyos, preparándoles de comer con lo que el hombre traía a casa y con lo que ella podía recolectar cerca del hogar.

Su rol era absolutamente acotado: cuidar de su familia, sin alejarse del hogar. De lo contrario, corría peligro y si moría o enfermaba, ¿quién cuidaría de los más pequeños y de los ancianos? Y, por supuesto, del marido.

Entonces, si la mujer se circunscribía a su familia y a su hogar, ¿cómo podría desarrollar “destrezas” que le permitieran -sin importar cómo- cazar presas?

Haciendo un símil con épocas “más modernas”, se asume que la mujer tiene asignado -por defecto- el rol del hogar; y, por tanto, no tiene cabida en actividades económicas ni en el mercado, donde podría verse tentada de “hacer lo que sea” por obtener los recursos necesarios para solventar a su familia.

En pocas palabras, bajo la premisa patriarcal, la mujer no tendría chance de ser corrupta. ¡Vamos! Ni siquiera tendría oportunidad de explorar si cuenta o puede desarrollar “habilidades” para obtener recursos a partir de acciones corruptas.

El patriarcado exige a la mujer decencia, honor, corrección absoluta y prácticamente perfección en todo sentido.

Por su parte, las religiones -monoteístas principalmente- y la socieedad asignan a la mujer una especie de “superioridad moral”, la misma que no es otra cosa que un mecanismo de control y vigilancia a la mujer. Este mecanismo está diseñado de tal manera que es aplicado no sólo por los hombres sobre las mujeres, sino por las mujeres respecto a ellas mismas. Incluso, me atrevería a decir que algunas mujeres suelen ser más implacables en este esfuerzo de vigilancia.

En buena cuenta, no se permite a la mujer ser “indigna” o “corrupta”. De hecho, la sanción social de culpa y vergüenza para las mujeres suele ser mucho mayor que para los hombres.

Siguiendo esta lógica, ¿quiénes cometen actos de corrupción? Pareciera que sólo los hombres, quienes dirigen los negocios, realizan actividades económicas y políticas, asumiendo riesgos, entre los cuales está -sin duda- incurrir en corrupción.

Esto último resulta aún más evidente si aplicamos el paradigma de éxito que exige el patriarcado a los hombres. ¡Claro! Se trata de ser exitoso en los negocios o en su profesión sea como sea. Algo así como: “el fin justifica los medios”.

Sin embargo, ha llegado el momento de echarle un chorro de realidad a este Shot. ¿Qué pasa con las mujeres que sí están en el mercado o en la política? ¿Realmente son incorruptibles?

¡Por supuesto que no! Como en todo en la vida, hay mujeres corruptas y hay mujeres íntegras, tanto en el ámbito privado como en el público.

Lo que sí es cierto es que cuando se conoce de un caso de corrupción en el que está involucrada una mujer, es probable que su difusión sea mucho más escandalosa y categórica.

¿Tú qué opinas?

¡Espero que hayas disfrutado el Shot y que lo compartas con quien pueda serle útil!

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