Como humanidad, sabemos que necesitamos vivir en comunidad y reconocemos que nuestra naturaleza instintiva de supervivencia podría interferir en la convivencia pacífica. Tanto es así, que en una investigación de un grupo internacional de científicos publicada en el 2019 “confirma una teoría surgida en el XIX que sostiene que los humanos modernos (Homo sapiens) a lo largo de nuestra evolución nos hemos apareado buscando unos genes determinados no solo para mejorar la especie, ser más sanos y fuertes, sino también más dóciles y tolerantes, es decir, más sociables, (…) siguiendo un proceso similar al de la domesticación de animales”.
Luego, surgen el Estado y la sociedad para asegurar una mejor convivencia. Ante su ausencia, decía el filósofo Thomas Hobbes, las personas estarían en un estado de guerra permanente donde primará la competencia y desconfianza por el instinto de supervivencia. La paz no es nuestro estado natural y tenerla presente nos ayuda a autorregularnos. El funcionamiento del Estado y la sociedad se sostienen en un contrato social cuyas partes admiten voluntariamente la existencia de leyes que se deben cumplir por la seguridad y bienestar de todos.
Solo la educación es fundamental para mantener ese contrato social vivo. A todos los retos de nuestro sistema educativo, se le suma que nuestra formación ciudadana suele ser pobre en los colegios, escasa en la educación superior e inexistente el resto de nuestra vida adulta, aun sabiendo que debemos actualizarnos porque todo es dinámico. Además, lamentablemente, en nuestro país la educación ha sido politizada y se prioriza la agenda de unos pocos, generando despropósitos como la aprobación del Congreso para reponer a más de 14 mil docentes cesados porque no pasaron las evaluaciones correspondientes.
Convivir en paz requiere de capacidades que son subestimadas y poco desarrolladas. Una educación para la paz requiere orientarse a la formación de capacidades para escuchar; reconocer, respetar y apreciar a los demás; promover el diálogo y la empatía; valorar la diversidad intercultural y solucionar los conflictos de forma constructiva. Con una formación así podremos tener más probabilidades de cumplir con nuestro rol en el contrato social y a la vez regenerar el tejido social humano que está roto y se refleja en la polarización que vivimos.
¿Qué pasa en un país donde el Estado y sus leyes no funcionan, la sociedad está en permanente conflicto y nuestra pobre educación no nos permite tender puentes para recomponernos? Parece un “caldo de cultivo” para la guerra. Así de duro, así de grave. Si no somos capaces de aceptar la realidad tal y como es, para ver la real dimensión de lo que sucede, no podremos hacer nada para cambiar el rumbo. En este Día Internacional por la Paz, pensemos en su importancia y también en su fragilidad, sobre todo ahora que está amenazada, pues el sistema democrático está en riesgo.
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