La primera respuesta es la siguiente: no le ha servido a la mayoría de los ciudadanos y como consecuencia ha beneficiado a unos pocos a costa de la mayoría, etc. Entonces, la solución es el Estado. La segunda postura es que no se han hecho las reformas necesarias para lograr un crecimiento inclusivo. Desde luego que hay respuestas intermedias; en paralelo, muchos se dejan llevar por posiciones muy simplistas sin hacer el menor análisis.
El problema es que cada uno juega con las estadísticas como quiere para mostrar un respaldo “sólido” a su posición y la discusión se convierte en un diálogo de sordos en el que nadie gana. Entonces aparecen los que prometen cualquier cosa para convencer a la ciudadanía de tal o cual posición. Luego, dado el clima de intolerancia, comienzan los insultos y los adjetivos que descalifican a las personas. No tenemos un debate de ideas. Así no podemos seguir. ¿Qué hacer?
En primer lugar, hay que reconocer que la realidad es compleja. Las recetas simples no sirven, ni tampoco los iluminados que creen saber qué hacer. Perder la humildad y querer imponer un punto de vista son los símbolos más claros de la intolerancia.
En segundo lugar, la realidad tiene distintas dimensiones que varían de país a país. El éxito (o fracaso) de las medidas que se toman en economía dependen mucho del entorno político, institucional, histórico, externo, etc. Lo que funciona en un lugar puede no funcionar en otro. No copiar, aunque sí adaptar. Un ejemplo: ¿de qué sirve que exista una norma que impide cruzar cuando el semáforo está en rojo si pocos la cumplen y quienes la incumplen no reciben ninguna sanción? Si el Estado no es capaz de comprar fertilizantes ni de proveer educación básica de calidad, ¿por qué podría cumplir otras funciones? Si el mercado está lleno de mercantilistas (aquellos que consiguen sus objetivos gracias a sus conexiones y no sus méritos), ¿cómo podría funcionar para todos? Así no llegamos a nada.
En tercer lugar, ¿por qué no nos dedicamos a ver qué es lo que funciona y qué es lo que no funciona y luego pensamos cómo hacer la adaptación al Perú? Desde hace décadas que creemos en tal o cual postulante a un cargo público solo para desilusionarnos poco después. Tanto la izquierda como la derecha ya deberían haber entendido esto.
En cuarto lugar, las soluciones extremas no funcionan ni aquí ni en ningún lugar. Se requiere tanto del mercado como del Estado. Los países económica y socialmente exitosos combinan a ambos. Toda la evidencia empírica aumenta en ese sentido. Por lo tanto, se necesitan dos cosas: por un lado, evitar el mercantilismo para que el mercado funcione para todos en igualdad de condiciones; por otro, que el Estado tenga la capacidad de gestión para poder ofrecer servicios básicos de calidad para todos. Mientras las dos características descritas se mantengan, pueden discutir los aciertos y errores de la derecha y la izquierda, pero no lograrán nada; solo practicarán el deporte nacional de descalificar a aquella persona que piensa distinto.
Puede sonar utópico, pero los políticos deben asumir ese reto. La frustración de la mayoría de los ciudadanos es real y hay que enfrentarla. Se culpa al mercado de los problemas. O al Estado. No importa. Los problemas estructurales del Perú, como la exclusión, el populismo y la desigualdad en los puntos de partida en todos los campos, son claras y tienen historia.
¿Se concluye que la izquierda es la solución? ¿O qué lo es la derecha? Leamos nuestra propia historia. Nuestras instituciones no funcionan. Ese es un problema que no se soluciona en el corto plazo. Y solo si mejoramos esa infraestructura institucional podremos pensar en izquierda y derecha. Sin instituciones adecuadas e inclusivas no funciona ninguna de las dos posturas, aunque les moleste a los dogmáticos.
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