Nos encontramos a puertas de la próxima COP y la conversación parece ser más negativa que positiva. Las emisiones de carbono siguen aumentando, 6% en el último año llegando a récords históricos. El cumplimiento del acuerdo de París se ve cada vez más lejano, con la migración hacia energías limpias avanzando a paso de tortuga y la clara falta de compromiso de los diferentes países participantes. Los gobiernos siguen sin priorizar las políticas ambientales, firmando acuerdos vacíos y dando promesas sin acciones concretas ni planes de trabajo. ¿No sería mejor invertir e innovar fuera de este planeta? Es una idea sumamente atractiva, futurística, pero es una idea tan irreal como la de llegar a descarbonizar el sector construcción para el año 2050, uno de los principales objetivos de la COP26, del año pasado.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible 11, Ciudades y Comunidades Sostenibles, busca que para el año 2030, la población global pueda vivir en ciudades y comunidades sostenibles y resilientes; que cuenten con recursos básicos, con seguridad para todos, con aire y transporte limpio, que utilicen de manera eficiente sus recursos. Este objetivo, y sus metas, se ven tan lejanos como la idea de escapar a otro planeta. Entre los años 2020 y 2050 veremos una gran movilización humana, con cifras que apuntan al 68% de toda la población viviendo en ciudades para el año 2050. El 75% de toda la infraestructura al año 2050 está aún por construirse, más de 230 Billones de metros, las cuales emitirán el 75% de todas las emisiones del planeta. Estas cifras son sumamente alarmantes y abrumadoras. Está claro que el sector construcción e infraestructura es uno de los sectores con mayor responsabilidad y oportunidad. Pero, ¿cómo podemos surfear esta ola
Se podrían escribir miles de artículos sobre diferentes estrategias y soluciones para mitigar el impacto del sector, sin embargo, creo que lo que falta es un cambio de mentalidad a nivel político y corporativo. Necesitamos empezar a ver el cambio climático como un costo a mitigar. Necesitamos empezar a ver nuestras ciudades como empresas, y el cambio climático como costos que nos llevarán a tener resultados contables negativos. Ciudades que no son sostenibles ni resilientes hoy en día, serán ciudades caras e ineficientes el día de mañana.
Pensemos en el ejemplo de los desastres naturales, los huracanes, el calentamiento anómalo de los océanos, la elevación de los niveles del mar por el derretimiento de los glaciares, entre otros. Todos estos son procesos naturales, sin embargo, la mala planificación de las ciudades e inactividad de los gobiernos, los convierten en desastres naturales y el cambio climático está generando la receta perfecta para la formación de estos procesos naturales con mayor frecuencia e intensidad. El 2021 fue el año con la peor temporada de huracanes de la historia. El 2017 fue el Niño Costero mayor caída del PBI peruano en más de 30 años. Ciudades que no se hayan diseñado y construido tomando en consideración estos fenómenos naturales, tendrán mayor destrucción, así como pérdida material y humana. Al final, serán los gobiernos los que tendrán que invertir en programas de reconstrucción e indemnización de poblaciones vulnerables.
Las emisiones no se detendrán, las poblaciones no disminuirán, y la migración no parará. La solución es repensar la forma en la que diseñamos y construimos nuestras ciudades, hacia una manera más sostenible y resiliente. Ya no bastan los compromisos, pactos y acuerdos, necesitamos acción agresiva, planes detallados, con fechas límites y aportes económicos. El 2030 está a la vuelta de la esquina, y el momento de tomar acción es ahora o nunca.
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