Los seres humanos optan por el mal menor o el bien mayor a cada instante. Decides tomar el café o no según qué tan tarde llegarás a la reunión. Decides comprar algo más barato porque el presupuesto no alcanza, y no te quieres arriesgar a pasarla mal. Decides regañar fuerte a tu hijo, aunque te duela, porque sabes que eso es mejor que dejar que pierda la oportunidad de aprender de una experiencia. Decides despedir a un líder que no funciona en vez de generar malestar en todo el equipo, decides contarle algo grave a tu amiga en persona, en vez de hacerlo de inmediato, porque sabes que así lo tomará de una mejor forma.
La política, en este sentido, es una actividad humana y está sujeta a todas las reglas humanas existentes: los pensamientos, sentimientos y acciones de las personas involucradas en política funcionan bajo los mismos parámetros que en cualquier otro ámbito de su existencia; en la política también se opta por el mal menor o el bien mayor. Y cada político que toma una decisión pensará -en conciencia- que está optando por una de estas opciones, aunque desde fuera parezca que está cometiendo un error.
Les pongo un ejemplo: varios congresistas “blindaron” el día de ayer a Dina Boluarte. ¿Se preguntaron por qué lo hicieron en vez de juzgarlos de buenas a primeras? Planteemos algunas posibilidades.
Probablemente la defendieron por tres o cuatro razones: porque pensaron que la denuncia en su contra no era sólida; porque aún sabiendo que la denuncia era consistente, prefirieron cuidarla en caso tuviese que asumir la presidencia. Si Dina asume la presidencia, no se necesitan nuevas elecciones y por lo tanto, no pierden su curul. La defendieron porque recibirán alguna recompensa de la demandada, o lo hicieron por presión de grupo o para resguardar su estabilidad en la bancada.
Todas estas razones son comprensibles. Ninguna me suena irracional o inverosímil. Una de ellas sobretodo: los congresistas que limpiaron a Dina Boluarte se ganaron por elección popular un sitio en el Congreso y no quieren perderlo. Además, les aseguro que algunos se perciben como buenos congresistas -algo probable además dado que todos los congresistas no son “malos”- y que si están ahí es para hacer cosas buenas por su región, y nadie tiene derecho a quitarles esa oportunidad.
Los congresistas que votaron para proceder con la demanda contra Boluarte tuvieron sus razones también. Pensaron que Boluarte había actuado de forma indebida y merecía la sanción correspondiente; también pensaron que, sea o no sea suficiente la denuncia, Dina es un actor peligroso en el escenario político y había que sacarla por el bien del país. O pensaron que sacándola del juego, se aceleraba la posibilidad de un adelanto de elecciones. Todas suenan bastante racionales para mí.
¿Cómo determinar entonces quiénes están en el lugar correcto? Una forma de responder esta pregunta es aplicar a las decisiones otras preguntas a manera de prueba ácida.
¿Qué defiendes (cuál fue el objeto de tu decisión)? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con tu decisión? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?
De la tercera pregunta no podemos hacernos cargo porque nadie puede juzgar las intenciones de los demás, aunque lo hacemos mucho. De hecho el objetivo de esta entrega es justamente educarnos a dar un paso atrás antes de hacer un juicio para preguntarnos honestamente qué mueve las decisiones de los políticos. Si nos preguntamos esto sin juzgarlos, podremos luego llegar a la raíz de sus decisiones y confrontarlos, convencerlos o acompañarlos de una forma más inteligente y estratégica.
Así, las primeras dos preguntas son clave. Dina Boluarte no es solo un caso a investigar. Es la única vicepresidenta de Pedro Castillo y por lo tanto su natural sucesora en caso el presidente sea vacado. Las decisiones en torno a ella, como ocurrió con Martín Vizcarra, superan la ética o la conciencia, para centrarse en la utilidad. ¿Qué tan útil es tener a Dina viva en el escenario o qué tan útil es sacarla del juego?
Y es claro que aquí está el disenso, no tanto en la denuncia en sí, que para mí no era tan grave ni contundente. Mientras algunos piensan que Boluarte debe ser apartada de la política, otros piensan lo contrario: que Dina debía quedarse para cumplir un rol político.
Los efectos de blindar a Dina se verán en breve. El impacto de blindarla, no. El efecto de la estrategia política de Martín Vizcarra y Salvador del Solar fue claro: cerraron el congreso. El impacto de lo que hicieron aún no se mide: destruyeron la institucionalidad, la estabilidad jurídica y manosearon por primera vez la Constitución de forma que en adelante, abogados, opinólogos, ministros y alcahuetes también la manosearían y abusarían de ella, desnuda y desgarrada, ya sin ningún tipo de escrúpulo o decoro.
Yo solo espero que Boluarte entienda el impacto de las decisiones que tomará de ahora en adelante y que este salvavidas no es un cheque en blanco. La prudencia y humildad que debe tener se justifican en la abultada lista de presidentes, ministros y en general políticos y funcionarios caídos antes que ella. Dina debería estar bien prevenida, ser prudente, humilde, muy cuidadosa, dialogante, escuchar, no dejarse llevar por su ego o por el aplauso vano, porque rápida y pronunciada es el ascenso y pero lenta y dolorosa es la caída…
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