Riesgos Financieros

Gregorio Belaunde

Covid-19 y Riesgo País a Agosto del 2020

Luego de los posts de inicios de Mayo y fines de Junio analizando los desafíos y reflexiones planteados por el Covid-19 desde el punto de vista de la gestión de riesgos y luego más específicamente la gestión de riesgos fiscales, que me llevaron a hacer ciertos comentarios y manifestar ciertas preocupaciones, que siguen vigentes, la evolución de la crisis y los últimos eventos me llevan a hacer algunas observaciones complementarias y sugerencias, desde el enfoque de gestión integral de riesgos, pero con énfasis en nuestro riesgo país (o a nivel país), y tomando en cuenta otras experiencias también relevantes para el Perú, que espero puedan servir para las tomas de decisiones en este contexto de gigantesca crisis.

 

Una observación preliminar: algo que se debe tomar en cuenta, y de lo que no parecen ser muy conscientes los que viven en una burbuja que los aleja bastante de la percepción de la realidad, es que en muchos países, entre ellos el Perú, esta crisis, que en muchos aspectos, como otros desastres de enorme magnitud, se asemeja a una guerra (por el número de víctimas y el grado de destrucción previsiblemente duradero de la economía, con su cortejo de situaciones de empobrecimiento acelerado a gran escala – ver las horrendas estadísticas sobre evolución del empleo publicadas en Gestión – y de aumento de la inseguridad alimentaria), está creando una crisis social descomunal que, aunada a las energías movilizadas para hacerle frente (que dejan poco tiempo y recursos para  vigilar ciertos frentes), puede ser aprovechada por todo tipo de personajes y de movimientos con proyectos autoritarios o totalitarios, o simplemente mesiánico-irresponsables o egolátrico-irresponsables, que saben cómo seducir a gente desesperada por soluciones fáciles o por desconectarse de la realidad. No deben olvidarse las lecciones de la Historia, se vio en la Europa de los años 20 y 30, o en Irán en los años 70, pero en América Latina de los últimos 30-35 años, incluyendo al Perú, también tenemos nuestros episodios. A veces serán personajes que ya están en el poder que aprovecharán las circunstancias para usar toda suerte de trucos sucios para conservarlo (lo que no es el caso en lo que respecta al Ejecutivo peruano actual). Esta pandemia mayúscula es de las que constituyen un “stress-test” muy serio para las instituciones de cada país, y recuerden que también lo está siendo para la Unión Europea, que logró un acuerdo solidario con las justas. Hasta un país como los EE.UU. no está a salvo de ello.

 

En esas circunstancias, a la mayoría de la gente o a un sector electoralmente decisivo, e incluso a sectores supuestamente de elevado nivel de educación parece importarle poco que la persona “escogida como salvadora” tenga discursos de extrema intolerancia, destrucción o eliminación o discriminación de ciertas categorías de la población o que tenga un historial conocido y/o comprobado (personal o familiar) de violencia extrema y/o de corrupción. Y poco importarán incluso las barbaridades que diga. Recomendaría a algunos leer más cuidadosamente las respuestas a una encuesta reciente, y lo que revelan, porque tengo la impresión de que los análisis se están concentrando más en aspectos de “noticia política” algo coyunturales; hace falta una mirada más sociológica y/o más psicoanalítica. Diría que, en el Perú, salvo reacción a tiempo de numerosos actores nacionales, se está llegando a una etapa así. La situación es más grave de lo que se cree, pocas cosas para un país son tan peligrosas como el desánimo cínico y la falta de esperanza, y desde antes de la pandemia, la corrupción pública y privada generalizada y el efecto perverso de las universidades-estafa (que generan cohortes similares al fenómeno de los NI-NI – ni trabajan ni estudian, porque de trabajar lo hacen por debajo de las expectativas creadas por el diploma bamba) ya estaban llevando al Perú por esa vía.  

 

Las grandes pandemias suelen ser eventos que pueden tener implicaciones de seguridad nacional y/o geopolíticas, como acertadamente lo dijo un ex jefe del Pentágono acerca del cambio climático (simple conocimiento de la Historia); ejemplos: pueden presentarse tensiones institucionales y políticas  internas que pueden llevar a la explosión de un sistema político y a una guerra civil, ciertos países pueden decidir atacar a otros que perciben como debilitados por la pandemia o aprovechando que grandes potencias rivales están ocupadas por ella, o desestabilizar a otros usando a agentes internos aprovechando que sus gobiernos están muy ocupados por la pandemia o movimientos terroristas o criminales pueden aprovechar el aumento de gente que se refugia en el fundamentalismo religioso o en un nihilismo delincuencial o mesiánico.

 

Por ello, la crisis política que se generó hace poco con la confianza negada al nuevo gabinete, pero que ya había empezado con propuestas de naturaleza a destruir la gobernabilidad futura del país, me pareció absolutamente increíble. Felizmente, porque ya el asunto estaba trascendiendo a nivel internacional, lo que podía costarnos carísimo (en tiempos de gran crisis, la percepción sobre la estabilidad de un país puede cambiar muy fácilmente, con un “efecto de bola de nieve”), uno nuevo fue nombrado casi inmediatamente, y esta vez recibió rápidamente el voto de confianza. Lo que no me queda claro es si eso significa que la mayoría se ha dado realmente cuenta de la gravedad de la situación, o si es solo un cambio táctico para aparentar responsabilidad y seguir acosando al Gobierno y destruyendo las finanzas públicas en los meses que sigan hasta las nuevas elecciones. Porque la conjunción de intereses diversos puede crear todavía mucha inestabilidad y situaciones fatales para el país (no sólo hay un tema de mafias de la estafa en la educación superior, también hay otras mafias, además de intereses personales cortoplacistas, o simplemente posiciones ideológicas para las cuales un hundimiento social y económico es lo más conveniente para esperar victorias posteriores).

 

Algo que deberían pensar cuidadosamente aquellos partidos que normalmente no están en esas lógicas destructivas, y que piensan tener opciones serias para ganar las elecciones en el 2021 o por lo menos formar parte de una coalición de gobierno viable es lo siguiente:

. a ninguno de ellos le puede convenir que se sigan deteriorando la estabilidad política, y la situación económica y social y la de las finanzas públicas; si no, sus comienzos en el 2021 podrían ser muy caóticos y precarios y su margen de acción muy reducido

. tampoco les conviene, porque, así como ocurrió con la destructiva mayoría congresal anterior, eso les podría pasar una enorme factura en las próximas elecciones, donde podría irles muy mal.

. y tampoco les conviene tratar de debilitar a las instituciones de la Presidencia de la República y del Poder Ejecutivo, que podrían heredar en el 2021 si les va bien.

Veo que hay suficientes partidos para un posible núcleo duro que contribuya a la gobernabilidad de una manera no hipotecada a intereses totalmente subalternos, es decir sin acuerdos bajo la mesa extraños y perjudiciales para el país. Pero se siguen viendo signos extremadamente preocupantes de componendas extrañas, sobretodo para la elección de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional.

 

Lo que también se debería tomar en cuenta es que usar, aprovechando un desbalance de Poderes tan increíble que parece venir de une enorme error de redacción en la Constitución, para ir censurando ministros sin razones realmente válidas, sobre todo si ciertas razones muy subalternas ya han quedado al descubierto, es un juego que podría costar muy caro electoralmente en el 2021. Además, el Perú no es un país con un servicio civil sólido que haga funcionar las cosas casi sólo, entonces los cambios frecuentes de ministros sí conllevan un riesgo operacional con riesgos de paralización y discontinuidad muy fuertes. Fatal en tiempos como éste y solo puede ser percibido como sabotaje deliberado. Más que cambios de ministros, se necesita para hacer frente a la pandemia, a un “cambio de chip organizacional”, basado en la aceptación de que el Estado que actualmente tenemos tiene capacidades demasiado limitadas (ver más abajo)

 

Me parece necesario hacer algunas observaciones, por los acalorados debates, demasiado ideologizados o politizados, que he visto recientemente:

 

. primero, no hay que olvidar que en realidad todas las actividades económicas provocan problemas ambientales, incluso ciertos tipos de agricultura y de ganadería (deforestación, uso de fertilizantes y de pesticidas contaminantes o “mata-polinizadores”, estrés hídrico, deterioro de tierras, etc.). Lo que cuenta es realizarlas de manera que el daño ambiental sea el menor posible y buscando el mejor desarrollo territorial posible, lo que obliga a escoger bien las actividades en ciertas zonas. En una reactivación económica, todas las actividades económicas suman, tomando en cuenta que sin ingresos fiscales (y sólidas reservas internacionales) no se puede ayudar de manera prolongada a las poblaciones y empresas más vulnerables y más afectadas ni luchar a fondo contra esta pandemia y prepararse a ser más resilientes frente a otros desastres que puedan suceder en el futuro (incluyendo otras epidemias y pandemias); una idea muy interesante que ha surgido es la de atraer a empresas industriales norteamericanas que están buscando dejar de producir en China, y efectivamente sé de otros país que ya busca posicionarse (pero será difícil si no mejora de manera decisiva nuestro sistema judicial); todo lo que pueda aumentar el empleo, y ahí las Mypes y la pequeña agricultura familiar son esenciales, es positivo, pues la demanda externa, salvo de metales, anda muy deprimida; es un proceso complejo pero los bonos sí contribuyen a mantener cierto nivel de demanda interna (y es obvio que el Banco de la Nación es insuficiente para distribuirlos; urge usar a todo el sistema financiero; ¿y qué fue de las cuentas básicas? Lo ideal para evitar colas es tener una cuenta donde recibirlos).

 

. se ven muchas ideas circular sobre qué se puede hacer mejor para luchar contra la pandemia; la experiencia mundial ha mostrado que el confinamiento sí ha sido importante al comienzo para evitar mucho más muertes (solo se pudo evitar o limitar en países extremadamente bien preparados en aspectos sanitarios y tecnológicos), pero no puede durar de manera indefinida; desgraciadamente estamos viendo que basta reabrir la economía para que algunos crean que ya está, se puede hacer lo que se quiere, cuando no es así; y la indisciplina que se ve en el Perú también se ve en países desarrollados, hasta con actos de ultraviolencia (incluso asesinato como en Francia o EE.UU.) contra los que piden que se lleve la mascarilla. No hay respuestas fáciles, la mayoría de los gobiernos hacen lo que pueden porque no tenían el grado de preparación de unos pocos, y algo que no ayuda es que en las redes sociales circulan demasiadas “informaciones” en contra de un comportamiento responsable (en tiempos de gran crisis, demasiados se refugian en el pensamiento mágico o conspirativo; hace siglos, se acusaba masivamente a muchas mujeres de “brujería” y se las quemaba vivas o se acusaba a los judíos y se los masacraba en grandes “pogroms”).

 

A veces las soluciones técnicas conocidas como correctas desde hace mucho o hace poco no logran implementarse por falta de capacidades operativas (¿tenemos todos los laboratorios para procesar las pruebas moleculares en tiempos razonables? ¿y las infraestructuras tecnológicas para los rastreos sistemáticos? ¿sirven esos rastreos en zonas donde la cadena de contagios ya está fuera de control?). En este contexto, es más que obvio que el Estado tiene limitaciones operativas muy graves, y es absolutamente indispensable que busque a fondo, en todos los temas, incluyendo para la comunicación de las medidas de precaución básicas, el apoyo de la sociedad civil organizada, de las universidades, de las empresas de buena voluntad (no hay que pensar que todas son como los buitres que se ha visto estos últimos tiempos), de la Iglesia Católica que tiene una red muy densa (y justamente la Conferencia Episcopal ha estado trabajando e implementando propuestas muy concretas con su plan Resucita Perú Ahora), los médicos (verdaderamente) voluntarios extranjeros, sin que se ponga trabas burocráticas o mercantilistas absurdas a estas propuestas. Tampoco hay que dudar en pedir toda la ayuda de organismos internacionales y de cooperación.

 

No hay que olvidar que esta pandemia tiene para largo, ni siquiera se conoce completamente al virus, aún ahora se descubren cosas, y no se sabe si las vacunas serán realmente eficaces ni por cuánto tiempo; y que no faltan tampoco los que sabotean los esfuerzos, especialmente a través de las redes sociales y las radios, con teorías de la conspiración contra las medidas de precaución básicas, con “curas milagrosas”, o en el terreno, para tratar de culpar al Gobierno nacional (ya se vio ese intento en una región). El comportamiento responsable de cada uno es absolutamente indispensable y ha sido el factor clave en los países que lo hicieron bien, y todos los países, incluso los mejores, han cometido errores iniciales o después, al estar en la niebla (voluntariamente, para algunos). Es demasiado fácil criticar sin hacer propuestas concretas y realistas de mejora. Si el Perú tiene una proporción de muertes tan alta, es por un sistema de Salud desmesuradamente débil y desorganizado, y por realidades sociales que muchos no habían querido ver (ese “negacionismo de la realidad social” ha sido fatal; el Perú no es el único caso, pero no deja de estar entre los que peor se autoengañaron). El riesgo operacional estatal sistémico en el país ya era bastante bien conocido, pero no se habían producido eventos que mostraran todo su potencial destructivo.

 

Aceptar las realidades plenamente, y que el riesgo cero nunca va a existir, y seguirá siendo relativamente elevado, así como, a falta de data confiable (ahora que se conoce el enorme margen de error de las “pruebas rápidas” tan usadas en tantos países), la Ministra de Salud va “sincerando” las cifras, tomando en cuenta el “exceso de muertes” (algo que casi ningún otro país hace, o si lo hace esconde la información; pero es una medida realista, salvo casos de enfermedades que seguramente dejaron de ser tratadas últimamente), es un paso indispensable para entender mejor que no hay peor momento para divisiones o intereses subalternos, a falta de poder entenderlo espontáneamente.

Espero que la convocatoria de la Conferencia Episcopal sea escuchada y por cada vez más gente y por los Poderes del Estado, no solo el Ejecutivo, y que se tomen cada vez más iniciativas conjuntas, con una amplia movilización, porque eso es lo que está faltando también; hay demasiada pasividad en general, y comportamientos poco responsables entre gente que no tiene la disyuntiva entre el Covid y el hambre. Pero la baja temporal de los contagios a pesar de tantas limitaciones, y las iniciativas de algunos sectores y en particular de la Iglesia Católica, muy organizada, muestran que sí se puede.

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